El difícil arte de hacer tebeos

Para poder realizar una historieta hacen falta fundamentalmente tres habilidades: saber escribir, saber dibujar y dominar la narrativa gráfica. Se trata de habilidades muy diferentes que no tienen por qué coincidir en una misma persona, y que de hecho no suelen hacerlo. Quizás, si somos conscientes de todo el trabajo que hay que realizar y de todas las habilidades que hay que dominar para hacer una buena historieta, seremos capaces de ver este medio con otros ojos, con más respeto.
La mayoría de la gente no es consciente del trabajo que conlleva realizar eso que usualmente llamamos cómic, tebeo o historieta. Suele creerse que, pongamos por caso, una historieta de seis o siete páginas a tamaño estandar las hace el autor en un par de noches. Incluso los que admiran unas páginas muy bien dibujadas con mucho detalle y se dan cuenta del trabajo de elaboración que eso supone, en general ni sospechan la labor que hay detrás, previa al momento de colocar la plumilla, el pincel o el rotulador sobre el papel.
Este desconocimiento tiene en parte su origen en la escasa consideración que ha tenido la historieta en nuestro país y fuera de él. Por un lado está el prejuicio fuertemente arraigado de considerar este medio de expresión como algo dirigido al público infantil y juvenil y que, por tanto, no merece especial atención. Por otro, la escasa entidad de la mayor parte de la producción española a lo largo de su historia, en buena medida producto lógico de una industria –cuando esa industria existía– paupérrima, explotadora y escasamente considerada de cara a los autores a los que exprimía. Una tercera causa está, en las últimas décadas, en la falta de ideas y exceso de pretensiones de muchos creadores, autores de obras notables por sus filigranas gráficas pero carentes por completo de contenido, que olvidaron, o quizás ignoraban, que una historieta es, ante todo, una narración, una narración gráfica, y que lo primero que se necesita para realizarla es tener algo que contar.
La consecuencia es que difícilmente se valora aquello que se ignora o desprecia. A la inversa, no se aprecia lo que no se sabe valorar. Si uno fuese consciente del enorme trabajo que hay detrás de una historieta, de las dificultades que entraña, podría aprender a respetar ese trabajo y la obra resultante, incluso cuando ésta resulte fallida, es decir, cuando, habiéndolo intentado, el autor no consigue conectar con el lector.
Y es que realizar una historieta, una buena historieta quiero decir, es muy difícil. Cualquiera con un conocimiento rudimentario de dibujo, un lápiz y un papel puede realizar cuatro monigotes más o menos resultones, ponerles textos y decir: “ésto es un cómic”. De la misma manera que cualquiera capaz de poner una palabra detrás de otra puede, con un procesador de textos rellenar cien folios y decir que ha escrito una novela, u otro con una cámara de video doméstico o un móvil puede grabar una serie de escenas y decir que ha rodado una película. Pero claro, todos sabemos que la cosa no es tan sencilla.
No es ociosa la equiparación con la literatura o con el cine, ya que la historieta –prefiero llamarla así, o incluso “tebeo”, a “cómic”, porque me parece absurdo referirme a cualquier cosa con un término procedente de otro idioma cuando tenemos en el nuestro términos que lo definen igualmente– es un arte, o si se quiere un medio, narrativo, definido por muchos como literatura dibujada o narrativa gráfica. Es decir, es un medio que se vale de secuencias de dibujos para contar una historia, de la misma manera que el cine emplea la imagen en movimiento y la literatura la palabra escrita. Teniendo la historieta, es cierto, su origen en los relatos ilustrados, se diferencia de éstos en que su fundamento no es el texto, sino los dibujos, pasando el texto –generalmente en forma de diálogos– a ser un simple apoyo de aquéllos. El medio con el que está más emparentada es, obviamente, el cine, y del cine ha ido tomando prestados muchos elementos y recursos a lo largo de su historia.
Para poder realizar una historieta hacen falta fundamentalmente dos cosas: saber escribir y saber dibujar. Se trata de habilidades muy diferentes que no tienen por qué coincidir en una misma persona, y que de hecho no suelen hacerlo, cosa que se olvida muy a menudo. La historia de la historieta está llena, desde sus orígenes hasta nuestros días, de multitud de “autores completos”, muchos de ellos verdaderos genios de este medio de expresión, que escribían y escriben las historias que ellos mismos dibujaban o dibujan. Pero se olvida que a menudo esos autores contaban con ayudantes y colaboradores que dibujaban los fondos, que pasaban a tinta, que rotulaban los textos y coloreaban, y que incluso escribían, en el anonimato, el guión de la historia que luego dibujaba y firmaba el maestro. Por otra parte, hay muy buenos dibujantes que, incluso habiendo obtenido la fama convirtiendo en imágenes los argumentos de otros, han sentido la necesidad de crear sus propias historias y lo han llevado a la práctica, con desigual fortuna.
Personalmente opino que es perfectamente legítimo e incluso puede ser importante para la propia autorrealización personal que un dibujante intente escribirse sus propios guiones. De hecho, no hay nada más satisfactorio que idear una historia y realizarla, entera, uno mismo, sin ayuda de nadie. Y creo que, si uno lo desea, es su obligación intentarlo. Pero se suele olvidar que querer no es siempre poder. Lo dicho, se trata de habilidades, de disciplinas distintas, y uno puede estar dotado para una y en absoluto para otra. Empeñarse en hacer algo para lo que uno no está capacitado es siempre contraproducente: hay infinidad de ejemplos de historietas en las que formidables dibujantes desperdician su talento al servicio de historias sin interés ni consistencia.
Pasemos a la otra cara de la moneda. ¿Cómo de bueno ha de ser un dibujante para poder realizar una historieta? Bueno, para este medio hace falta ser capaz de dibujarlo todo, pues todo puede aparecer en una historieta. Lo ideal sería un dominio completo y perfecto de la figura y el rostro humanos en todas sus posiciones, ángulos y expresiones, así como de la representación en todos sus detalles de animales, plantas y toda clase de objetos, vehículos, edificios y paisajes, de la perspectiva, la composición, el color, etc. Ahora bien, es evidente que hay muchas personas que tal vez no tengan un especial interés en el dibujo en sí, y para el que éste no sea sino un medio para realizar lo que realmente les apasiona, es decir, dibujar historietas, contar historias por medio de imágenes. Muchas de esas personas han aprendido, mal que bien, a dibujar precisamente para poder alcanzar ese objetivo. Algunas se han convertido en estupendos dibujantes, y otras, quizás menos dotadas o simplemente menos dispuestas a invertir las muchas horas y horas de práctica que ello requiere, no pasan de un nivel artístico muy básico, si bien a menudo luego se muestran como excelentes narradores gráficos. Por el contrario, hay magníficos dibujantes, grandes y cotizados ilustradores, que sin embargo, cuando se han embarcado en la aventura de la historieta, se han mostrado como unos narradores gráficos decididamente mediocres cuando no infumables. Para dibujar historietas, basta, muchas veces, –también dependiendo, claro está, del tipo de historieta de que se trate– con un dibujo correcto pero atractivo y, sobre todo, muy expresivo –aunque si el dominio del dibujo es alto, mucho mejor–, a condición de desarrollar una eficaz narrativa gráfica.
He hablado antes de dos habilidades, pero, como puede verse, en realidad son tres. Esta tercera, la narrativa gráfica, es más indefinible, y consiste, como su nombre indica, en la capacidad de contar una historia por medio de dibujos. Se puede ser un gran escritor y fabulador y se puede ser un magnífico dibujante, pero para hacer una buena historieta es necesario conseguir que los dibujos cuenten la historia, con o sin el apoyo del texto escrito; de otra forma tendremos quizás una buena historia y unas excelentes ilustraciones, pero si no sabemos imprimirle una continuidad, una fluidez y un ritmo determinados, en suma, darle interés, naufragaremos de forma estrepitosa. Esta disciplina, la del narrador gráfico, tiene mucho que ver con la del director de cine. Éste pone en escena un guión previamente escrito, maneja a los técnicos y a los actores, y coordinando el trabajo de todos convierte ese guión en una película, en una historia en imágenes. En la historieta, esta labor, la de la puesta en escena, viene determinada por el guionista, si éste confecciona un guión técnico, o por el dibujante, o bien por ambos.
Ahora bien, en una película existe al menos un productor, un guionista, un director, unos actores, un director artístico, un cámara, técnicos de sonido, maquilladores, decoradores, sastres, peluqueros, músicos, coreógrafos, y ayudantes y asesores de toda clase, amén de un número indeterminado de figurantes. Cada una de esas personas se ocupa de un aspecto determinado de la película y entre todos suman sus talentos, bajo la batuta del director, para realizarla. El autor de historietas, sin embargo, está generalmente solo, o todo lo más en compañía de uno o unos pocos compañeros o colaboradores. Todo el trabajo que en una película –en cualquier película– es llevado a cabo por un verdadero tropel de especialistas, en la historieta recae generalmente sobre las espaldas de una o dos personas. Imaginemos por un momento una película en la que todas las labores son desempeñadas por sólo una o dos personas. Pues eso, ni más ni menos, es una historieta. Salta a la vista entonces que las tres disciplinas esenciales a las que me he referido tienen que estar complementadas con otras habilidades, quizás menores, pero indispensables: desde el trabajo de documentarse para crear o recrear diferentes ambientes, pasando por un sentido de la puesta en escena que te permita colocar cada personaje en su lugar del escenario, hasta la capacidad de hacer actuar convincentemente a esos mismos personajes, y otras muchas más. Otros autores y yo mismo, en estas mismas páginas, explicamos todo esto con más detalle en diferentes artículos.
Vuelvo a lo que decía al principio. Quizás, si somos conscientes de todo el trabajo que hay que realizar y de todas las habilidades que hay que dominar para hacer una buena historieta, seremos capaces de ver este medio con otros ojos, con más respeto, y tal vez nos animemos a leer aquellas obras que merezcan la pena, disculpando en su caso defectos inevitables por la propia dificultad intrínseca, según hemos visto, de hacer un trabajo redondo, sólo posible en la mayoría de los casos sumando una serie de habilidades muy difíciles de reunir en una sola persona, incluso en un pequeño grupo. Pero también muchos autores, noveles y veteranos, aficionados y profesionales, deberíamos plantearnos las mismas cuestiones: ser más conscientes de las exigencias que conlleva embarcarse en esta aventura, y analizar críticamente nuestro trabajo con ánimo de hacerlo lo mejor posible. Eso, si queremos sentirnos satisfechos de lo que hacemos, lo primero; y segundo, si pretendemos que, además, el público lo lea.
Autor: Ángel Olivera Almozara
Ángel Olivera Almozara (Madrid, 1958) es escritor y dibujante de historietas. Ha colaborado en revistas como Cucarrete, Flor de Tintero, Radio Etiopía, Yellow Kid, y es autor de los monográficos “Pequeña Historia de Andalucía” y “Fermín Salvochea”. Como faneditor, destacan sus obras Irán Aderbash y Halcones del Espacio. Prepara un libro de ensayo sobre Jijé y un álbum para la serie histórica “12 del Doce” de la Diputación de Cádiz. Las ilustraciones de este artículo, exceptuando la primera, se han extraído del libro El taller del còmic editado por Zendrera Zariquiey (2003).

