La pasión de Cristo

Hacía tiempo que un film no levantaba tanta controversia como La Pasión de Cristo de Mel Gibson. Este personal repaso a las últimas horas de la vida de Jesucristo, además de polémico, puede resultar una herramienta nada desdeñable para instruir al alumnado.
Los antecedentes
Para encontrar la génesis de la película, nos tenemos que remontar 12 años atrás, en el momento en el que Mel Gibson, tras pasar una época caracterizada por todo tipo de excesos, se encuentra en medio de una crisis espiritual que le empuja a reexaminar su propio sentido de la fe y más en concreto, a meditar sobre la naturaleza del sufrimiento, el dolor, el perdón y la redención. Gibson sintió la necesidad de explicar a los espectadores, con la mayor fidelidad posible, como habían sido las últimas horas de Jesucristo, de explicar el origen y las motivaciones del enorme sacrificio que él hizo por todos nosotros. El director quería mostrar su punto de vista sobre la historia, implicarse, como cristiano, en aquello en lo que creía y, de esta manera, ofrecer una obra que sirviera para reflexionar sobre la fe, la figura de Cristo y la idea de religiosidad.
Lo que el director tenía claro era que, para llevar a cabo este proyecto, salido directamente de su corazón, tenía que intentar aplicar las características del cine actual (el realismo y la visceralidad de la fotografía, el diseño de producción y el estilo interpretativo, los efectos especiales) al tema de la Pasión e intentar acercar su mensaje a los nuevos espectadores. Era imprescindible que la película fuera un producto de su tiempo, una muestra de cómo el cine es capaz de adaptar su narrativa a cualquier tipo de historia.
Gibson coescribió el guión de la película con Benedict Fitzgerald, uno de los guionistas más interesantes de Hollywood, tras sumergirse en los relatos de los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. A pesar de la fidelidad a los textos evangélicos, Gibson quería entrar dentro de un terreno narrativo inexplorado, de una forma de hacer cine donde las pretensiones artísticas, la fidelidad argumental y la devoción personal se encontraran y se dieran la mano. En palabras del director: “Cuando tocas una historia tan conocida y con tantas preconcepciones diferentes, lo único que puedes hacer es mantenerte lo más fiel posible a la historia y a tu propia forma de expresarla creativamente”.
Respecto a su decisión de lograr el mayor realismo físico, Gibson añade: “Realmente quería expresar la magnitud del sacrificio, al mismo tiempo que su horror. Pero también quería una película que tuviera momentos de verdadero lirismo y belleza y un permanente sentimiento de amor porque, a fin de cuentas, es una historia de fe, esperanza y amor. Ésta es, en mi opinión, la historia más grande que podamos nunca contar”.
Una vez redactado el guión, surgió otro problema: Gibson quería rodar la película en las lenguas que se hablaban en la época, arameo y latín vulgar, lo que, al condicionar ello el subtitulado, resultaba un lastre para su posterior explotación comercial. Las compañías productoras, ante el miedo de que la película resultara un fracaso en taquilla, no vieron con buenos ojos ni esta decisión ni, por supuesto, la violencia implícita del relato. Las presiones para que el director australiano realizara cambios en la película hicieron que éste, con buen criterio, decidiera producirla íntegramente a través de su compañía Icon Pictures. De esta manera no sólo salvaguardaba su independencia artística, sino que también se convertía en único responsable, para lo bueno y para lo malo, del resultado final.
La elección del actor principal no fue fácil. Gibson quería un intérprete que no sólo tuviera el talento necesario para dar la intensidad dramática que requería el personaje, sino también que estuviera implicado emocionalmente con la historia. Al final fue James Caviezel, actor de carácter que pudimos ver en La delgada línea roja de Terrence Malick y católico practicante, el que encarnó a uno de los Jesucristos más creíbles de la historia del cine. El resto del reparto lo completaron intérpretes de nacionalidad italiana o de los países del este que, con la excepción de la bellísima Mónica Bellucci en el rol de María Magdalena, resultaban completamente desconocidos para el gran público.
Con un presupuesto de treinta millones de dólares, bastante ajustado para una película norteamericana, el rodaje se llevó a cabo en tierras italianas. Así, en los conocidos estudios de Cinecittà, a las afueras de Roma, se reconstruyó la ciudad de Jerusalén en un único e inmenso decorado creado por el diseñador de producción Francesco Frigeri y el diseñador de decorados Carlo Gervasi. Este impresionante complejo incluía el templo donde el tribunal religioso juzga a Cristo, el patio en el que tienen lugar varias audiencias ante el Palacio de Pilatos y la cámara en la que Jesús es golpeado y azotado. Las escenas de la crucifixión se rodaron en la bonita ciudad de Matera, en la región de Basilicata, al sur de Italia, en el mismo lugar donde Pier Paolo Pasolini rodó El evangelio según San Mateo en 1965.
Con el objetivo de lograr la máxima fidelidad posible, Gibson le pidió al Director de Fotografía Caleb Deschanel que creara para la película una atmósfera similar a la de las obras del pintor del Barroco italiano Caravaggio, cuyas imágenes son conocidas por el brillante naturalismo que emana de sus profundos contrastes entre luces y sombras. “Considero su trabajo fabuloso”, comenta Gibson de Caravaggio. “Es violento, es oscuro, es espiritual y tiene además una peculiaridad extraña y singular”.
Otro de los puntos clave de la película era el maquillaje. Gibson sabía que para crear el crudo y atormentado realismo que buscaba para las escenas de la flagelación y la crucifixión, necesitaría a los mejores técnicos de maquillaje del mundo. Por ello trajo desde los Estados Unidos a Keith Vanderlaan y Grag Cannom, cuya experiencia contrastada lograría hacer creíble el cuerpo mancillado de un James Caviezel que llegó a soportar hasta siete horas diarias de maratonianas sesiones de maquillaje.
Una vez finalizado el rodaje, empezaron los verdaderos problemas para el director. La comunidad judía, sin haberla visto, empezó a tachar a la película de racista y xenófoba, señalando que los judíos quedaban en ella como los únicos responsables de la muerte de Cristo. A partir de ese momento, judíos radicales de todo el mundo empiezan a lanzar feroces criticas sobre la cinta y a presionar a las grandes distribuidoras para que ésta nunca llegue a las pantallas. Gibson, en un claro afán conciliador, proyecta la película a una serie de expertos religiosos que dan su visto bueno. Las declaraciones se suceden y las acusaciones de afrenta a la religión judía son una constante los días previos al estreno.
Las presiones de esta comunidad son tan enormes que, en algunos momentos, se piensa que la película nunca verá la luz. Tras no pocos tiras y afloja, la cinta se estrena el 29 de febrero de 2004 en unos tres mil cines, alcanzando una recaudación de más de 83 millones de dólares durante el primer fin de semana. El éxito es tan impresionante que, sólo dos meses después, la obra de Gibson ya lleva recaudados más de 300 millones de dólares sólo en el mercado norteamericano. Su éxito, y su enorme polémica, se repiten a lo largo y ancho del globo.
La crítica ha respondido de forma muy diversa a la película. Mientras unos censuran, no sin grandes dosis de prejuicios por su parte, su excesiva crudeza y efectismo, otros alaban sus virtudes artísticas y la coherencia entre las imágenes y el mensaje que éstas quieren transmitir. Respetando todos los puntos de vista, la polémica causada por la película demuestra una realidad incuestionable: es muy difícil enjuiciar una obra de arte sin dejar de lado nuestra ideología y concepción particular del mundo. Sea como fuere, el público responde y la cinta se convierte en uno de los títulos fundamentales del año 2004.
La historia
La Pasión de Cristo recrea las últimas doce horas de la vida de Jesús de Nazaret, desde el momento en el que acude al Monte de los Olivos hasta el momento de su muerte en la cruz. Tras la última cena, Jesús acude a Getsemane a orar y a enfrentarse a las tentaciones de Satanás. Poco después, sufre la traición de su discípulo Judas Iscariote, siendo arrestado y conducido a Jerusalén para ser juzgado, según denuncian los fariseos, por blasfemia. Jesús es presentado ante Pilatos, el gobernador romano en Palestina, quien escucha las acusaciones levantadas contra él y se da cuenta de que se trata de un conflicto político, delegando el asunto en el rey Herodes que no tarda en devolverlo a las autoridades romanas para ser juzgado. De nuevo ante Pilatos, éste ofrece al pueblo la oportunidad de elegir a quién liberar: a Jesús o al asesino Barrabás. La multitud elige a Barrabás y condena a Jesús, que es puesto en manos de los soldados romanos y flagelado brutalmente como castigo. Aunque Pilatos trata de hacer ver a la multitud que el castigo ya ha sido suficiente, los fariseos no lo consideran así. Lavándose las manos, ordena a sus hombres cumplir los deseos del pueblo y Jesús es condenado a muerte. Jesús deberá cruzar las calles de Jerusalén cargando con la cruz camino del monte Gólgota, donde será crucificado. Allí, clavado a la cruz junto a dos ladrones, superará la última tentación del diablo y perderá el temor a ser abandonado por su padre. Sobreponiéndose a su miedo, mira a María, su madre, y pronuncia palabras que sólo ella puede entender: “Todo está acabado”; finalmente expira diciendo: “En tus manos entrego mi espíritu”. Las fuerzas de la naturaleza se rebelan en el momento de la muerte de Cristo destrozando el templo de los fariseos. Sólo tres días después Jesucristo resucitará de su tumba.
Nuestra opinión
Los temas religiosos y el cine, a lo largo de la historia, han tenido una relación plagada de claroscuros. Siempre que el mundo del séptimo arte ha sido respetuoso con los textos o con los cánones oficiales marcados por cada una de las confesiones, nunca han existido problemas para que las películas pasaran por las carteleras sin causar excesivo revuelo e, incluso, con el apoyo de las instituciones. Así ha pasado con la mayor parte de adaptaciones de la vida de Cristo que se han realizado desde los albores del cine; nunca nadie ha puesto peros a las visiones que Cecil B. DeMille, Nicholas Ray, Pier Paolo Pasolini, o Franco Zeffirelli llevaron a cabo con mayor o menor fortuna. Obviamente, eso mismo podríamos decir sobre las cintas que, desde las cinematografías islámicas u orientales, han retratado la vida de Mahoma o Buda.
Los problemas, por regla general, siempre los encontramos con aquellos títulos que se han salido de las doctrinas oficiales de la iglesia. Esto sucedió, por poner algunos ejemplos, con la experimental –e insoportable– Yo te saludo María de Jean-Luc Godard, con la polémica e interesante La última tentación de Cristo de Martin Scorsese, con la irreverente y divertidísima La vida de Brian de Monty Python o con la transgresora y underground Jesús: la película del alemán Jörg Buttgereit. Todas ellas han causado no poco revuelo el día de su estreno y han provocado, en algunos casos, que los directores se vieran amenazados por masas enfervorecidas de fanáticos incapaces de aceptar que, en esta vida, todas las opciones y puntos de vista son válidos y respetables.
Lo que nunca había pasado hasta la fecha es que una película sobre la vida de Cristo, escrita y dirigida por un cristiano integrista que, además, adapta con una fidelidad obsesiva el espíritu y la letra de las Sagradas Escrituras, haya hecho correr tantísimos ríos de tinta. Sin términos medios, a La Pasión de Cristo o se la adora o se la detesta con el mismo fervor y entusiasmo. Mientras unos destacan la exactitud y honestidad con la que Gibson retrata los últimos días en la vida de Cristo, otros, dejando de lado los temas religiosos, critican el ideario religioso y político de Gibson y le achacan que su película sea únicamente un muestrario de martirios y torturas filmados con crudeza y sadismo. Eso sin enumerar las críticas llevadas a cabo por la comunidad judía que, sin demasiada razón, consideran que la cinta atenta contra su cultura y religión.
Sea como fuere, dejémoslo claro desde el principio: para quien suscribe (y les aseguro que soy, desde el punto de vista religioso, “asépticamente” agnóstico) La Pasión de Cristo es una obra maestra; un ejercicio sobresaliente de cine y de capacidad narrativa por parte de uno de los directores más interesantes de la actualidad. Repito y reitero: yo únicamente manifiesto una opinión personal, un punto de vista que intentaré justificar en las líneas que siguen a continuación.
El gran acierto de Gibson ha sido su capacidad para crear una película profundamente espiritual. Dejando de lado las creencias de cada uno de nosotros, el director es plenamente consciente que el mensaje en el que cree sólo puede llegar a los espectadores a través de una historia donde la emoción sea el elemento principal. Por ello, además de una impresionante puesta en escena, una genial fotografía, una acertada selección musical o unas ajustadísimas interpretaciones, Gibson ha querido, a través de su película, ofrecer una visión del personaje en la que, los espectadores, sean conscientes de su verdadera dimensión, del valor de su sacrificio. Así, Gibson no se molesta en teorizar sobre la dimensión divina del personaje; deja que seamos los propios espectadores los que observemos la historia y saquemos nuestras propias conclusiones, los que entendamos la verdadera dimensión espiritual de Jesucristo. Para ello, el cineasta juega con el tiempo narrativo ofreciendo saltos hacia atrás que sirven como contrapunto espiritual a las dramáticas imágenes que se desarrollan durante la pasión y martirio.
Así, las secuencias en las que los distintos personajes recuerdan su relación con Jesucristo, siempre preceden a los momentos más violentos y crueles. El director, de esta manera, quiere puntualizar que a la bondad de Cristo, el hombre respondió con violencia; que ante su misericordia, los demás le hemos dado dolor. Desde un punto de vista meramente argumental, a Gibson le interesa dejar clara cuál fue la obra de Jesucristo y cuál el sufrimiento que tuvo que pasar para que su palabra llegara a todos nosotros. Por ese motivo encontramos plenamente justificadas las secuencias de tortura; sin su crudeza y carnalidad, sin su intensidad que roza los límites de lo soportable, sería imposible entender el sentido de su sacrificio, la importancia de su mensaje. Si, su visionado es desagradable, intenso... pero el impacto emocional que causa en los espectadores, el proceso de reflexión que nos provoca es fulminante. En el caso de esta película, la violencia no es un recurso para epatar; es una forma de despertar nuestra conciencia, de hacernos reflexionar sobre un acontecimiento que ha marcado, queramos o no, el devenir de nuestra cultura a lo largo de los siglos.
Como director, Gibson nos narra la historia a partir de la mirada de las personas que acompañan a Jesús durante su calvario. A este respecto, parece increíble como, a través de gestos, miradas, detalles, es capaz de mostrar el drama interior de los personajes, el dolor que expresan. En esta historia, los silencios son fundamentales, explícitos, narrativos. El punto de vista no es único, sino coral; cada uno ofrece su visión de la historia, explica su parte de implicación con Jesucristo. El hijo para María, el amigo para María Magdalena, el maestro para Pedro... De esta manera, y a través de las miradas de todos los que le rodean, el director define la verdadera esencia del personaje, la dimensión humana y espiritual del mismo.
Se puede o no ser cristiano, estar o no de acuerdo con las tesis expuestas por Gibson (tal vez habría que achacarle que se extienda demasiado en la secuencia del tránsito de la cruz hasta el monte calvario, momento que, con diez minutos menos, hubiera tenido mucho mayor ritmo e intensidad), pero no se puede negar su capacidad para emocionar, la habilidad en la puesta en escena y la perfección a la hora de conjugar los elementos cinematográficos: en esta parcela, Gibson ha demostrado ser un auténtico maestro. Simplemente la imagen de la gota de lluvia que cae del cielo como si fuera una lágrima de Dios, es uno de los mejores momentos de cine que uno ha podido ver en muchos años. Y es que, afortunadamente, el talento no tiene nada que ver con la ideología, la cultura, el credo o la religión. Por muy contrarias que sean éstas de las nuestras.
Visión didáctica del film
Desde un punto de vista didáctico, consideramos que toda la polémica que ha suscitado la película se tendría que dejar de lado. Indistintamente de cuál sea nuestra religión o nuestra filosofía vital, creemos que éste es un título que puede dar un juego enorme dentro de un proceso de enseñanza y aprendizaje. Hablar de La Pasión de Cristo únicamente bajo el paradigma de la asignatura de Religión, no sólo es limitar las posibilidades de la película, es también desaprovechar una ocasión única para que nuestros alumnos reflexionen a partir del cine.
Obviamente, las características de la historia y la violencia explícita de la misma, hacen que su aplicación esté recomendada a alumnos de los últimos años de Secundaria, Bachillerato y Universidad. Consideramos que trabajarla con cursos inferiores sería un error porque, con toda probabilidad, los estudiantes se quedarían con lo anecdótico y obviarían lo verdaderamente importante. De todas maneras, como decimos siempre, ha de ser el profesor el que, en última instancia, decida con qué alumnos la trabajará.
Al contrario de lo que hacemos con otros títulos, en el caso de La Pasión de Cristo, aconsejamos un visionado íntegro, sin fisuras. Creemos que en esta película las secuencias, vistas de forma independiente y descontextualizada, pierden su sentido y razón de ser. Sólo en el caso de querer trabajarla desde la asignatura de Latín, encontraríamos sentido a trabajar fragmentos concretos.
Dicho esto, veamos a continuación las posibilidades didácticas de la cinta.
Historia
La película está ubicada en un periodo temporal muy concreto dentro de la historia de la humanidad. Trabajar aspectos relacionados con el Imperio Romano, con las culturas de extremo oriente, los conflictos entre las distintas culturas o las estructuras intestinas de poder, podrían ser algunos de los aspectos a trabajar con la película. La fidelidad histórica de la cinta, también nos ayudaría a conocer determinados detalles sobre cómo era la vida en la época, algo que puede resultar sumamente interesante.
Desde el punto de vista la Historia del Arte, la cinta también se presta a varios tipos de aplicaciones. Desde la comparativa entre el tipo de arte occidental y oriental, hasta la estructura de los palacios y templos que aparecen en la cinta, todo ello puede tener una utilidad incuestionable. Aunque sea reiterar lo mismo, la fidelidad con la que Gibson ha intentado recrear la época, nos permite trabajar la historia ofreciendo a nuestros alumnos un referente visual claro.
Lengua y Literatura
Aunque ésta sea una película en la que los diálogos no sean lo más importante, si resulta sumamente interesante observar cómo funcionaban dos lenguas clásicas como las que nos muestra la película. Para los alumnos que estudien el latín, la cinta puede ser una maravillosa ocasión para constatar cómo se conjuga y utiliza esa lengua desde un punto de vista coloquial. Intentar seguir los diálogos, a buen seguro, nos resultará más útil que muchos textos escritos. De la misma forma, la cinta también puede servir para trabajar y conocer otras lenguas clásicas que prácticamente han quedado extinguidas. Esto mismo se puede extrapolar al estudio de las lenguas que, en la actualidad, también están a punto de desaparecer.
Esta misma área de Lengua también nos puede dar pie a ejercicios de redacción escrita en los que nuestros alumnos puedan realizar la crítica de la película o puedan ofrecer su visión personal sobre el conflicto que han suscitado sus imágenes.
Conocimiento del Medio Social
Aunque éste sea un film ambientado hace 2000 años, creemos que sus fotogramas esconden aspectos que se podrían relacionar perfectamente con nuestra sociedad actual: las relaciones de poder que se establecen entre las distintas instituciones sociales y las luchas intestinas de poder que son las que, en definitiva, provocan la muerte de Jesucristo. Esta idea se puede extrapolar a nuestra realidad viendo cómo son los distintos poderes que articulan el conjunto de la sociedad y la influencia que tienen unos sobre otros. Proyectar esta idea puede resultar un ejercicio apasionante.
De la misma manera, la película puede servir para estudiar las distintas religiones, desde un punto de vista histórico, y ver su evolución y las diferencias que existen entre unas y otras.
Educación en Valores
Desde Educación en Valores, es desde donde podemos extraer todo el jugo a la película. Sin querer ser exhaustivos, enumeraremos algunos de los aspectos que se pueden trabajar. Analizaremos este apartado desde dos ámbitos: el que trata el argumento de la película y el que trata a la cinta como fenómeno mediático.
Argumentalmente.
- La tolerancia religiosa.
- La diversidad social como eje del enriquecimiento entre los hombres.
- El respeto a las ideas propias y ajenas.
- La solidaridad entre todas las personas.
- La validez del mensaje de Jesucristo, eliminando connotaciones religiosas, hoy en día.
- La mala interpretación de las ideas de Jesús.
- El abuso de poder.
- El respeto a los derechos de las personas.
Fenómeno mediático.
- Los límites de la libertad de expresión.
- El papel de los medios de comunicación en las polémicas sociales.
- ¿El film es intolerante con los judíos?
- ¿El fin del mensaje justifica la crudeza de las imágenes?
- ¿Sadismo o espiritualidad?
- El impacto de la película.
Religión
La aplicación didáctica es tan evidente que, en un acto de sentido común, preferimos únicamente enumerar el área curricular.

Autor: Nacho Jarne Esparcia
Nacho Jarne Esparcia es profesor de Tecnología Educativa de la Universidad de Barcelona.

