Los ilustradores no pinta nada

Artículo publicado en el nº 208 Especial Ilustración y Cómic
Artículo publicado en el nº 208 Especial Ilustración y Cómic

Artículo escrito por el ilustrador Pablo Amargo sobre sus propias impresiones y reflexiones acerca de la ilustración.

1. Sin rubor

A mediados del siglo pasado, Matisse recibió el encargo de ilustrar el Ulises de Joyce. Recordemos que Matisse, junto con su colega Picasso, eran considerados los artistas vivos más trascendentes del momento. Mientras que Picasso se reunía todas las mañanas con admiradores con los que se entretenía practicando el juego de la hipnosis (para demostrar el poder y la magia de su mirada sobre desconocidos, fijaba sus ojos en las pupilas del visitante sin pestañear hasta que éste, sobrecogido, era incapaz de mantenerla y terminaba por bajarla avergonzado), Matisse estaba más por la Niza del color azul luciendo sus trajes blancos de dandi huraño. Matisse se había propuesto “simplificar” la pintura, llegar a su esencia, arquitecturas pictóricas con lo básico. Y así lo estaba demostrando año tras año, en una carrera muy poco dada a las excentricidades y a los juegos de miradas. Su manera de hablar era casi de viejo profesor de argumentación irrefutable.

Por eso nadie pudo interpretar aquello que había sucedido. Resultó que, fiel a su seriedad, entregó en el día señalado todas las ilustraciones comprometidas del Ulises a su editor. Pero cuál no sería la sorpresa de éste, y más tarde del  mundo entero, al darse cuenta de que lo que realmente había ilustrado, no era el Ulises de Joyce sino el Ulises de  Homero. Preguntado por esto, el gran Matisse respondió: –“Es que el otro libro, no lo he leído”–.

2.- Los tres niños

Todos conservamos en nuestra memoria infantil la siguiente experiencia en el aula: el maestro pide a sus alumnos realizar un dibujo con unas características concretas.

Invariablemente se dan tres situaciones:

  1. Un grupo de niños que llevan a buen puerto y con satisfacción del maestro el ejercicio.
  2. Otro grupo de niños, que lo intentan, borran y vuelven a empezar. Nunca están satisfechos con el resultado. Al final lo mandan todo al carajo y terminan haciendo lo que les da la gana, para satisfacción suya e incomodo del maestro.
  3. Un último grupo de alumnos, habilidosos o no, esforzados o no, que directamente ignoran la propuesta del maestro y terminan haciendo lo que se les antoja para satisfacción suya e incomodo del maestro.

No hay un solo ilustrador que no pertenezca a dos de estos tres grupos.

3.- Que una mala historia no estropee una buena escena

“Que la historia no estropee una buena escena” es algo que suele decirse, no sin cierto humor, en el cine erótico. En este tipo de filmes lo visual prima sobre lo narrativo. Bueno, si es que hubiese algún aspecto narrativo. Algo parecido se suele escuchar en algunas reuniones de ilustradores al hablar de libros con imágenes: ¿dónde está lo narrativo? ¿Dónde se encuentra lo literario?

Es muy cierto que en muchos de estos libros, lo escrito no va más allá de una anécdota, en algunos casos muy “infantilizada” y estirada innecesariamente. En la mayoría de los casos beben del espíritu del chiste oral o de la ocurrencia matutina, y se evitan estructuras medianamente complejas o elaboraciones cuidadosas y sorprendentes. Ante este hecho fácilmente constatable, el ilustrador ha adoptado la actitud del pornógrafo, es decir, lejos de someterse al espíritu seco e infértil del texto, el dibujante da rienda suelta a su fantasía y propone mundos paralelos particulares y sorpresivos. En otras palabras, el ilustrador ha hecho suya la máxima : “Que una mala historia no estropee una buena escena”.

4.- 165 recetas para evitar que el guiso se queme

En una cena de varias personas, todo el mundo alabó el buen hacer de la anfitriona con los pucheros. Estaban degustando uno de los platos estrella de la noche y alguien muy emocionado preguntó, casi como una muestra de agradecimiento, cómo estaba hecho aquello. La respuesta de la anfitriona no se hizo esperar: “Esto está hecho con mucha paciencia”.

No se acaba de entender la retahíla de recetas que se despliegan en las revistas y páginas que se supone especializadas al hablar de ilustración. Dar una prioridad a las recetas técnicas con las que se supone está hecha una imagen se explica por la necesidad de determinar unos límites tranquilizadores que justifiquen la carencia de ideas al respecto. El ilustrador no piensa en la técnica como un fin en sí mismo. Más bien la técnica es un medio encaminado a facilitar la óptima  reproducción en unas páginas, que es a donde va a parar toda ilustración.

De todos modos se agradece este tipo de respuestas cuando lo único que se quiere es acabar con el plato y si es posible, repetir.

5.- Oigo una voz en off

En el colegio, los comentarios de texto seguían la misma dinámica. Primero leíamos rápidamente aquel soneto o breve extracto de una pieza teatral, y luego, invariablemente, comenzábamos el comentario con la siguiente muletilla: “El autor del texto, ha querido decir...”

No deja de extrañar aquella fórmula. Como decía el gran dibujante Saul Steimberg, “cualquier explicación, es una sobre-explicación”. Imagino la irritabilidad de aquellos autores sintiendo la disección quirúrgica que las pequeñas manos  realizaban sobre sus escritos. Levantaban aquí y allá, movían órganos y cambiaban cosas de sitio. Luego venía el  diagnóstico que siempre empezaba de la misma manera: “El autor ha querido decir...”

Produce cierta irritabilidad estar estudiando a un autor que no es capaz de explicarse con claridad. Si aquel genio de la literatura ha querido decir algo... ¡que lo diga de una vez, y se deje de tantos rodeos!

6.- Los ilustradores no pintan nada

Hagamos un experimento sencillo. Comprobemos qué ocurre si separamos una imagen del texto que la generó. Esto no es muy complicado. Tan sólo deberemos acudir a cualquier exposición que se anuncie como: “... de ilustración”. Allí podremos encontrar bellas imágenes que, con toda seguridad, no están acompañadas de dichos textos. Se suele  poner bastante empeño en este tipo de exposiciones para eliminar los textos. En todo caso, aquello que estamos viendo han dejado de ser ilustraciones. Serán dibujos o pinturas pero nunca podremos llamarlas ilustraciones.

El trabajo del ilustrador es el de un mediador. Se las tiene que ingeniar para encontrar elementos justificables que concilien su mundo visual particular con el escrito que tiene entre manos evitando cualquier tipo de redundancia. De este modo, el choque poético que se establece entre una imagen y la palabra, es lo que llamaremos ilustración.

Autor: Pablo Amargo

Pablo Amargo es es Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca . En la actualidad combina su actividad de ilustrador en diversas editoriales (Anaya, S.M. Santillana, Everest. La Joie de Lire (Suiza), Éditions Retz (Francia), Camelia ediciones (Venezuela)...) con trabajos en revistas, prensa nacional y proyectos publicitarios. Ha participado en exposiciones individuales y colectivas de ámbito nacional e internacional. Ha obtenido algunos premios entre los que destacan el Premio Lazarillo de Ilustración 1999, Primer Premio al mejor libro para niños y jóvenes del Banco del Libro de Venezuela 2003, así como seleccionado en la Feria del Libro de Bolonia. (Italia) y en la Bienal de Ilustración de Barreiro, Portugal, y el Premio Nacional de Ilustración 2004. Todas las ilustraciones que acompañan este texto son de Pablo Amargo.


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