Oralidad y lectura en voz alta: El Quijote como prototipo

Ya en el Renacimiento y en el Barroco la lectura y la escritura amplían su marco de acción y van penetrando o impregnando a todas las capas sociales. De forma que se convirtió en algo familiar a casi toda clase de personas y estados. Esta realidad se aprecia en El Quijote, donde sus personajes encarnan, en efecto, diversos tipos de lectores y de escribientes.
Introducción histórica
La lectura, como práctica social, ha pasado por etapas muy distintas, desde la lectura vocalizada a la lectura silenciosa, o desde la lectura colectiva, propia de contextos como los monasterios, a la lectura imbuida de privacidad, propia de la sociedad europea de los s. XVIII y XIX. En las etapas más antiguas, las palabras se escribían sin dejar espacios en blanco entre ellas, o no se utilizaban signos de puntuación y se hacía un uso abusivo de las abreviaturas, por todo lo cual la lectura se hacía difícil, y sólo la practicaban los que hoy llamaríamos lectores profesionales, que leían muy lentamente y en voz alta.
Sólo a partir del II milenio de la era cristiana se avanzó en la utilización de signos de puntuación, espacios en blanco, separación de frases con punto y aparte, etc., lo que facilitó la lectura propiamente visual, sin necesidad de acompañar los ojos con las cuerdas vocales; esto permitió acelerar grandemente el ritmo de lectura.
Frente a la lectura de las etapas anteriores, socializada, apologética, que buscaba un fin edificante, en el Renacimiento y en el Barroco se asiste a la posibilidad de una lectura más individualizada y que pueda centrarse más en el disfrute de la palabra. Se trata de “una lectura a través del ojo”, por ejemplo, la lectura letrada o docta (Chartier,1994), con la boca cerrada, que fue sustituyendo a la lectura en voz alta, propia de las misas, o vocalizando.
De forma muy panorámica, se puede decir que ya en el Renacimiento y en el Barroco la lectura y la escritura amplían su marco de acción y van penetrando o impregnando a todas las capas sociales. De forma que se convirtió en algo familiar a casi toda clase de personas y estados; de ahí ese afán que vemos en Cervantes o en Lope de distintos personajes (nobles o plebeyos, entendidos o necios) de seguir, comentar, etc. los temas relacionados con las historias que se comentan, de aparecer en todo caso como personas leídas o discretas.
Todo esto se aprecia en El Quijote, donde sus personajes encarnan, en efecto, diversos tipos de lectores y de escribientes: Sancho, la oralidad; D. Quijote, el lector monomaniaco; el cura, quien hace criba o expurgos de los libros, etc. De hecho, como nos describe Asun Bernáldez1, “D. Quijote es el lector por excelencia” y a través de los distintos personajes cervantinos observamos distintos modelos de lector renacentista: cada personaje se comporta al respecto, en cada momento, como una clase de lector emblemático: D. Quijote, como lector enajenado y furibundo; el cura, lector censor; el ventero, lector vulgar sencillo; Maritornes, prototipo de la lectura sentimental.
O sea, en el Renacimiento y el Barroco la lectura es más individualizada, cada lector se apropia del enunciado, y por eso los comentarios de cada uno –reescrituras al fin y al cabo– son tan divergentes, pues el mundo de la libre aventura que tanto podía interesar a un caballero, poco le tenía que decir a un campesino o a un cura. De todos modos, la casuística en cuanto a tipos de lectores es más compleja que la que encierra la fórmula retórica “discreto lector” vs. “vulgo”2, y la importancia de las prácticas orales y de la lectura en voz alta es un buen síntoma de ello.
Pasado el Renacimiento, ya en el s. XVIII se produce una fractura entre la cultura popular y la de los letrados, que desprecian el saber popular (refranes, cuentecillos, anécdotas), desvalorizan géneros como la leyenda o los mitos populares, considerándolos incluso como supersticiones que deben refutarse y eliminarse (cf. Teatro crítico de Feijoo). Lo cierto es que durante el Renacimiento se nos aparecen prácticas de oralidad, lectura y escritura como un continuum. Por ejemplo, dentro de la lectura docta se popularizaron los cuadernos de lugares comunes o tópicos, es decir, cuadernos de citas, o bien textos con apuntes o escolio. Y la literatura, según M. Frenk, da numerosos testimonios de ello3:
“…en el siglo XVI se leía en voz alta, y se recitaba, cualquier tipo de libro, en prosa o en verso, sea en el monasterio, sea en la corte, sea en la plaza pública. En las clases inferiores de la sociedad seguía existiendo una oralidad virtualmente pura: se narraban cuentos, se citaban refranes, se cantaban estribillos y romances, se recitaban rimas infantiles y ensalmos. Una lectora como Teresa de Ávila escribía sus cartas privadas con una sintaxis oralista. Y en los niveles más altos de la escritura un autor como Cervantes imitaba y utilizaba un lenguaje ‘hablado’ en su discurso escrito, donde un campesino analfabeto conversaba informalmente con una culta duquesa, y un hidalgo de muchas lecturas se imaginaba sus aventuras como el texto de un libro de caballerías. Margit Frenk cita a muchos autores que se refieren a los que oirán sus textos; la Celestina se leía en voz alta con expresividad oral. Los versos dramáticos en los corrales se percibían por los oídos y no por los ojos. Y, sobre todo, la poesía lírica circulaba oralmente y se dictaba y transcribía por la memoria. La ortografía española, cada vez más sencillamente fonológica, facilitaba mucho la convivencia de lo oral y lo escrito. La puntuación indicaba las pausas de la declamación más bien que la lógica de la sintaxis”.
Lectura en voz alta
Se admite, pues, que la lectura en voz alta era la práctica más habitual, a menudo como lectura pública o socializada, que ya proviene de la Edad Media y que es usada en todo tipo de circunstancias, por ejemplo: el cura sigue leyendo en voz alta la Novela del Curioso Impertinente4 o cuando se refiere que en la venta hablan de los libros de caballerías que han trastornado a D. Quijote; y el ventero los defiende como muy entretenidos y que muchas veces los leen en las fiestas para entretenerse.
La lectura en voz alta se practica en El Quijote incluso en situaciones que podemos calificar de “comprometidas” y que en nuestra cultura actual se asociarían a una actitud de respetuoso silencio: así, el episodio de la lectura de los papeles del difunto, para recordarlo, mientras se cava la sepultura. También se dan detalles de referencia a los escribanos en momentos solemnes como la propia muerte del personaje, D. Quijote se siente morir y pide que vayan por el escribano para que redacte su testamento. Incluso en el propio título de capítulos aparece esta misma doble cultura de la voz y la letra:
“Capítulo LXVI: Que trata de lo que ver el que lo leyere o lo oirá el que lo escuchare leer
– ¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias; aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas; aquí se escurecieron mis hazañas; aquí, finalmente, cayó mi ventura para jamás levantarse!” Segunda parte, Cap. LXVI
¿Qué es la oralidad?
¿Qué es la oralidad?, se pregunta Walter Ong5, quien profundiza sobre este tema distinguiendo entre oralidad primaria, propia de una cultura que carece de todo conocimiento de la escritura o de la impresión y otras formas más evolucionadas, que él denomina oralidad secundaria.
Ong establece dos tipos de oralidad primaria6, basada en el sonido, propia del folclore primitivo (culturas ágrafas). Equivale de algún modo al narrador oral tradicional, a los cuentacuentos y su audiencia física, co-presente en el acto de narrar. Otra cosa sería la oralidad secundaria, una oralidad mediada por otros medios de comunicación: la escritura en época de Cervantes, y ahora el teléfono o los mass media (ejemplo actual: el chat).
La oralidad primaria lo es por el contraste con la oralidad secundaria, que resulta de la influencia de la cultura impresa o bien de la actual cultura de alta tecnología, en la cual se mantiene una nueva oralidad porque, en todo caso, se halla “tamizada” por la escritura y la impresión.
Walter Ong revolucionó la visión que primaba la oralidad, propia de los estudios de antropología cultural, que describían los mecanismos de la tradición oral o bien de los estudios lingüísticos, que veían en la escritura no mucho más que una simple transcripción del habla. Ong estableció que era radicalmente diferente la oralidad de las sociedades sin escritura y la oralidad de las sociedades con escritura, y que tampoco la simple subordinación de una a la otra explicaba cómo funcionaban cada una en sociedades donde coexistían los dos códigos.
La aparición de la escritura marcó una ruptura con respecto a las formas de concebir la palabra porque ella permite “establecer fuera del pensamiento lo que en realidad sólo puede existir dentro de él”. Si bien debemos su origen a necesidades netamente prácticas derivadas de la contabilidad, sus funciones se fueron extendiendo: hoy la escritura constituye una actividad privilegiada de las sociedades contemporáneas, que excede ampliamente el papel de ayuda-memoria. La invención de la imprenta permitió extender esta práctica, ya que con ella se democratizó la alfabetización, al poderse editar libros más pequeños y económicos.
Según los postulados de nuestro autor, podríamos clasificar a El Quijote como un ejemplo de oralidad secundaria, ya que en éste la oralidad está mediada por los códigos de la escritura. Un ejemplo muy palpable de esto lo tenemos en el hecho, aparentemente anecdótico, de que la prosa de El Quijote estaba influenciada por los instrumentos de escritura, por ejemplo, las características de la pluma, con lo cual se confirma la ya citada posición de Chartier que aproxima “la materialidad del texto” y la “textualidad del libro” como partes de un todo, frente a la tradición que separa los problemas del contenido de los de su “formato”.
Otro fenómeno que distingue la oralidad primaria de la secundaria es el distanciamiento y la ampliación de perspectivas: la escritura genera distancias en contextos, cultura, etc. Mientras que la oralidad primaria se caracteriza por su inmediatez, la oralidad secundaria es un distanciamiento tanto espacial como temporal. Esto rebatiría la teoría de Saussure de la escritura como mera transcripción, manifestando que la escritura desarrolla y transforma la conciencia7, creando una memoria exenta, crea distancia entre el dato y su interpretación. Así, la escritura proporciona estabilidad a la información.
Por tanto, Cervantes elabora una reescritura de la tradición. Manteniendo el formato oral, lo amplía y combina. Un ejemplo de esto es el episodio de la Cueva de Montesinos, el cual, de ser un simple cuento sobre pruebas, al modo de Juan el Oso, en grutas o cavernas (conseja popular), lo ensancha e hibrida con más géneros (por ejemplo, el de caballería). Esto le sirve para preguntarse sobre la conciencia del ser humano. Según esta conceptualización de literacy, El Quijote se vuelve una enciclopedia de saberes, códigos, tecnologías, géneros y tipos de textos, literatura… tejiendo así una urdimbre propia del ámbito de la Cultura Escrita, que forma universos completos. En El Quijote, el saber se vuelve enciclopédico gracias a esta oralidad mixta, ya que no hay enciclopedia puramente oral, y sólo la escritura da cabida a hacer replanteamientos, matizar o volver sobre lo escrito o leído.
En suma, los niveles de oralidad-escritura-lectura, forman un continuum, constituido por la integración de los diferentes códigos, que se comunican mediante una especie de ósmosis, es decir, son más permeables de lo que parece, como demuestra El Quijote8.
Las conclusiones son claras y significativas. Si la escritura se diferencia en la oralidad de forma radical en que emisor y receptor no comparten un mismo contexto de enunciación del mensaje, y si todo ello permite toda suerte de “distanciamientos”, esto es, de des-personalización –en el sentido de que en la escritura la impregnación del hic et nunc ya no se da–, entonces son posibles muchos “juegos de espejo” distintos, como los que precisamente pone en marcha El Quijote, creando ambigüedad una y otra vez.
Así, en la oralidad primaria, propia de los cuentacuentos o juglares, emisor y receptor están co-presentes y rara vez se vuelve sobre el mismo mensaje ya formulado, ni son habituales las correcciones, porque el acto de la narración oral se desarrolla como una “perfomance”, es decir, una representación oral en la que se reproduce o “interpreta” el texto en todos sus sentidos, esto es, se modula con la voz y, si es preciso, es también objeto de dramatización en un contexto único y vivo, por tanto, sobre el que no podemos volver atrás (por eso se dice, con razón, que no hay dos representaciones escénicas iguales).
En cambio, en El Quijote esta reversión es lo habitual: tomemos por ejemplo la narración del episodio de la cueva de Montesinos: al hilo de la narración de los “prodigiosos acontecimientos” de la estancia en la cueva, tanto D. Quijote como sus “auditores” van añadiendo ciertas glosas que confirman o relativizan el mensaje. En un discurso oral puro el narrador habría perdido credibilidad o interés con tantas puntualizaciones, pero como estamos ante una oralidad secundaria o mixta, tamizada por el discurso literario y la escritura misma, tales digresiones (que se extienden por varios capítulos) son precisamente lo que añade interés, liándolo todo hasta el punto que se recurra al “discreto lector” para que sea él quien enjuicie sobre la verdad del asunto.
Esta reflexión a que se invita al receptor no habría sido posible, de entrada, sin la tecnología que implica el libro y la escritura, que permite al receptor acceder al mensaje en un espacio propio e independiente, como lo es también el espacio donde el escritor compone su obra. En efecto, la “memoria exenta” que implica la escritura, el externalizar y fijar el mensaje más allá del propio acto de la elocución, acarrea la posibilidad de ensanchar el mensaje alargando los cierres (cf. Lázaro Carreter) de los bloques narrativos, y por eso la historia fluye como novela a través del hilo principal de los personajes centrales y de los hilos secundarios que se van creado (las novelas injertadas), es decir, la escritura es lo que posibilita el carácter enciclopédico de El Quijote, el que esté construido como un amasijo o “pastiche” –en el buen sentido de la palabra– de muy distintos discursos, y el que la lectura en voz alta se convierta también en cauce de todas estas voces que parecen contradecirse (polifonía de Bajtin)9.
Conclusiones: Entre la lectura silenciosa y la lectura en voz alta
Hay estudiosos, como José Manuel Martín Morán10, que han subrayado la relación entre El Quijote y el lector modelo que fomenta la cultura impresa. De hecho, para él El Quijote “es el primer ejemplo de un nuevo género literario, la novela, que nace asumiendo en su estructura la lectura solitaria y silenciosa, característica de la nueva tecnología”. Sin embargo, esto no debe empañar la deuda que El Quijote tiene con las modalidades tradicionales de lectura, singularmente la lectura en voz alta.
Pero ha sido la gran hispanista Margit Frenk11 quien mejor ha documentado la importancia de la difusión oral de obras como El Quijote, pues no se olvide que, por ejemplo, la longitud de sus capítulos se diría pensada para la duración de una sesión de lectura pública12. Y en el propio Quijote se describe esta práctica de leer en voz alta los textos, tanto en prosa como en verso, como algo habitual:
“Cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta y estámosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas” (I, 32).
En todo caso, la oralidad de El Quijote, en todas sus modalidades, es una oralidad artificiosa, impregnada de escritura, que sólo tiene sentido inserta en la composición en que se articula todo el texto, y que, en efecto, hace del diálogo y de otras modalidades orales un cauce privilegiado, sólo hay que considerar el papel esencial de las conversaciones entre D. Quijote y Sancho.
Por tanto, parece que tiene razón Viñao Frago13: “la Cultura Escrita y la Cultura Oral no son opuestas dentro del Quijote, sino que son complementarias e interactúan entre sí”, influyendo continuamente una sobre la otra. A la luz de estas evidencias, hay que poner en valor todo lo referente al mundo de la lectura en sí dentro de El Quijote.
Su valor como juego, en el sentido más amplio del término. Como texto ostensivo, como representación oral, como “perfomance” que entronca con la lectura pública y la narración oral, y a la vez como re-interpretación y recreación de esos mismos patrones, gracias al valor de la ambigüedad que la escritura ha hecho posible. Así pues, leer en voz alta El Quijote no debería ser sólo esa efemérides ritual con que todos los años se pretende homenajear la lectura; leer en voz alta es, como decíamos, interpretar, apropiarse del texto, in-corporarlo (es decir, prestar voz y cuerpo) y hacerlo vivo hic et nunc, de una manera creativa y personal que contradice la simple lectura mecánica, y que supone siempre comprender el texto mejor, tanto sus personajes como el contexto en que éstos viven.
De ahí también los elementos teatrales de El Quijote, las marcas orales de la narración o el peso de temas tan teatrales como los disfraces, las fiestas, las luchas, etc. No en vano, como dice Gustavo Bueno, El Quijote es la “única novela cuyo personaje central va siempre disfrazado”, y por eso, en opinión de la escritora Ana Rossetti, tal vez es una obra que debiera entenderse como una especie de teatro hablado que utiliza la improvisación, cercano, pues, al entremés, y, más modernamente, a lo que hoy definimos como “juego de rol”. La comedia y la novela son, según Díaz Plaja14, géneros fronterizos y permeables, del mismo modo que lo son la lectura pública (la voz) y la lectura individualizada (la letra), la distracción socializada y lo que se ha llamado la “emergencia de la conciencia”. Se produce, así, un buen ejemplo de cómo la lectura diversiva puede llevar a la “literacidad crítica” y al ingenio del “discreto lector”.
Notas
- BERNÁLDEZ, A. (2000). Don Quijote, el lector por excelencia (Lectores y lectura como estrategias de comunicación). Madrid: Huerga & Fierro editores, 2000.
- Dice al respecto CHARTIER (2001): “Entre 1480 y 1680, la construcción de nueva figura del lector se remitió a una paradoja. Los lectores letrados y doctos, que acogieron las nuevas obras y las nuevas técnicas intelectuales, se quedaron fieles a los objetos manuscritos y las prácticas de la oralidad. Al revés, los lectores ‘populares’, que no pertenecían al mundo de los humanistas y que participaban plenamente en una cultura tradicional oral, visual y gestual, fueron constituidos como el público al que se dirigieron las innovaciones editoriales. Este quiasmo fundamenta la ambigüedad de la ‘modernidad’ de los lectores del Siglo de Oro ya que es una ‘modernidad’ que, en maneras diversas, siempre enlaza herencias y novedades”.
- Elías L. Rivers. (2006). Voces y letras: el oralismo mixto. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
- “Sosegados todos, el cura quiso acabar de leer la novela, porque vio que faltaba poco. Cardenio, Dorotea y todos los demás le rogaron la acabase. Él, que a todos quiso dar gusto, y por el que él tenía de leerla, prosiguió el cuento…”. Primera parte, Cap. XXXV.
- ONG, W. (1987). op. cit.
- ONG, W. (1982). Oralidad y escritura, tecnologías de la palabra. México: Fondo de Cultura Económica. (Traducción de 1987).
- FRENK, M. (2005). Entre la voz y el silencio. La lectura en tiempos de Cervantes. México: Fondo de Cultura Económica.
- La profundidad del pensamiento de Walter Ong la reseña la profesora Paula Carlino de forma muy acertada en estas líneas: “Hay un antropólogo, Walter Ong (1987), que estudió qué diferencias de mentalidades hay entre las sociedades que tienen escritura y los pueblos ágrafos. Y justamente lo que él plantea es que las diferencias se deben a que la escritura establece nuevas distancias. Una distancia entre el habla y su contexto: cuando se habla, es frecuente señalar y decir ‘aquí, ahora, vos, yo’; por ejemplo, yo señalo cosas y personas presentes y, como compartimos de la misma situación, nos entendemos. En cambio, cuando se escribe, el lector (que va a leer en un tiempo y probablemente en un espacio distinto al del autor) no comparte las coordenadas contextuales del enunciador; por lo tanto, la escritura genera una distancia y requiere que se utilicen formas lingüísticas diferentes a la oralidad. La otra distancia es que la escritura permite que se comuniquen personas que no están físicamente presentes, ya sea en el espacio o en el tiempo. La escritura también plantea una distancia entre el conocedor y lo conocido, entre el que piensa y lo pensado. Sin escritura, yo y mi pensamiento estamos unidos, con la escritura empiezo a poder tener mi pensamiento fuera de mí. La escritura establece también una distancia entre la interpretación de un dato y el dato mismo; esto se debe a que la escritura como tecnología crea un objeto material de lo que inicialmente es pensamiento inmaterial, un producto de lo que antes era un proceso de ideación: convierte en objeto lo que es sujeto y transforma en producto lo que es proceso. La escritura permite que lo pensado se ponga afuera, que se exteriorice. Asimismo, el pensamiento no escrito se va con el tiempo, en cambio la escritura como objeto material, externo, lo tengo ahora y lo tengo después y lo puedo revisar. Ése es un punto clave: la escritura permite volver sobre lo pensado tantas veces como sea necesario. El lenguaje oral es evanescente, efímero; la escritura es estable y permanece” www.udesa.edu.ar/files/Esc Edu/DT/DT19-CARLINO.PD
- Lo cual, obviamente, desborda cualquier enunciado de los que Ong describiría como “oralidad primaria”, El Quijote se extiende como una especie de “río” que implica para el lector un amplio espacio para la recepción, para leer y releer la obra, condición indispensable para ejercer ese buen juicio o “discreción” a que se le invita desde la obra.
- MARTÍN MORÁN, J. M. (1997). “Don Quijote en la encrucijada: oralidad/escritura”. En Nueva Revista de filología Hispánica, 45.
- Veánse (1982) “Lectores y oidores. La difusión oral de la literatura en el Siglo de Oro”, Actas del VII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Roma, I, pp. 101-123; (1984) “Ver, oír, leer...”, Homenaje a Ana María Barrenechea, Madrid, pp. 235-240; (1991) “La poesía oralizada y sus mil variantes”, Anuario de Letras, XXIX, pp. 133-144.
- FRENK, M. (1982). pp. 101-123.
- VIÑAO FRAGO, A. (2004). “Oralidad y escritura en El Quijote: ¿oposición o interacción?”. Revista de Educación. Año 2004, Número Extraordinario 1 dedicado a: El Quijote y la educación.
- DÍAZ-PLAJA, Guillermo (1977). En torno a Cervantes. Pamplona: Eunsa.
Bibliografía
- BAJTIN, M. (1974). La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais. Barcelona: Barral Editores.
- BERNÁLDEZ, A. (2000). Don Quijote, el lector por excelencia: (lectores y lectura como estrategias de comunicación). Madrid: Huerga y Fierro.
- BUENO, G. (2005). “Sobre el análisis filosófico del Quijote”. En El Catoblepas, número 46 diciembre 2005, página 2.
- FRENK, M. (2005). Entre la voz y el silencio. La lectura en tiempos de Cervantes. México: Fondo de Cultura Económica.
- ONG, W. (1982). Orality and Lileracy: The Technologizing of the Word, Nueva York, Melhuen. Oralidad y escritura, tecnologías de la palabra. México: Fondo de Cultura Económica. (Traducción de 1987).
Autor: Aitana Martos García
Aitana Martos García es Doctora en Ciencias de la Documentación. Trabaja en el grupo de investigación sobre Patrimonio de la Universidad de Extremadura. Se ha especializado en el estudio de la Cultura Escrita y su Tesis versa sobre este aspecto en El Quijote.

