Películas de trenes en el aula: una herramienta polivalente

El ferrocarril, en el que concurren todas las ramas de la tecnociencia, ha sido atendido por el cine desde su primer fotograma y el resultado es una fructífera simbiosis.
Ferrocarril y cine: una relación antigua y muy fructífera
El ferrocarril es una de las consecuciones más atractivas de la tecnociencia porque se conforma con la participación de todas las tecnologías, es un sistema técnico extendido sobre el territorio, ha tenido un impacto social manifiesto y singular, ha sido atendido por todas las manifestaciones culturales y se ha convertido en un sistema técnico de culto.
El cine ha sido una de las manifestaciones culturales que ha atendido al ferrocarril y lo ha hecho desde todos sus géneros (drama, comedia, ciencia ficción, bélico, social, policial, thriller, terror, aventuras, catástrofes, wéstern, espías, romántico) y considerando todas las características indicadas, de manera que distintas películas han puesto el acento en aspectos tan diversos del ferrocarril como su nacimiento, su funcionamiento técnico, la transformación social que supuso, su funcionamiento empresarial, su uso en tiempos de guerra, el ser un propiciador de aventuras de toda índole, el haber generado acciones en favor de su preservación y un largo etcétera.
Si confeccionáramos una tabla de doble entrada poniendo los géneros en un eje y las distintas temáticas ferroviarias en el otro, resultaría, sin duda alguna, una parrilla muy tupida.
Si pusiéramos las películas alineadas en un eje temporal, veríamos que las primeras que se rodaron, tanto en Europa como en Estados Unidos, tenían el tren como tema y comprobaríamos que el ferrocarril nunca ha dejado de estar presente, pues todas las décadas tienen películas, telefilmes y series con trenes dignos de mención.
Merecen un espacio propio aquellas películas que son útiles para estudiar el ferrocarril de manera global o, dicho de otra manera, para aquellos casos en los que el objeto de estudio sea el propio ferrocarril. Estudiar el ferrocarril o armar un proyecto didáctico tomando el ferrocarril como hilo conductor tiene, por todo lo que hemos dicho anteriormente, un gran interés porque permite abordar de manera integrada los aspectos científicos, tecnológicos, sociales e incluso emocionales de esta consecución tecnocientífica.

La polivalencia didáctica del cine con trenes
Clasificaremos las películas de tema ferroviario propuestas en dos grandes grupos:
1.- Películas que permiten estudiar el ferrocarril como un todo en los términos indicados anteriormente.
2.- Películas que permiten emplear aspectos relevantes del ferrocarril para estudiar contenidos de distintas materias o áreas.
En el primer grupo, se ha hecho una selección de siete películas que proceden de seis países distintos, lo que permite trabajar con variedad, tanto de ferrocarriles como de filmografías.
Por lo que respecta al segundo grupo, se ha indicado para qué áreas puede ser útil cada película, eso facilitará el trabajo de los docentes, pero siendo conscientes de que, si hay alguna consecución de la tecnociencia en la cual es fácil ver lo absurdo de trazar fronteras entre los aspectos tecnológicos, los científicos y los estudiados por las humanidades, esta es el ferrocarril.

El cine de tema ferroviario ofrece grandes oportunidades de trabajo transversal y multidisciplinar, así como el empleo de la metodología de proyectos en los trabajos de síntesis en la ESO y en los de investigación en el Bachillerato y en la universidad.
Una observación final: esta selección se ha hecho sobre una colección de 450 películas, telefilmes o episodios de series de tema ferroviario. El criterio de selección y el resultado de su aplicación puede ser discutible y necesariamente discutido.
El maquinista de la General (Buster Keaton, 1926)

El guion de la película está basado en el hecho histórico narrado en el libro The great locomotive chase (1889) de William Pittenger. Durante la Guerra de Secesión, el maquinista al cargo de la locomotora «General» de la Western & Atlantic Railroad pretende alistarse, pero el ejército decide que les es más útil en su puesto de trabajo, que es estratégico. La familia de su novia lo considera un cobarde y lo rechaza. Cuando los nordistas roban la «General», el maquinista hace lo indecible para recuperar a su amada locomotora y bloquear el avance confederado; con ello logra el reconocimiento del ejército y recuperar a su chica.
El esfuerzo de rigor en la ambientación de la película llegó también a los aspectos técnicos del ferrocarril, de manera que la cinta refleja y documenta la importancia estratégica del ferrocarril en una guerra, la vulnerabilidad de las vías, las operaciones de aguada y de recarga de combustible, el funcionamiento de las agujas de los desvíos, el uso del freno y del regulador, el patinado de las ruedas y la solución de los areneros, las estructuras de madera de los viaductos, los primitivos sistemas de enganche, los faros con lámparas de queroseno, la marcha lentas y las paradas para comer de los primeros años, etcétera.
El protagonista tiene un afecto hacia su locomotora y a su trabajo que, en los años en que la cinta se rodó, ya era un tópico extendido a toda la profesión ferroviaria en todos los países con ferrocarril y que pervive en nuestros días.
La bestia humana (Jean Renoir, 1938)

Basada en la novela homónima de 1889 de Émile Zola.
Lantier es un maquinista de los ferrocarriles del estado con pulsiones asesinas a las que consigue vencer mediante su dedicación a su locomotora «Lison» y gracias, también, a la camaradería de los ferroviarios, especialmente la de su fogonero Pecqueux.
Lantier será testigo del asesinato, por parte de Roubad, del influyente Grandmorin que, siendo padrino de su esposa Séverine, abusó de ella cuando era joven. Lantier guarda silencio seducido por Séverine. Cuando ella le pide que mate a su marido Roubad, es incapaz de hacerlo, pero acaba asesinándola a ella durante una crisis de locura. Posteriormente, se suicida tirándose del tren en marcha.
El trasfondo político que aparece en la novela de Émile Zola es la correlación de poderes del Segundo Imperio, pero al hacer la adaptación, el Frente Popular estaba en el gobierno y Renoir le daba soporte, de manera que la empresa pública es presentada como modélica y la organización sindical como muy eficiente.
Al adaptar la novela naturalista de Zola, Renoir se documentó sobre el ferrocarril como lo hiciera en su momento el escritor y el resultado es una detallada representación de la conducción, sistema de señales y gestión ferroviaria.
Por lo que respecta a los aspectos estrictamente ferroviarios, la primera escena del filme es memorable y merece ser descrita. Estamos en la cabina de una locomotora de vapor, como nos lo muestra un plano inicial de la pala alimentando de carbón el hogar y un plano de los pistones, la biela y las transmisiones. Una imagen exterior del paso del convoy nos permite ver que se trata de una 1-4-1 con tándem que arrastra un expreso.
La secuencia nos muestra la dureza del trabajo del maquinista y del fogonero y cómo, con el ruido infernal de la rodadura, han de hablarse con un código de signos para atender las tareas de la conducción: así, un gesto del maquinista que podría interpretarse como «tomar un trago» hace comprender al fogonero que ha de abrir la válvula para que suba el nivel del agua de la caldera.
Presenciamos un cruce con otro tren, el paso de un túnel y la operación de toma de agua de un canal central, realizada en marcha. Después de pasar por un magnífico puente metálico de doble vía, vemos como, al tomar una curva a la derecha, el maquinista indica al fogonero que le corresponde a él observar las señales. El fogonero se pone sus gafas, se asoma y hace signo con la mano de que la vía está libre. Después de circular por un majestuoso acueducto en curva, pasar sin detenerse por un apeadero y atravesar un depósito repleto de locomotoras, la composición llega a Le Havre.
El tren y su mundo es el telón de fondo insustituible de la historia. Un picado permite observar todos los instrumentos de la cabina y como maquinista y fogonero operan con ellos. Contemplamos una vista panorámica de la playa de vías de la estación de Saint Lazare con locomotoras maniobrando. Somos testigos de las rutinas de comprobación, martillo en mano, del estado de las bielas y del control, con el dorso de la mano, del calentamiento de los cojinetes, que el maquinista sigue escrupulosamente después de una circulación.
El final de la película difiere significativamente del de la novela. En el texto, la muerte del maquinista y el fogonero se produce al caerse de la cabina a causa de una lucha entre ellos por causa de una mujer y, como consecuencia, el tren se ve lanzado a tumba abierta hacia un desastre inevitable: se ha convertido en una metáfora de una idea de progreso y de una tecnología que ha escapado del control humano. Por el contrario, en el filme de Renoir, cuando el maquinista se suicida arrojándose de la locomotora, el fogonero consigue controlar el tren.
Hombre en las vías (Andrzej Munk, 1957)

En la película polaca Czlowiek na torze (1957, Hombre en las vías) de Andrzej Munk, la investigación del atropello de un maquinista es el hilo conductor de un retrato completo y realista del mundo ferroviario y de cómo le influyen los cambios sociales y técnicos.
Estamos en 1950. En la escena inicial, como en La bestia humana, vemos la conducción de una locomotora de vapor. El maquinista ordena al auxiliar que mire el semáforo y este ve una luz que indica vía libre, a los pocos metros ven un hombre vestido de ferroviario de pie en medio de las vías haciendo señales de que paren y al que inevitablemente arrollan. Es Orzechowski, un veterano que hace de maquinista desde 1914. Al mirar el semáforo se dan cuenta de que la segunda linterna no está arriba en su lugar sino en la base. Dos luces indican frenar y continuar a marcha lenta. Si no hubieran frenado al ver al hombre en las vías, hubiera habido una catástrofe porque el convoy hubiera descarrilado en el cambio de agujas, pero siendo quien es el atropellado, enseguida se discute si no ha cometido un sabotaje.
Inmediatamente se forma una comisión investigadora y la estructura de la película se sostiene en flashbacks introducidos a raíz de los sucesivos testimonios. El jefe de estación, hombre de confianza del nuevo régimen comunista, cree que Orzechowski fue un saboteador. El joven maquinista del tren que le arrolló, en su testimonio, a raíz de sus encontronazos con él cuando estaba en prácticas, lo describe como un hombre terco, orgulloso, imperioso, crítico con el nuevo régimen y con los trabajadores más jóvenes. El señalero del cruce donde murió Orzechowski también testifica. Al final se descubre que el veterano vio que una de las dos luces del semáforo estaba apagada, que intentó encenderla, que no había queroseno por un error del señalero y que, después de dejar su reloj en la vía, murió en su exitoso intento de evitar una catástrofe.
En el filme vemos al detalle cómo funciona el sistema de semáforos cuando todavía se utilizaban lámparas de queroseno que había que subir cada día estructura arriba hasta su lugar detrás de los cristales de colores de los brazos, asistimos a detalles de la revisión previa de la locomotora y a los trabajos de mantenimiento en el depósito, pero también conocemos aspectos generales del funcionamiento de la empresa, su estructura jerárquica y como los equipos de maquinista, auxiliar y fogonero aceptan el reto de trabajar con carbón de más baja calidad para ahorrar y contribuir a la economía comunista. El tema del orgullo de los ferroviarios y el amor por su profesión también está presente.
El tren (John Frankenheimer, 1964)

París 1944. Cuando los alemanes abandonan la ciudad, pretenden llevarse los tesoros de los museos en un tren especial. La Resistencia intenta evitarlo sin que se dañen las pinturas. Labiche es un jefe de región de la compañía ferroviaria que tiene la orden de los nazis de llevar el tren con las obras de arte hacia Alemania y, al mismo tiempo, colabora con la Resistencia.
Con un guion basado en el libro Le front de l’art: défense des collections Françaises 1939-1945 de Rose Valland, El tren es considerada una de las mejores películas de tema ferroviario y, al mismo tiempo, un homenaje a la resistencia ferroviaria francesa contra el nazismo y al esfuerzo por la preservación del arte como patrimonio colectivo.
Unas interpretaciones y una dirección que han merecido elogios redondean uno de los mejores largometrajes sobre la Segunda Guerra Mundial.
Con respecto al tema ferroviario, se ha convertido en una obra de referencia por el realismo y variedad de maniobras y circulaciones que se ven, que son descritas con realismo y haciendo que la tensión y empuje del movimiento de las locomotoras sea un correlato de la voluntad de los hombres y mujeres de la Resistencia para salvar a su patrimonio artístico.
El tren se nos presenta como un ser vivo, como un lugar donde siempre se hace algo: se ordenan circulaciones, se mueven agujas, se alimentan locomotoras con agua y carbón, se pone aceite en las rótulas, se comprueba cualquier pieza, se sabotea... Ruedas, raíles, vagones y mecanismos se nos muestran en funcionamiento con planos muy largos. El tren en todo su dinamismo y en toda su geometría creativa se nos muestra como un elemento de gran riqueza cinematográfica.
De esta cinta, existe, del mismo año 1964, un making of de diez minutos producido por la SNCF.
Santa Olaja de Acero (José Antonio Páramo, 1971)

Esta producción de TVE está basada en el relato homónimo de 1955 de Ignacio Aldecoa, un autor inscrito en el realismo social. La realidad de España, de sus gentes, de sus formas de vida, de sus oficios, está siempre presente en su obra, no es de extrañar, por lo tanto, que en algunos de sus relatos el ferrocarril y los ferroviarios tengan un papel relevante.
La extensión del relato y la duración de la película (47 minutos) permite trabajarlos conjuntamente.
El relato narra un día del trabajo de Higinio, un maquinista asignado a un depósito de locomotoras del norte de Castilla a finales de los años cuarenta. La composición de mercancías, con la locomotora «Santa Olaja» en cabeza, sale de la estación hacia el altiplano y durante el viaje se nos describe la conducción y las operaciones en las paradas intermedias, pero cuando casi llegan al puerto, una reparación en la vía les obliga a retroceder hasta el último apeadero, sin saber si el mixto que les sigue ha sido detenido en él.
Con una prosa brillante, Aldecoa nos narra el drama del retroceso con todo lujo de detalles y demostrando que se ha documentado concienzudamente, solo así se puede describir con tanto realismo la sucesión de topetazos al iniciar la marcha atrás, los peligros de fundir los ejes si los hombres al cargo de los frenos de cada vagón no los aplican adecuadamente, la tensión de sentir como la composición arrastra la locomotora... pero Higinio consigue detener el tren:
El tren llevaba ya una gran velocidad.
–Voy a aprovechar esta curva; alguno se saldrá del carril, pero acaso frenemos.
Puso las manos sobre las palancas y pitó largamente. Gritó:
–Si alguno salta...
Olaja fue frenando paulatinamente. Todo el tren retemblaba, se agitaba, parecía que iba a salirse de las vías. Los cubos de los ejes, recalentados, quemaban el aceite. En medio de la composición pareció que un vagón se encabritaba. Luego Olaja se hizo definitivamente con el resto del tren. Frenó totalmente, con seguridad; resbaló un poco sobre los rieles y el tren quedó parado. Los hombres saltaron a los bordes de la vía. El jefe de tren corría hacia la máquina. Higinio se pasaba la mano por la frente. El fogonero se apoyaba en Olaja.
–De buena nos hemos librado, –dijo el jefe de tren.
El relato termina con el reencuentro de los ferroviarios en el depósito de locomotoras, los comentarios del día mientras toman el último trago, el regreso de Higinio a casa y la breve conversación con su mujer. Ya dormida, ella le pregunta cómo lo ha ido el día, a lo que él responde que «Bien. Como siempre».
La adaptación para la pequeña pantalla de José Antonio Páramo sigue fielmente el relato de Aldecoa, utiliza material ferroviario de época y tiene cuidado de tratar con fidelidad las maniobras ferroviarias y el ambiente de trabajo en la compañía.
La cuadrilla (Ken Loach, 2001)

The Navigators (La cuadrilla), dirigida por Ken Loach en 2001, pertenece de lleno al grupo de películas en el que el ferrocarril es el tema principal y casi único.
Su tema de fondo es la privatización de los ferrocarriles británicos, que se inició con la Railways Act de 1993 y se completó en 1997. La operación consistió en la separación de la explotación de la infraestructura, que quedó a cargo de Railtrack, y del resto de los servicios, que se franquició a una treintena de compañías (Virgin, Scotrail, South West Trains, etc.). Fue una decisión muy controvertida. Entre los efectos ventajosos de la operación, los economistas suelen citar el incremento del número de viajeros, el descenso de las tarifas y el mantenimiento de un sistema británico integrado. Entre los efectos perniciosos, se destacan los elevados costes de transacción, la excesiva fragmentación y la tendencia hacia una inversión insuficiente. La falta de capacidad y de calidad de las infraestructuras causó problemas, incluidos algunos accidentes, que generaron el malestar de los usuarios y obligó a una intervención del gobierno ante la quiebra de Railtrack.
El filme nos narra las peripecias de un grupo de ferroviarios cuando, en 1991, la privatización afecta a su unidad de mantenimiento de vías y señales del sur del condado de Yorkshire. Una mañana, al llegar a la base, el jefe les recibe con las novedades: su unidad pertenece ahora a East Midlands Infrastructure y debe competir con otras unidades privatizadas para conseguir encargos de trabajo.
Para ilustrarles sobre cómo deben trabajar, les habla del «informe previo de la misión» y «del pago vinculado a la consecución de los objetivos»; esta jerga, que ni el propio encargado acaba de entender, es recibida con burlas, sobre todo cuando se les informa que entre los objetivos está el trabajar con seguridad y que «las muertes deben mantenerse en un nivel aceptable».«¿Cuál es un nivel aceptable?», preguntan. El encargado consulta concienzudamente sus notas y responde: «Dos al año». El gracioso de turno tercia: «No hemos tenido ningún muerto en dieciocho meses, ¿algún voluntario?». Pronto la burla se torna en malestar cuando se dan cuenta de que la elección que se les ofrece es o aceptar el finiquito o quedarse con las nuevas condiciones, es decir, hacer concesiones en las condiciones laborales y competir para tener trabajo.
La intención de Ken Loach es denunciar las contradicciones de la política de privatización y sus efectos perniciosos sobre los trabajadores y sobre la propia organización. Para ello, con unos esquemas argumentales muy simples, se nos muestran los efectos de la operación. Algunas de las situaciones que se generan son cómicas, como el caso del mozo de limpieza, que ahora es autónomo y que, para hacer el mismo trabajo que hacía antes, tiene que presentar una oferta y comprarse él mismo el cubo y la fregona. La crudeza de la nueva política se pone de manifiesto cuando la empresa privatizada cambia constantemente de nombre y de manos y, sobre todo, en la escena final en la que, desmovilizados y desmoralizados, los trabajadores llegan a poner en peligro la vida de un compañero accidentado para no arriesgarse a perder el trabajo. El mensaje de Loach es claro: el neoliberalismo embrutece a las personas y es ineficaz como sistema.
Las intenciones y el mensaje del director son claros, pero los personajes son a penas estereotipos (el bromista, el sindicalista, el solidario…) y sus problemas familiares, derivados de su situación profesional, son presentados con muy poca verosimilitud. El guion está firmado por el propio Loach sobre la base de una propuesta de Rob Dawber, trabajador del ferrocarril durante veintisiete años, secretario del sindicato de transportes de Sheffield y correligionario político de Loach.
La cuadrilla habla de ferroviarios que trabajan en las vías, de manera que podemos ver cambios de traviesas, mantenimiento de raíles y trabajos en las conducciones. A los trenes solo los vemos pasar, perfectamente señalizados al principio y poniendo en riesgo la vida de los ferroviarios cuando las cuadrillas son reducidas en sus efectivos y no hay nadie para avisar de su proximidad.
Para la filmación se utilizaron algunas circulaciones de material que tienen la base en Yorkshire. Se trata siempre de viejo material con tracción diésel.
El último tren (Diego Arsuaga, 2002)

«El patrimonio no se vende». Este es el lema, escrito en una sábana, que cuelga del tender de una vieja locomotora de vapor que, tripulada por tres viejos y un niño, recorre las vías abandonadas de la planicie uruguaya, perseguida por la policía y levantando reacciones de todo tipo por donde pasa.
Estamos hablando de la producción uruguayo-argentino-hispana titulada El último tren, película dirigida en 2002 por el uruguayo Diego Arsuaga. La película consiguió el Goya 2002 a la mejor película extranjera de habla hispana.
Un importante y poderoso estudio de Hollywood ha comprado, para ser utilizada en el rodaje de su próxima película, una histórica locomotora uruguaya del siglo XIX: «la 33». La elección es vivida por algunos uruguayos como un motivo de orgullo, pero los miembros de la Asociación Amigos del Riel consideran que la locomotora forma parte del patrimonio industrial del país y que debe ser retenida y preservada.
Decididos a impedir el traslado de la locomotora a los Estados Unidos, tres miembros de la sociedad acuerdan secuestrarla. Los tres valientes son el profesor que les ha convencido del valor patrimonial de la locomotora, el «insoportable» Pepe que ha sido maquinista y el «subnormal» secretario de la asociación. Por avatares del guion, se les une niño en el justo momento de emprender su loca aventura.
Con la consigna «El patrimonio no se vende» colgada del tender, la locomotora se lanza a recorrer las vías abandonadas de las planicies del interior del país. Su marcha desencadena la persecución de las autoridades y el interés de los periodistas, pero también la solidaridad de los pueblos que añoran los tiempos en que tenían ferrocarril. El itinerario de los tres viejos e incombustibles luchadores acaba en una vía muerta de un lugar remoto y desierto, pero...
El filme tiene diversas lecturas, desde la reivindicación del patrimonio ferroviario, hasta la revisión de un tema eterno: la epopeya de la gente sencilla que se enfrenta a los poderosos supuestamente invencibles. La película, para evitar caer en un maniqueísmo de buenos y malos, adopta un tono próximo al cuento y al relato clásico, de manera que utiliza sus convenciones narrativas e introduce un punto de fantasía.
El propio director, en las notas de prensa que se distribuyeron en el momento del estreno in-dicaba que:
Es difícil encasillar este filme en un género, porque tiene elementos de varios, desde la comedia hasta el road movie, pero creo que el género que más se acerca es alguna forma de wéstern. Porque existe la Asociación de Amigos de Riel que tiene realmente la Locomotora 33 y que puede andar en ella gracias a una lucha sin cuartel que han dado sus integrantes. Porque por las vías ya no corren más trenes, pero siguen estando ahí como esperando a que regrese el pasado.
En esta película, la locomotora nos es presentada casi como un ser vivo, al que vemos como un animal cautivo en las primeras escenas y como un animal que disfruta de su libertad cuando resopla por las viejas vías abandonadas. Una vez más en palabras del director: «Una máquina enorme dentro de una ciudad gris pasa a ser un diminuto punto en el paisaje enorme y verde». Se muestran con rigor los detalles de la conducción y primeros planos de sus mecanismos en movimiento.

Películas para usar en distintas áreas de la educación
A continuación, se presenta una tabla con películas que pueden ser útiles para tratar determinados temas o ilustrarlos. De cada una de ellas se indica el título original, el título con el que se ha exhibido en España, el nombre del director y el año; no se ha incluido la sinopsis por una cuestión de espacio y porque es fácilmente obtenible. Se hace un comentario sobre su utilidad y se indica qué materias o áreas de conocimiento pueden ilustrar, en el bien entendido que muchas de las películas pueden usarse en varias áreas.

Autor: Jordi Font-Agustí
Ingeniero y escritor. Ha publicado, entre otras, las novelas Asesinato en el politécnico (1993), La fuerza del río (1996), Contracorrent (Premio El lector de l’Odissea 2000), Traficantes de leyendas (Premio internacional de ciencia-ficción UPC 2003), La febre del vapor (Premio Pedrolo 2010) y L'herència japonesa (2017). Ha impartido cursos sobre la presencia de la tecnociencia en las artes. Aficionado ferroviario, ha pronunciado diversas conferencias sobre el ferrocarril en la literatura, el cine y las artes plásticas.