Entrevista a Javier Sáez

Javier Sáez supo desde pequeño cuál sería su profesión. La ilustración ha ocupado buena parte de su vida, así como la lectura de tebeos y otros muchos libros que le han servido de inspiración. A lo largo de su trayectoria ha ido experimentando con diferentes texturas y públicos a los que dirigir sus dibujos. Actualmente tiene dos obras pendientes de salir a la venta.
Con Javier Sáez siempre se recupera el placer de conversar, de escuchar, de aprender, aunque hoy se trate de una ciberconversación. Imagino a Javier contemplando el Mediterráneo o el Cabecó d’Or, con un caballete del que cuelga una de sus pinturas, el resto, apoyadas en la pared. Su vocación de escritor y de ilustrador viene desde la infancia, antes de las mil y una lecturas que realizó del Viaje al centro de la tierra y de las visitas a La ilustración Ibérica o los Álbumes Nestlé. La voluntaria elección de caminar entre el realismo y la fantasía como dos formas de ver la realidad, “un entorno real que el autor refleja a su manera y el entorno fantástico como una puerta a lo desconocido”; o la cuidada selección de unas tablillas de aglomerado, o de papeles de estraza o de embalar que responden a una idea de respeto a lo material, a su fugacidad, a su fragilidad confirman que en su obra no hay nada improvisado. Es uno de los ilustradores y escritores con más personalidad de nuestro panorama. Se mantiene un poco al margen de las producciones de la literatura infantil y juvenil actuales y continúa entreteniendo y entreteniéndose con sus obras.
¿Cuándo comenzaste a escribir y a ilustrar?
Comencé a escribir y a dibujar muy pronto, antes de ir a la escuela. Creo que en aquella época no discriminaba muy bien entre ambas cosas; mis dibujos aparecían recorridos por palabras, del mismo modo que en las películas vemos y oímos a la vez. A veces formaban secuencias, y siempre contaban historias. Creo que no me he alejado mucho de esos comienzos.
¿Qué influyó más en ti en esos comienzos el paisaje humano, el paisaje geográfico o el paisaje libresco?
En lo que se refiere a las influencias, me resisto a hablar de paisajes. El paisaje sugiere un observador que lo ordena y lo convierte en un conjunto. Sin ese observador, no podemos hablar de paisaje, de manera que el observador, con la libertad que le es propia, es un hecho anterior al paisaje. Sucede en los cuadros de Friedrich: es el observador el que hace al paisaje, no al revés. ¿Cómo podríamos entonces decir que un paisaje nos influencia, cuando es nuestra propia forma de representación del mundo?
Prefiero decir que recibimos un sinfín de impresiones de la realidad, a través de nuestra propia experiencia o de las representaciones que otros han elaborado, y que, a veces, las convertimos en paisaje. Algunas de estas impresiones, por motivos que se me escapan, se convierten en significativas, y entonces podemos llamarlas sugestiones. Estas sugestiones, consolidadas a través de la memoria, constituyen una especie de museo particular de cualquier persona. Si me he dedicado a escribir y a ilustrar libros es por la presión que ejercen estas sugestiones, que por otra parte no suelen aumentar ni disminuir. Su población se mantiene más o menos estable.
Pero como en otras cuestiones, aquí también interviene la libertad. No somos libres para decidir qué nos impresiona, pero sí para tomar decisiones respecto a ese museo al que me he referido.
Y, a propósito de la secuenciación de imágenes de la que hablabas, ¿quieres decir que esas “impresiones de la realidad”, esas “sugestiones” provenían en mayor medida del cine y del tebeo? ¿Influyeron éstos en tu forma de contar las historias? ¿Qué leías?
Hace un momento hablábamos de influencias y de paisajes. Me he referido a las influencias como un conjunto heterogéneo de “sugestiones” que sólo llegan a formar algo parecido a un paisaje después de una laboriosa organización. Esas sugestiones, por seguir usando la misma palabra, pueden originarse en cualquier situación, bien sea como parte de la experiencia cotidiana o como resultado de la lectura de un libro. En realidad estamos hablando de la memoria, a la que imagino como una playa sin servicio de limpieza: la corriente va arrojando allí lo que tiene a bien, y lo que queda en la arena es un confuso museo en el que hay que poner orden.
En ese sentido, el cine y los tebeos jugaron un papel importante para los niños de mi generación. Proporcionaban un caudal de historias, y lo que es más importante, de historias visibles. Sin duda muchos de mis primeros dibujos fueron provocados por imágenes de la televisión o tomadas de los libros. Pero también de cosas comunes, de la vida cotidiana.
En cuanto a las lecturas, tengo en primer lugar el recuerdo de haber pasado mucho tiempo hojeando libros ilustrados. No creo que fuera muy selectivo: veía todo lo que había en mi casa, libros de mi padre, libros de texto de mis hermanos, cuentos o periódicos. Me gustaban los tebeos, los libros de la Colección Historias pero también La ilustración Ibérica o los Álbumes Nestlé que había por mi casa.
Esas inquietudes tan tempranas por el dibujo y la escritura te llevaron a estudiar Bellas Artes en Valencia. ¿Comenzaste escribiendo e ilustrando para niños o no tenías un destinatario concreto en tu época valenciana?
No, no tenía ningún destinatario concreto. Incluso la idea de finalidad se me escapaba por entonces. La facultad de Bellas Artes, tal como la recuerdo –imagino que ahora más– estaba dominada por un frenesí vanguardista que paradójicamente tenía algo de anacrónico. Sólo en los dos últimos años recuerdo una asignatura en la que se trataba directamente la narración a través de imágenes. Disfruté mucho entonces volviendo a hacer dibujos que contaban cosas, pero no sabía bien qué quería contar ni a quién; tal vez por eso sigo conservándolos.
Ahora pienso que me hubiera venido mucho mejor una formación más académica: dibujar estatuas con carboncillo y todas esas cosas anticuadas.
En el Animalario, sin embargo, creo que has trabajado con los libros de Historia Natural del XIX. En este caso, ilustras la obra de otro autor. ¿Qué diferencias encuentras entre ilustrar para otro autor vivo, para un clásico –Andersen– y para tus propias obras?
El Animalario es una obra propia, de principio a fin. Se trata del fruto de una colaboración estrecha con Miguel Murugarren, una persona con la que mantengo una amistad desde hace muchos años. Este libro no surgió como “ilustración para un texto”, sino como un juego que desarrollamos juntos y que acabó por precipitarse en una forma estética determinada. Dentro de ese molde, los elementos estéticos y los textos adquirieron una importancia semejante. Se trataba, por expresarlo de un modo simple, de que el libro actuara, de que representara por su cuenta hasta llegar a ser un libro de una clase especial, uno de esos libros de Historia Natural de los que hablas.
El caso de Andersen es completamente diferente. En él la ilustración no se propone alterar el género al que pertenece el libro. Andersen llega al ilustrador como Andersen, mientras que Revillod es alguien a quien hay que inventar.
¿Cuál es el proceso de creación que sigues como autor e ilustrador? ¿Precede el texto a la ilustración? ¿Trabajas el texto escrito a partir de la ilustración?
Preferiría no hablar de “creación”, puesto que esta palabra sugiere un poder que va mucho más allá del que pueda reivindicar cualquier ser humano, pero la tomaré en un sentido figurado: si aún así hablamos de un “proceso de creación”, ha de tratarse sin duda de un proceso complejo, en el sentido de que pueden reconocerse varias fases en él. Anteriormente me referí a las “sugestiones” como a un fondo de impresiones que pesan sobre el mundo anímico del autor, que contribuyen a crear una atmósfera. En ese clima surgen lo que podrían llamarse “invenciones”, que son algo así como imágenes fuertes o ideas capaces de convertirse en nudos, de crear una historia alrededor. Esas invenciones son tanto visuales como narrativas. Son semillas. Podrían convertirse en cuadros, o en libros, o en películas, según el caso.
Lo normal es que a partir de una de ellas se desarrolle un libro ilustrado. Dentro de este proceso cuesta conceder una prioridad, sea a la imagen o a la palabra. Me imagino que es algo semejante al cine. Al menos, si yo fuera director, procuraría estar atento a la película como a un todo, intentaría pensar la película en imágenes, diálogos y música a un tiempo. Una forma artística no puede ser un traje para vestir a otra.
Sé de tus idas y venidas a Valencia en busca de papeles que después utilizas en tu obra, o de otros materiales con los que consigues nuevas texturas. ¿Qué materiales utilizas y con qué objetivos?
La actividad artística no es una actividad meramente especulativa. Es una práctica, y en ella los materiales desempeñan un papel muy importante. Creo que fue Flannery O’Connor quien habló del arte como de un proceso de encarnación. Ésta es una perspectiva eminentemente cristiana, como Flannery sabía muy bien y yo mismo me complazco en reconocer. Las ideas no se posan en las palabras ni en las imágenes, sino que nacen en ellas. Hay una confrontación con el material, aunque no pretenda hacer de esa confrontación un motivo en sí mismo. La huella del autor no me interesa, pero sí que el material sea un cooperador necesario en ese proceso de encarnación. Para ello creo que son más eficaces los materiales no específicamente artísticos: papeles de estraza, tablas de conglomerado o chapas de aluminio son los materiales que más he utilizado.
¿Cómo definirías tu estilo?
He intentado trabajar con independencia de cualquier estilo. Soy consciente de que acaba por resultar una manera de trabajar, pero no estoy interesado en que se me identifique o no se me identifique con ella. Me interesan los libros como puertas para acceder a otros mundos, no como espejos.
Un nombre de ilustrador...
Ilustrador: Roberto Innocenti.
Un nombre de escritor...
Es una pregunta increíblemente dificil y a la que no puedo responder.
Tu libro más complejo...
Mis libros son simples. Pom... Pom... ¡Pompibol!, por ejemplo, puede resultar extraño a algún lector, pero no se trata de una obra compleja, al menos en su estructura.
¿Crees en la responsabilidad del escritor y del ilustrador?
Creo que la responsabilidad social más auténtica de un escritor debería ser no presumir de que la tiene. De lo contrario, acaba por producirse algo muy irritante: se convierte en uno de esos “guardianes de la cultura” que tienden a agruparse en sectas y a inmiscuirse en las conciencias ajenas como si ése fuera su derecho.
Me basta con conseguir algo que no incomode mi conciencia, que en alguna medida me sorprenda, que si puede ser, me haga reír.
En otra entrevista hablaste de la deserción del lector.
No recuerdo haber hablado de esa deserción, pero creo que forma parte de la libertad del que lee. No nos corresponde usar esa expresión en un sentido moral, a no ser que estemos hablando de nuestra propia responsabilidad como autores, editores o personas relacionadas profesionalmente con los libros. Las circunstancias que rodean la lectura son muchas, y a menudo desfavorables. Desde ese punto de vista me temo que sí puede hablarse de una deserción del lector, se trata de una deserción inducida.
El hecho es que sí puede constatarse una disminución del hábito de la lectura en los niños y una menor presencia del libro como elemento capaz de influir en la sociedad. Estoy seguro de que me habré referido a eso.
¿Qué significa América para ti y el recibimiento que te han dado los escolares?
América representa mucho para mí, especialmente México. Allí he encontrado un interés muy profundo por la actividad del escritor/ ilustrador de álbumes. La gente me ha tratado muy bien. El hecho de que los escolares conozcan tu trabajo es también verdaderamente sorprendente y estimulante.
Tu próximo trabajo...
Océano está a punto de publicar un libro que se titulará Soñario o Diccionario de sueños del Doctor Maravillas. También estoy trabajando en una pequeña serie titulada El pequeño rey, para Ediciones Ekaré. Por lo demás muchas de estas ilustraciones ya han sido publicadas:
– El baile (El valiente soldado de plomo, H. C. Andersen, Anaya, 2004).
– El lantuch y La llave de Genendel (Cuentos para niños, I.B.Singer, Anaya, 2004).
– La casa (aparecida en la revista CLIJ).
Autor: Ramon F. Llorens
Ramón F. Llorens es Doctor en Filología Hispánica y Profesor Titular de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Alicante.
Autor: Javier Sáez
Javier Sáez es escritor e ilustrador. Es Licenciado en Bellas Artes. Ha sido seleccionado para la exposición The White Ravens 2004 de la Internationale Jugendbibliothek de Munich, por Los tres erizos. Premio al Libro Mejor Ilustrado de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil de México 2004, por Animalario Universal del Profesor Revillod, Premio Los Mejores Libros y CD-ROM’s para Niños y Jóvenes del Banco del Libro de Venezuela 2005, en la Modalidad Infantiles Originales, por Animalario Universal del Profesor Revillod.

