C. Dickens y H. C. Andersen, un universo compartido. Breve aproximación comparativa

Artículo publicado en el nº 209 Especial Año del libro y la lectura
Artículo publicado en el nº 209 Especial Año del libro y la lectura

Charles Dickens y Hans Christian Andersen tienen, además de ser contemporáneos y proceder de una familia sin recursos económicos, otras semejanzas. En este artículo, podemos aproximarnos a las similitudes entre ambos que, aparte de ser hechos de gran importancia en su trayectoria vital, nos permiten conocer más profundamente el significado de su obra.


Puede parecer extraño el intento de establecer paralelismos entre Dickens y Andersen; pero, si profundizamos, notaremos ciertas semejanzas que, tal vez, puedan servirnos para entender mejor su obra. Para empezar, ambos autores son contemporáneos, Charles Dickens (1812-1870) y Hans Christian Andersen (1812-1875) nacieron en fechas muy  próximas. Además, se conocieron y mantuvieron una amistad continuada, aunque uno fuera inglés y el otro danés.  Ambos vivieron una infancia muy difícil que los marcó para siempre, ambos se dedicaron a realizar grandes viajes y ambos, en definitiva, han logrado renombre y fama universal.

En el aspecto literario, Dickens se dedica a escribir novelas por entregas que tuvieron una gran acogida entre el público. Dickens no escribía para niños, sino para adultos. Sus personajes fueron famosísimos entre los lectores:

“Así se llegaba a crear una sostenida expectación: cuando algún barco inglés amarraba en Nueva York, ya le preguntaban a gritos desde el muelle qué pasaba con la pequeña Dorrit (...). Y, sobre todo, el público y los amigos piden al autor  que los personajes simpáticos acaben siendo felices: la pequeña Dorrit iba a terminar mal, pero Bulwer-Lytton y el clamor popular impusieron a Dickens la ley del ‘final feliz’”1.

Andersen se dedicó a escribir cuentos para niños, aunque también los leyeron los adultos. El cuento es un género más breve que la novela, que condensa un acontecimiento en poco espacio, aunque, a menudo, los cuentos –los de Andersen, por supuesto– alcanzan una intensidad literaria y lírica nunca superada:

“De estos ciento cincuenta y seis relatos (que escribió Andersen), poco más de una docena recrean cuentos populares precisos. Muchos de ellos son variaciones nuevas y originales sobre algún tema antiguo tomado del acervo de la  imaginación popular. Otros son creaciones totalmente personales del propio Andersen y revelan a menudo sus  particulares manías y obsesiones”2.

"Dickens y Andersen eligen,
en muchos casos, a niños desvalidos
como protagonistas"

Las fuentes en Dickens y en Andersen son diferentes, el público también; pero no lo son sus “manías y obsesiones”. De ahí que elijan en muchos casos a niños desvalidos como protagonistas de sus obras. Niños que han sufrido en su casa y en la escuela, niños huérfanos, niños víctimas de una sociedad injusta y, demasiado a menudo, cruel. Es Dickens, sin embargo, el que más insiste en estos ambientes y en la denuncia social. Oliver Twist, David Copperfield o la pequeña Dorrit son personajes que han sufrido una infancia muy triste –semejante a la del autor– y que, afortunadamente, logran triunfar en la vida, merced al sentimiento humanitario que muestra Dickens a favor de los seres humildes y desvalidos, maltratados por la impiedad de los poderosos.

Andersen también suele hablar de niños e, incluso, de él mismo. Así lo hace en El cuento de mi vida que, si lo leemos con atención, se parece bastante a David Copperfield, que narra una vida desde una madurez respetable y positiva. Así, Andersen dice:

“Mi vida es un hermoso cuento, variado y alegre. Si en mi juventud, cuando eché a andar por el mundo, pobre y solo, me hubiese encontrado con un hada poderosa que me hubiese propuesto: ‘Elige tu vida y tu destino, y después, de acuerdo a tu propia evolución y respetando los límites de lo que en este mundo se considera razonable, yo te protegeré y te guiaré’, mi suerte no hubiera podido ser encauzada de manera más favorable, hábil o acertada de lo que de hecho ha sido. La historia de mi vida anunciará al mundo lo que ella me ha revelado a mí: que hay un Dios bondadoso que todo lo conduce para bien”3.

En torno a Andersen se ha tejido una verdadera leyenda y en su ciudad de nacimiento, Odense, se le venera como a un hijo predilecto. Andersen supo salir de la miseria, superar los obstáculos que le tendió la vida y convertirse en un  cuentista celebrado y adinerado. Andersen se personifica en El patito feo que, aunque nació en un corral de patos, fue después un precioso cisne.

“Dickens, en su obra, aparte de niños, también retrata una galería de ladrones, asesinos y mendigos para hacer una  crítica social y luchar contra la miseria infantil. Andersen, en cambio, toma como punto de referencia el cuento maravilloso y teje para los niños historias que, muchas veces, aunque no siempre, se basan en su propia niñez. Historias
en las que los animales se humanizan,las cosas cobran vida, aparecen elementos mágicos, hadas y ondinas, porque ‘Andersen es el príncipe y el rey, porque nadie como él ha sabido penetrar en el alma de los seres y de las cosas’”4.

"Tanto las novelas como los cuentos
de Andersen se siguen leyendo
con gusto y desazón"

La princesa y el guisante, La pequeña ondina, El patito feo, El soldado de plomo, El traje nuevo del emperador, La Reina de las Nieves, Los Cinco de una vaina de guisante y La sirenita son algunos de sus cuentos más famosos. Los niños se identifican con sus personajes y, cosa curiosa: “Andersen se permite, también por primera vez, el desenlace triste. El soldadito de plomo es fundido en el horno, la pequeña vendedora de cerillas muere helada en la calle y la desgraciada sirenita se derrite en la espuma cuando acaba su vida terrestre”.5

En Dickens, después de mil avatares –y, a veces, por exigencias del público o editores– el final es feliz; en cambio, en Andersen, muchas veces el final, como acabamos de explicar, es desgraciado o, al menos, triste, melancólico, demasiado real, incluso; aunque tremendamente lírico y poético.

En suma, tanto las novelas de Dickens como los cuentos de Andersen se siguen leyendo con gusto y desazón, ya que, en muchos casos, nos sentimos impotentes ante las penalidades que se nos narra. Y es que ambos autores sufrieron tanto durante su infancia que quisieron plasmar este sufrimiento para evitar que otros niños fuesen tan desgraciados
como ellos lo habían sido y para demostrar que se podía escapar de la miseria con tenacidad.

Notas:

  1. Martín de Riquer y José María Valverde, Historia de la Literatura Universal, vol VII: Romanticismo y Realismo, Barcelona, Planeta, 1985, pág. 433.
  2. Juliette Frolich, Los Cuentos de Andersen, Barcelona, Crítica, 1987, pág 120.
  3. Ibid., pág. 7.
  4. Paul Hazard, Los libros, los niños y los hombres, Barcelona, Juventud, (1988), pág. 163.
  5. Bettina Hürlimann, Tres siglos de literatura infantil, Barcelona, Juventud, 1968, pág 122.

Autor: Anabel Sáiz Ripoll

Anabel Sáiz Ripoll es Doctora en Filología y Profesora de Secundaria en el IES Jaume I de Salou.


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