Miremos de reojo a las TIC

Artículo publicado en el Especial de Redes Sociales de Comunicación y Pedagogía
Artículo publicado en el Especial de Redes Sociales de Comunicación y Pedagogía

Reflexión en torno a las actitudes y posturas del profesorado ante el uso de las TIC en el aula desde un punto de vista institucional y docente.


Es sabido que en cualquier institución educativa y de formación, la incorporación, introducción o, mejor, integración de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) en las estrategias y procesos de enseñanza y aprendizaje depende de forma determinante de, al menos, estas variables:

  • Institucionales:
  1. La disponibilidad o no en la institución de los recursos tecnológicos precisos.
  2. Las expectativas positivas o no de los responsables institucionales en lo que respecta al reto tecnológico.
  3. El sistema organizativo del centro que propicia o no la utilización de las TIC.
  • Docentes:
  1. Profesorado con capacitación y competencias adecuadas o no en el ámbito tecnológico.
  2. Profesorado con actitud positiva o no hacia esa integración.

Es así que, en el supuesto de que las variables institucionales sean positivas hacia las tecnologías, la formación de los docentes y sus actitudes se convierten en clave para el éxito de estos procesos innovadores. En consecuencia, aún contando con dotaciones tecnológicas suficientes e, incluso con profesores capacitados para su utilización, va a depender de las actitudes de los mismos el alto o bajo nivel de integración de las TIC en una institución, programa o curso. Es evidente que antes de considerar, como haremos después, a un docente como tecnófilo o tecnófobo, este calificativo habría que adjudicárselo en casos extremos a determinadas instituciones educativas en su conjunto. En ellas el profesor puede verse encorsetado ante las posturas de la cultura y exigencia institucional en un sentido u otro. Afortunadamente en los tiempos que corren pensamos que existen muy pocas instituciones que se nieguen a incorporar (aunque no sea integrar) las tecnologías a su hacer diario.

Téngase en cuenta que, al margen de la población de docentes muy jóvenes que está accediendo hoy a esta profesión, los restantes fueron educados en buena parte sin utilizar mayoritariamente las TIC. Es decir, las experiencias como receptores de aprendizajes mediados por las tecnologías no las vivieron como generalizadas.

Diferentes estudios nos han mostrado los diversos grados de aceptación, rechazo o indiferencia que por parte del profesorado tienen las tecnologías a la hora de integrarlas en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Desde nuestro punto de vista, las que reseñamos a continuación, podrían ser actitudes exhibidas por algunos tipos de docentes de nuestras instituciones al enfrentarse al hecho tecnológico. Bien es verdad que tradicionalmente estas actitudes se han venido singularizando entre dos polos opuestos: tecnófilos vs tecnófobos, integrados vs apocalípticos, techies vs humies. Sin embargo, además de las posibles posturas que pudieran hallarse en estos polos extremos, las actitudes de los docentes están llenas de matices y tonos intermedios entre el blanco y el negro. Valoremos algunos de estos matices dentro del continuum entre los extremos.

  • Innovadores
  1. Incondicionales ¿tecnófilos? Serían los más entusiastas y apasionados con el uso de las tecnologías para estos menesteres. Están plenamente convencidos de sus bondades. Son auténticos devotos de las TIC, “techies”, llegando a pensar que las tecnologías pueden resolver los graves problemas de la humanidad. En muchas ocasiones son los que tiran de la innovación, en otras pueden llegar a la exageración y al absurdo. Suelen actuar sin demasiados argumentos. En ocasiones podrían rayar el fanatismo tecnológico.
  2. Críticos. Siendo favorables a la incorporación de las TIC a estos procesos, lo hacen desde una postura crítica tanto referida a la cantidad como a la calidad de tecnologías para esta integración. Suelen convertirse en líderes dado que argumentan sobre las ventajas e inconvenientes de integrar las tecnologías en el hacer educativo. Argumentan sobre qué tecnologías para qué objetivos y competencias a alcanzar. Escudriñan de forma crítica sobre el cómo, el por qué, el para qué, el cuándo y en qué secuencia, de las TIC que se proponen utilizar.
  • Pragmáticos. Suelen ser los docentes diestros con las TIC, que se fían de los que argumentan a su favor. Se encuentran a gusto en ese ambiente, son prácticos y habilidosos, expertos, en el uso tanto del software como del hardware. Fácilmente se convierten en “consejeros” de los demás colegas, tarea que suelen realizar con gusto.
  • Desencantados. Con ánimo por el uso de las TIC pero desilusionados, decepcionados, contrariados, en fin, porque quieren y no pueden dada la dejadez de la institución en cuanto a la disponibilidad de estos recursos o la propia organización y cultura del centro.
  • Resistentes (¿tecnófobos?). En los que podríamos detectar, entre otros, estos tipos de resistencia:
  1. Sin razones. Son los que rechazan frontalmente estos usos sin argumentos especiales.
  2. Críticos. Serían los resistentes críticos que, con argumentos más o menos discutibles, se oponen a estos usos. Suelen asumir un rol muy activo en el rechazo de las TIC con actitudes bastante inflexibles y obstinadas. Son los resistentes más difíciles de convencer. A veces podríamos hablar de “humies”, defensores de un tipo de humanismo ante la colonización de las tecnologías. Manifiestan ciertas cautelas ante el uso de la TIC contraponiéndolas al armónico desarrollo de las personas y de la sociedad.
  3. Desconfiados. Otros menos críticos, pesimistas y suspicaces, pueden, sin embargo, manifestar sus temores ante este fenómeno. Pueden, quizás, estar escarmentados de experiencias previas fracasadas.
  4. Indiferentes. Naturalmente todos conocemos a los que se muestran apáticos (pasotas dirían nuestros jóvenes) ante estos cambios. Andan como desafectados por lo que tienen delante, insensibles ante lo tecnológico.
  5. Ignorantes. Algunos (¿o muchos?) muestran actitudes negativas, sencillamente porque no conocen ni las tecnologías ni sus posibilidades reales en entornos educativos. Son casos cercanos a un cierto analfabetismo tecnológico. Así se convierte la ignorancia o quizás la impericia en base del rechazo.

Bien, esas pueden ser actitudes generales ante todo lo que suene a innovación tecnológica, a aprovechar las tecnologías para mejorar o facilitar las tareas docentes y el propio aprendizaje de los estudiantes. Podríamos preguntar para complicar más la cuestión, ¿aquellas instituciones y docentes que han incorporado las tecnologías a su trabajo lo hacen como apoyo a la gestión, a la Administración, al trabajo burocrático de los docentes, en fin, o por el contrario, o además, usan las TIC en la, o para la, educación? Sería otro tema abordar esta cuestión. Es evidente que nosotros nos estamos refiriendo a la integración plena de las tecnologías en el hacer educativo, más allá de la posible modernización de la gestión institucional.

Si ahora avanzamos un paso más e imaginamos ya situaciones de educación soportada en sistemas digitales, es decir, docencia a través de una plataforma virtual o de entornos virtuales de aprendizaje, podríamos identificar algunos comportamientos o actitudes de los profesores. Entre diferentes estudios realizados y nuestra propia, ya larga, experiencia en estas prácticas, podríamos identificar, entre otras posibles, las siguientes definiciones de docentes:

  • Incompetentes (no saben). Sería el caso de aquellos profesores a los que se les encomienda una tarea para la que realmente no están capacitados. Suele suceder más en instituciones presenciales con algunos programas o materias que utilizan sistemas virtuales y, en determinados momentos o circunstancias, precisan que algún docente convencional se haga cargo de una docencia soportada en sistemas virtuales para la que se muestran totalmente inexpertos. El fracaso estará anunciado, aunque pudiera existir incluso cierta motivación por parte del hipotético docente.
  • Hiperocupados (no pueden). Se trata de la eterna justificación de la falta de tiempo. Falta de tiempo para: atender debidamente las numerosas consultas de los estudiantes; animar los diferentes foros, chat, etc.; ofrecer materiales y recursos complementarios; disponer las diferentes formas de evaluación; actualizar el calendario; etc. Con estos docentes, el proceso no funciona porque “no pueden”, no disponen de tiempo, se muestran permanentemente atareados, atosigados, agobiados. Al menos esa suele ser la argumentación más o menos justificada según los casos.
  • Despreocupados (no quieren). Estaríamos probablemente ante algunas de las tipologías reseñadas más arriba, dentro del ámbito de los “resistentes”. No quieren, no les convencen estos sistemas. Los niegan por principio porque desconfían, porque se fían más de lo que vienen haciendo desde siempre, porque no quieren subirse al carro de la moda, porque son indiferentes ante lo nuevo o, sencillamente, porque ignoran y quieren seguir ignorando las posibilidades de las TIC en los ambientes de aprendizaje.
  • Obsesivos/fanáticos (todo es “ambiente virtual de aprendizaje”). Son los auténticos entusiastas de lo nuevo. Suelen ser un tanto “adictos” a todo lo tecnológico que aceptan sin excesivo análisis crítico. Suelen practicar una especie de “activismo tecnológico”. Entendemos que individuos con este perfil suelen ser beneficiosos en los grupos de docentes e instituciones que deciden integrar las TIC en las propuestas curriculares. Ya habrá quien les frene para que ajusten sus entusiasmos iniciales a la realidad de las disponibilidades tecnológicas, a la capacitación de los restantes colegas y a la propia actitud de éstos, más allá de las propias limitaciones de las tecnologías. No nos cansaremos de afirmar que las tecnologías en sí mismas nunca son garantía de éxito en los procesos educativos.
  • Miedosos (los alumnos saben más). Este perfil es bastante habitual. Los estudiantes suelen ir por delante en todo lo que haga referencia a los avances tecnológicos, están más predispuestos a asumir el uso y ventajas de estos artefactos y artilugios. De ahí pueden surgir temores entre ciertos docentes que cuidan en demasía el no cometer errores por miedo al ridículo ante sus estudiantes. Realmente, estas situaciones tampoco son beneficiosas para el sistema porque los docentes se ven constreñidos dando mucho menos de lo que serían capaces en un entorno más convencional.
  • Críticos. Se incardinarían en el perfil señalado más arriba. Aceptan subirse al carro pero con todo tipo de cautelas ante las debilidades de las propias tecnologías. Suelen argumentar su postura. Es decir, resistentes, pero con argumentos. Nos parece interesante este perfil que obligará a los innovadores a ser prudentes y a los entusiastas a ser más moderados. Suelen tener además una actitud muy crítica ante la abundante información que circula por la Red, con el fin de acertar en la selección y jerarquía de la misma.
  • Autoritarios. Estos últimos perfiles o comportamientos que señalamos podrían asignarse igualmente a docentes de los formatos presenciales. Sin embargo, conviene destacar que, aunque seamos “modernos” incorporando las TIC a nuestra docencia, podría darse el caso de que manifestemos unas actitudes y conductas de lo más conservadoras, autoritarias y pedagógicamente rechazables.
  • Dejar hacer. Al igual que en los formatos presenciales, el laissez faire tampoco sería aconsejable. En los entornos virtuales también, o quizás más, se precisa de una moderación, guía y animación con respecto a las diferentes herramientas que se ponen a disposición de los estudiantes.
  • Participativos/democráticos. Sería una tipología aconsejable. El docente que facilita la participación, que escucha (lee atentamente), responde, sugiere, facilita, orienta, respeta otras opiniones, etc.
  • Descuidados ante sensibilidades. Sobre todo en propuesta en las que participen estudiantes de diferentes países y culturas se hace muy necesario superar este defecto. Ha de cuidarse el lenguaje, siempre, pero especialmente cuando se trata de grupos muy heterogéneos en cuanto a su procedencia. Los que descuidan esta peculiaridad podrían crear un ambiente enrarecido en el grupo.

Finalmente, habría de destacarse el que podríamos definir como docente ideal que sería aquel que cuida de no actuar de la forma de algunos perfiles negativos aquí señalados. No se trata en este trabajo de apuntar las características, actitudes y aspectos que deben adornar a ese docente ideal.

Naturalmente, cada cual podría añadir otras actitudes, conductas, perfiles, etc., o modificar la denominación o descripción de las propuestas de acuerdo con su propia experiencia, conocimientos y percepción de lo que cada uno hace en estos entornos y, también, de lo que observa en su próximo contexto, entre los colegas que trabajan en situaciones similares.

Como es lógico, todas estas actitudes influyen de forma determinante en los ambientes de aprendizaje que se generan en el ciberespacio. En consecuencia, detéctense aquellas conductas que pudieran enrarecer esos ambientes con el fin de neutralizar lo negativo y poténciense aquellas que entendemos que facilitan ambientes más propicios al aprendizaje.

Y todas estas reflexiones sin entrar a valorar ni a posicionarnos sobre la consideración de las tecnologías como instrumentales o sustantivas, sobre la neutralidad o no de las mismas. En todo caso las posturas extremas entendemos que nunca son las más apropiadas en ninguna faceta de la vida humana y, por descontado, en la que nos afecta tan directamente, la docente.

Autor: Lorenzo García Aretio

Lorenzo García Aretio es Decano de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Titular de la Cátedra UNESCO de Educación a Distancia (UNED).


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