Superhéroes, vampiros y zombis: ciencia y cine

Artículo publicado en el número 100 de la revista Making Of
Artículo publicado en el número 100-101 de la revista Making Of

Orientaciones para usar el poder de atracción y de seducción que ejercen seres fantásticos, arquetipos cinematográficos, en la enseñanza-aprendizaje de la tecnociencia.


El Dr. John Koestler (Nicolas Cage), astrofísico del Instituto Tecnológico de Massachussets, descifra un sorprendente código secreto escrito en una hoja por una niña hace 50 años. Son las predicciones de fechas, lugares y número de víctimas de accidentes catastróficos (aviones, terremotos...). Intentará impedir o, al menos, prevenir, que las últimas se cumplan. Es el argumento de Señales del futuro (Knowing) (Alex Proyas, 2009), filme que mezcla, de manera efectista, la racionalidad del científico con la pseudociencia de las profecías agoreras del fin del mundo.

Llaman la atención algunos errores científicos (Moreno, 2009). En primer lugar, en el método seguido para agrupar la ristra de cifras: fecha-número de víctimas-localización, las longitudes y latitudes geográficas que indican la localización del evento catastrófico aparecen sin el signo (+, –) o la indicación del punto cardinal (N, S, E, W) correspondiente. Algo habitual en la latitud: cuando se indican lugares del hemisferio norte, acostumbra a obviarse el signo + o la N. Pero erróneo cuando se trata de la longitud. Así que los hechos acontecerían en lugares de Rusia (longitudes +) en vez de Estados Unidos (longitudes –), donde se supone que pasan. En segundo lugar, los modelos astronómicos de evolución estelar actuales no indican que nuestro Sol, una estrella normal, pueda emitir: “una onda de radiación de 100 microteslas que destruirá nuestra capa de ozono.” Además, la capa de ozono no podría eliminarse así puesto que ella misma es creada por la radiación solar al convertir el oxígeno atmosférico en ozono. Y el tesla es una unidad de campo magnético no de energía. ¿Oído John?

Errores menores, si se quiere, aunque resultan sorprendentes en una superproducción cinematográfica moderna. Este tipo de gazapos tienen escasa importancia, habituados como estamos a cierto analfabetismo numérico (anumerismo) y tecnocientífico que parecen campar a sus anchas, cosa más grave, en los medios de comunicación. En última instancia, cualquier revisión última del filme podría perfectamente haber subsanado estos errores. Serían irrelevantes sino fuese porque son una muestra del escaso rigor con el que la ciencia y la tecnología, con contadas excepciones, aparecen retratadas en la ficción y, en concreto, en esa industria (arte) del ocio que es el cine.

Thor (2011) de Kenneth BranaghTecnociencia y cine no son (no deberían ser) mundos incompatibles ni antagónicos. Comparten el sentido de la maravilla y la especulación. Además, ambos se nutren tanto de la realidad como de la imaginación. El cine, para desarrollar sus historias. La tecnociencia, para avanzar en el conocimiento. Así, el cine posee un immenso potencial para explorar y explotar en la enseñanza-aprendizaje y la divulgación tanto de la tecnociencia como del resto de disciplinas humanísticas. Una magnífica herramienta que sirve para desarrollar un sano espíritu crítico y escéptico, base del propio método científico, y ampliar, incluso, los límites de la imaginación.

En trabajos anteriores (Moreno y José, 1999, 2009; Moreno, 2010), hemos analizado la presencia de la tecnociencia en la ficción en general (cine, literatura y cómic). En este artículo nos centramos en las obras cinematográficas y examinamos algunos aspectos tecnocientíficos (velocidad límite, reflexión en espejos) presentes en filmes recientes que abarcan desde las nuevas hornadas de superhéroes hasta revisiones de arquetipos clásicos como los vampiros y los zombies.

Nuevos tiempos, nuevos superhéroes de Thor a KickAss

El tema superheroico se mantiene en auge gracias a las aventuras sin parangón de los ya consolidados (Superman, Iron Man, X Men) y a las nuevas incorporaciones procedentes de su mundo original: el cómic (Thor, Kick-Ass, Linterna Verde, The Avengers). Comentamos algunos aspectos de dos filmes superheroicos recientes: Thor (2011) y Kick-Ass: Listo para machacar (2010), que cuentan ya con segundas partes: Thor. El mundo oscuro (2013) y Kick-Ass 2: Con un par (2013).

  • Mjolnir, el martillo de Thor

En el universo superheroico cinematográfico faltaba un superhéroe mítico, valga el doble sentido: Thor. El filme homónimo de Kenneth Branagh (Thor, 2011) ha venido a rellenar el vacío. Un cómic “en movimiento”. Cine para todos los públicos bastante fiel al cómic de la editorial Marvel en que se basa. Año 965: en el reino eterno de Asgard el legendario príncipe Thor (Chris Hemsworth) a punto está de hacer estallar una nueva guerra con los Gigantes del Hielo. Por su arrogancia y estupidez es desterrado por su padre, el rey-padre Odín (Anthony Hopkins), a la Tierra. Allí deberá madurar y hacer frente a los villanos de su mundo enviados para destruirlo. Tendrá tiempo, como todo buen superhéroe, de enamorarse de una humana: la física Jane Foster (Natalie Portman).

En un cómic, un superhéroe con capa resulta normal. En el cine, un personaje de gran envergadura y altura, de rubia melena, vestido con ropa premedieval, de bárbaro nórdico, y con una capa roja moviéndose entre la gente actual con un gran martillo en la mano, resulta… anacrónico.

Esta figura originaria de la mitología nórdica y germana que se identifica con el dios del trueno, fue creada, como tantos otros superhéroes (Spiderman, Hulk, Iron Man, etc.), por el guionista Stan Lee y el dibujante Jack Kirby en 1962. No es un superhéroe típico con superpoderes. Su carácter superheroico le viene por emplear el mítico martillo Mjolnir. Un arma arrojadiza, de corta empuñadura, que tiene la propiedad de no fallar nunca el blanco (es infalible). ¿Qué pasaría si el martillo de Thor fuese lanzado contra el escudo (indestructible) del Capitán América? La solución a esta paradoja lógica, arma infalible lanzada contra un objeto indestructible, reside en que la existencia de una impide que pueda coexistir con el otro. Si se es infalible, no falla nunca y, por tanto, no puede coexistir con algo indestructible. Y al revés.

Thor (2011) de Kenneth BranaghAdemás, este martillo siempre retorna a las manos de su amo. Los bumeranes, el artilugo real que más se parecería al martillo, ¡sólo regresan a las manos de su lanzador si fallan el blanco! Puede encogerse, si hace falta y lanzar rayos. Todo un prodigio.

En una escena del filme, el martillo cae a la Tierra después de Thor y deja un cráter perfectamente circular quedando incrustado en una piedra. Ningún humano, ni con la ayuda de maquinaria, lo puede desencajar (como la también mítica espada Excalibur). Cuando un meteorito cae a la Tierra (o en la superficie Lunar), además del cráter de impacto por las inmediaciones se observa el material (piedras, tierra) arrojado en la colisción. Aunque sea un martillo mágico (“forjado en el corazón de una estrella muerta”) este efecto debería ser visible. Históricamente, el martillo se convirtió en el símbolo del dios del trueno. Fue un amuleto y un símbolo de desafío de los nativos nórdicos muy popular durante la época vikinga.

En otra escena, la física Jane Foster y el científico que colabora con ella, Erik Selvig, comentan que se ha abierto un “puente Einstein-Rosen” que ha permitido que Thor caiga, literalmente, del cielo. No es un invento del filme. Los puentes de Einstein-Rosen, conocidos también como “agujeros de gusano”, son unas construcciones físico-matemáticas teóricas de la teoria de la Relatividad General, la teoría de la gravitación formulada por Albert Einstein en 1915.  Vendrían a ser una especie de atajo entre dos puntos del espaciotiempo (la estructura que conforma nuestro Universo). Teóricamente, la materia se podría desplazar de un extremo al otro del puente o agujero, reduciendo la distancia y el tiempo del viaje si éste se realizase por la superficie del espaciotiempo normal.

Como se trata de una conexión entre puntos del espaciotiempo, el viaje no es sólo espacial sino también temporal. De aquí que nuestro superhéroe Thor viaje entre Asgard y la Tierra y también del año 965 al 2011. Desgraciadamente, aún no se ha descubierto ningún agujero o puente de este tipo, aunque los teóricos de la Relatividad General han hallado soluciones matemáticas donde sí aparecen estas estructuras. Uno de los problemas que presenta es que cuando se crean, tienen tendencia a cerrarse rápidamente. Para utilizarlas como atajos del espaciotiempo, primero habría que mantenerlas abiertas el tiempo suficiente y después verficar que un sistema vivo como nosotros (o Thor) lo puede atravesar sin problemas. ¿Algún voluntario? Algunos físicos teóricos dudan de que, en caso de existir, se puedan utilizar para enviar viajeros o información. Se violarían ciertos principios físicos fundamentales, como el de causalidad (las causas deben preceder siempre a sus efectos).

En resumen, un puente de Einstein-Rosen resulta aceptable, con todas las prevenciones comentadas, como explicación del viaje espaciotemporal de Thor, pero, de momento, no es más que un objeto teórico sin contrapartida real. En este caso, los guionistas han buscado una justificación más o menos racional para fundamentar un hecho extraordinario. No resulta habitual.

  • Cómprate un traje de superhéroe y lo serás

¿Basta con comprarse un traje de superhéroe por Internet para convertirse en un superhéroe real? Dave Lizewski (Aaron Johnson) un estudiante de instituto normal y corriente de Nueva York, fanático de los cómics, así lo hace. Andar por las calles de una gran ciudad, aunque sea tan cosmopolita como NY, con un ceñido y ridículo traje verde tiene sus riesgos. Recibe una monumental paliza, es apuñalado y atropellado por un coche. Su sistema nervioso resulta inutilizado (no siente el dolor). Hospitalizado, los huesos destrozados son reforzados com piezas metálicas (su resistencia a los golpes se verá incrementada). No son superpoderes típicos pero como va de paliza en paliza estos “poderes” le resultan de gran ayuda… para ir tirando.

Se trata del argumento del largometraje Kick-Ass: Listo para machacar (Matthew Vaughn, 2010), una original aportación al manido tema superheroico. Está basado en un personaje homónimo del cómic de origen reciente, creado por Mark Millar y John Romita en 2008.

No le será fácil a Dave ingresar en el selecto club de los superhéroes. Perseguido por la mafia se hace amigo de unos vengadores enmascarados, unos “justicieros urbanos” como Big Daddy (Nicolas Cage) y su hija Hit Girl, y un “compañero de batalla”, Red Mist. Personajes estrambóticos que intentan poner freno al hampa neoyorquina. Como afirma el propio Dave, “Big Daddy y Hit Girl eran superhéroes de verdad. Yo era un capullo con pijama”.

No es una película de superhéroes típica. La violencia es explícita y sin concesiones. Dave, convertido en Kick-Ass (literalmente: patada en el culo), mide la popularidad de su álter ego por el número de amigos de su cuenta de la read social Myspace. Al fin y al cabo su fama le ha venido gracias a Internet: la escena donde recibe una monumental paliza es grabada desde un teléfono móvil por una persona anónima y colgada en YouTube. “En el mundo en el que vivo los héroes sólo existen en los cómics y ese mundo estaría bien si los malos también fuesen ficticios... Pero no lo son”.

Las escenas son bastante verosímiles, bueno, dentro del lenguaje cinematográfico habitual empleado en este tipo de filmes: saltos increíbles, balas que nunca tocan a los protagonistas, malvados que mueren a la primera de turno, etc.

Utilizaremos la primera escena del largometraje para hablar de un concepte físico interesante: la velocidad límite.

Kick-Ass: Listo para machacar (2010) de Matthew VaughnUn tipo disfrazado de superhéroe (ya saben: traje llamativo, alas…) se tira desde la parte más alta de un rascacielos. No, no es Kick-Ass, el protagonista, sino un “armenio con problemas mentales”. El batacazo es monumental y da con sus huesos sobre de un taxi aparcado. Escena correcta. Mientras el falso superhéroe volador se la pega, se oye la voz en off del protagonista: “¿Tan emocionante es la vida  real? ¿Tan apasionantes son los colegios y despachos que soy el único que ha fantaseado con esto? Venga... sed sinceros. En algún momento de nuestra vida todos hemos querido ser un superhéroe”. Una afirmación que es toda una declaración de las intenciones de Dave.

Las alas del saltador son demasiado pequeñas para mantener un planeo eficiente. La fuerza de sustentación, que depende de la superficie de las alas, es insuficiente para compensar la fuerza peso en comparación con la originada por las alas delta que emplean los practicantes del vuelo libre. El mismo problema que debería sufrir Batman con su batcapa (Moreno, 2012).

¿A qué velocidad llega al suelo e impacta con el taxi? Si, para facilitar el cálculo, no se considera el rozamiento con el aire, la velocidad de caída libre es igual a la raíz cuadrada del producto de la altura de la caída por el valor de la aceleración de la gravedad por el factor 2. Si la altura es de 100 metros (rascacielos de unos 40 pisos aproximadamente), la velocidad de impacto es de 45 metros por segundo. Unos 160 kilómetros por hora. Sin airbags, ni nada, el choque es mortal (se sea o no un superhéroe).

Kick-Ass: Listo para machacar (2010) de Matthew VaughnSi se tiene en cuenta el rozamiento con el aire y se alcanza la denominada velocidad límite, se puede llegar entonces al suelo sin demasiados problemas. Es lo que le sucede a un paracaidista. Al abrir el paracaídas durante la caída, aumenta el rozamiento con el aire y cuando la fuerza peso (que siempre empuja hacia el suelo) se compensa con la fuerza de rozamiento del paracaídas (opuesta al peso), el paracaidista ya no aumenta su velocidad: las fuerzas se compensan, ya no acelera y su velocidad se mantiene constante.

La velocidad alcanzada en aquel instante se denomina velocidad límite y es la misma con la que llega al suelo. En los saltos en paracaídas es de unos 20 kilómetros por hora. Soportable. Si no se abre el paracaídas, la velocidad límite típica es de unos 216 kilómetros por hora. Mortal.

Por cierto, el filme Terminal Velocity (Deran Sarafian, 1994) que va sobre el mundo del paracaidismo, se tradujo erróneamente por “Velocidad Terminal”, cuando, en realidad, debería ser “Velocidad Límite” puesto que en inglés “terminal velocity” es “velocidad límite”.

La velocidad límite depende directamente del tamaño del objeto que cae (Moreno y José, 1999). El naturalista inglés J.B. Haldane (1928) lo resumía: “Si se deja caer un ratón en el interior de un pozo de 100 metros de profundidad, cuando llega al fondo apenas sufre una ligera contusión y escapa. Una rata probablemente moriría en la caída, aunque saldría ilesa tras caer de un undécimo piso; un hombre perecería sin duda alguna, y un caballo resultaría aplastado por el impacto.” En las caídas, los pequeños lo tienen francamente mejor.

Vampiros y zombis dominan el celuloide

La temática vampírica y la de los muertos vivientes, que pueden considerarse en sí mismas subgéneros cinematográficos, viven también un renovado auge con las nuevas aproximaciones gracias a exitosas series televisivas (Crónicas Vampíricas (Kevin Williamson, 2009-…), The Walking Dead (Frank Darabont, 2010-…)) y a superventas literarios (“Crepúsculo” (2008) de Stephenie Meyer).

¿Hay algo de ciencia o se trata sólo de fantasía? Analizamos dos de los muchos filmes recientes que han contribuido al tirón de estos subgéneros: El sicario de Dios (2011) y Bienvenidos a Zombieland (2009).

  • Ciencia y vampiros

El sicario de Dios (Priest) (Scott Stewart, 2011) es un filme ambientado en un mundo postapocalítico, devastado por los muchos siglos de lucha entre los humanos y los vampiros. La humanidad se ha alzado victoriosa y ha confinado a sus enemigos en reservas aisladas. Los humanos viven en ciudades amuralladas gobernados… por ¡la Iglesia! Una saga de sacerdotes-guerreros, entrenados para ser soldados imbatibles, vive apartada dedicada a tareas menores (claro, como no hay guerra, no tienen mucho trabajo). Uno de ellos, interpretado por el actor Paul Bettany (especializado en papeles heroico-religiosos como el arcángel San Miguel de Legión (2010), del mismo director) se verá obligado a entrar de nuevo en acción cuando los vampiros, siempre tan taimados ellos, secuestren a su sobrina.

¿Existe una física de los vampiros? Son seres míticos que pertenecen al reino de la fantasía (Ardanuy, 2009). Sus bien conocidas propiedades pueden resumirse en:

  • Se alimentan de sangre fresca (humana, si puede ser). Infectan y convierten en uno de los suyos a los humanos que muerden.
  • Pueden transformarse a voluntad en murciélagos, lobos o humo, si hace falta.
  • Pueden mover su sombra a voluntad y no se reflejan en los espejos.
  • Son invulnerables.
  • Poseen la capacidad de curación y de regeneración.
  • Sólo pueden ser eliminados: por decapitación, clavándoles una estaca en el corazón o exponiéndolos a la luz solar (ciertos vampiros modernos ya han superado este problema).
  • Aristocráticos, como el simpar conde Drácula, e inmortales (el aburrimiento es también un rasgo característico).
  • Cuando fenecen lo hacen dejando un montoncito de ceniza.
  • Punto débil: el ajo y la cruz cristiana (son como la kriptonita para Superman).

El sicario de Dios (2011) de Scott StewartAlgunas de estas propiedades no resisten un análisis racional. Veamos. ¿Qué sucede cuando el conde Drácula o cualquiera de sus acólitos vampirescos se convierte en un murciélago? ¿A dónde va a parar la masa? Los 75 kg de Drácula se convierten en unos 2 kg de murciélago. La masa no puede desparecer y si lo hace es porque se convierte en energía. Así lo plasmó Albert, Einstein claro, en su famosa fórmula: la energia es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado (E = mc2). Masa y energía son equivalentes. La desaparición de 73 kg de materia (por muy vampiresca que sea) debería originar una explosión equivalente a 1.600 megatones: unas 30 bombas de hidrógeno, los artilugidos más mortíferos construidos por el hombre, explosionando a la vez. O 1,5 millones de bombas atómicas (el poder explosivo de una bomba de hidrógeno equivale a unas 50.000 bombas atómicas, como las lanzadas al final de la Segunda Guerra Mundial).

Y cuando el murciélago vampiro desee recuperar la forma original del conde, ¿de dónde obtendrá la masa que le falta?

Otra de las llamativas propiedades que plantea conflictos es la de por qué los vampiros no se reflejan en los espejos. Si los podemos ver cómo es que los espejos no retornan su imagen. ¿Están recubiertos de alguna pintura antivampírica?

Un espejo posee dos superficies: una opaca, de estaño o mercurio, y la otra reflectante, de plata o metal similar. Cuando nos miramos en un espejo, la luz (articial, de una bombilla o natural, del sol) se refleja en nuestra cara o cuerpo y rebota en la superficie del espejo, retornando a nuestros ojos. Si el vampiro no se refleja es, o bien porque toda la luz que le llega es absorbida (no refleja nada), o bien porque la luz que refleja es absorbida por el espejo. En el primer caso, el vampiro sería totalment negro (no es el caso habitual). En el segundo, es una contradicción: el espejo refleja toda la luz que le llega. No tiene ningún sentido que discrimine si es la que procede de un vampiro y la absorba completamente sin reflejar nada. Si fuese así, tampoco nosotros nos reflejaríamos en un espejo. Si el vampiro es invisible en un espejo también debería serlo en la visión directa.

Este impedimento no es óbice para que existan escenas antológicas, desde el punto de vista cinematográfico, como la del baile de los dos humanos que se cuelan en el castillo habitado por un nutrido grupo de vampiros en el paródico filme El baile de los vampiros (The Fearless Vampire Killers) (Roman Polanski, 1967). Sólo ellos se reflejan en el gran espejo del salón. Suspendamos la racionalidad y disfrutemos de las escenas, pero no olvidemos que no tienen ninguna base real.

Por último, analizamos la propagación del vampirismo y sus efectos. Empleamos una versión simplificada de un modelo de fuentes renovables desarrollado en el ámbito de la economía (Hartl, 1982). Vlad Tepes fue un sanguinario príncipe rumano del s. XV. Es el hipotético primer vampiro. Sirvió de inspiración al escritor Bram Stoker para su personaje del conde Drácula (1897) que dio origen a la tradición vampírica moderna. Vlad murió en diciembre de 1476. Supongamos que esa es la fecha del inicio de la infección vampírica y que el despiadado Vlad había mordido e infectado a un humano. La población estimada de la humanidad en esa época era de 450 millones seres. Así que la estadística poblacional era: 449.999.999 humanos mortales y 2 vampiros (Vlad y el recién mordido). Supongamos también que el vampiro sale 1 sola vez al mes en búsqueda de sangre fresca y que tiene suficiente con morder a un solo humano. Un mes después, habrá 449.999.997 humanos y 4 vampiros (los dos iniciales más los 2 infectados). Tras la siguiente salida mensual habrá: 449.999.993 humanos y 8 vampiros. Y luego, 449.999.985 humanos y 16 vampiros, etc.

Una fórmula matemática, relativamente sencilla, permite hallar el número de salidas vampíricas necesarias para acabar con el suministro de humanos (Efthimiou, 2007; Palacios, 2011). Resulta que la raza humana desparece de la Tierra, transformada en vampiros, en sólo 29 meses. Es decir, para mayo del año 1479.

Si en vez de una víctima al mes, el vampiro realiza tres ataques, la extinción humana se daría en 15 meses. Con cinco víctimas al mes, ¡sólo duraríamos 1 año! La situación es dramática. Incluso con la población actual (alrededor de 7.000 millones de personas), al ritmo sosegado de un infectado al mes, sólo substiríamos 33 meses.

Se trata de un modelo que describe la evolución libre de un sistema formado por unos depredadores (los voraces vampiros) y unas presas (los incautos humanos). No tiene en cuenta factores como la natalidad y mortalidad de las presas que pueden influir en el crecimiento o la disminución del número de individuos. Con modelos más complejos, que en biología se conocen como problemas de dinámica de poblaciones depredador-presa o problemas de Volterra-Lotza (y tienen aplicaciones prácticas), las conclusiones no varían mucho.

En resumen, si los vampiros existiesen, la humanidad hace tiempo que habría desaparecido. Aunque existen soluciones originales, procedentes de la ficción, claro. Con la presencia de seres entregados a controlar la expansión vampírica descuidada: individuos medio-vampiros medio-humanos como Blade (Stephen Norrington, 1998), caza-vampiros como Van Helsing (Stephen Sommers, 2004) o Buffy, la cazavampiros (Fran Rubel Kuzui, 1992; Joss Whedon, 1997-2003) o el propio el sacerdote-guerrero de El sicario de Dios (2011), comentado..

Por si acaso, y la física y las matemáticas fallan, manténganse alerta. Cierren puertas y ventanas cuando se haga de noche. Cuelguen alguna ristra de ajos del marco de la puerta, aparte de cerrar el paso a los vampiros, resultan imprescindibles en muchas comidas, como el all i oli catalán (Dejo a su consideración la justificación del porqué en Catalunya no hay tradición vampírica). No vayan solos por lugares oscuros y solitarios. El crucifijo es opcional. Y aléjense de bancos y de la bolsa: a nadie se le escapa que los malvados chupasangres son una metáfora de los especuladores y banqueros sin escrúpulos que desean imponer su manera de entender y gobernar el mundo.

  • En tierra de zombis

En 2009 el filme Bienvenidos a Zombieland (Zombieland) (Ruben Fleischer,  2009) se alzaba con el Premio del público del Festival de Sitges de ese año. Desde hace unos años durante la celebración del festival se organiza, con gran éxito de participación, la Zombie Walk. Estos seres, también míticos, siguen haciendo de las suyas y acaparando la atención del personal.

¿Qué es un zombi? Un humano muerto que retorna a la vida. Un cadáver reanimado. Un muerto viviente. “Son una plaga y la raza humana, sus huéspedes”, sentencia uno de los protagonistas de Bienvenidos a Zombieland. Una búsqueda en el Internet Movie Database (IMDB) por la palabra clave “zombi”, arroja 161 filmes (2011). Si se añaden aquellos filmes que no la incorporan en el título pero van de esta temática, tenemos más de 200 filmes. Y en aumento. Un buen número que da cuenta del peso cinematográfico del tema. Corazones sensibles, abstenerse de seguir leyendo.

Bienvenidos a Zombieland (2009) de Ruben FleischerLos zombis popularizados por Hollywood están lejos de aquellos seres humanos supuestamente retornados a la vida mediante ciertas drogas y prácticas de la religión vudú haitiana. Seres que han perdido la voluntad y la conciencia. Sonámbulos. Son los zombis clásicos de filmes como La legión de los hombres sin alma (White Zombie) (Victor Halperin, 1932), el primero donde aparece uno, y Yo anduve con un zombi (I Walked with a Zombie) (Jacques Tourneur, 1943). Poco tienen que ver con los zombis modernos cuyas características más destacables son:

  • Lentos, tanto mental como físicamente (algunos, como en las sagas Resident Evil (2002) o REC (2007), poseen propiedades mejoradas: son más fuertes, rápidos e inteligentes).
  • Comen (aunque no digieren) personas vivas.
  • Transmiten su condición a base de mordiscos.
  • Se les puede volver a matar (aunque ya estaban muertos (?)) destruyendo su cerebro.

En los filmes modernos, la causa de su estado no es el vudú sino una infección biológica (algún tipus de virus, por lo general, que escapa al control de investigadores y corporaciones privadas poco escrupulosas) no por desconocida, menos real o posible. Hay pues cierta base científica en su origen.

Bienvenidos a Zombieland es uno de los primeros filmes en señalar, aunque erróneamente, que el origen de la enfermedad es el prión: la proteína responsable de la enfermedad de las vacas locas en humanos (enfermedad de Creutzfeldt-Jakob o ECJ). El protagonista sugiere que esta enfermedad es la causa de los zombis en el filme. Pero dice que es un virus, cuando se trata de una proteína: “Mi primer encontronazo con la plaga del siglo XXI. ¿Recordáis las vacas locas? Pues de vacas locas se pasó a personas locas y de ahí a zombis locos. Es un virus de acción rápida que te causa inflamación cerebral. Una fiebre brutal, te vuelve odioso, violento y te da unas ganas de comer que te cagas...” ¿Y el primer infectado? “El paciente cero se zampó una hamburguesa contaminada en un área de servicio”.

Los síntomas asociados a la enfermedad ECJ son muy similares a los de un muerto viviente de la ficción: afecta al sistema nervioso central; en las etapas inciales, los enfermos sufren fallos de memoria, cambios de comportamiento, falta de coordinación, problemas visuales; cuando la enfermedad progresa: deterioro mental, movimientos involuntarios, ceguera, debilidad en las extremidades, coma y muerte.

El origen de la infección imparable es, habitualmente, un virus. Da mucho juego. La infección viral se produce por contacto con la saliva durante la mordedura. Aunque también debería incluir la sangre y las secreciones del muerto viviente. Cuando los protagonistas son salpicados de sangre o lo que sea, ¡nunca se contaminan! El supuesto virus se hace con el control del cuerpo, en concreto, según parece, del sistema nervioso central. La conversión de humano en zombi tiene lugar con la pérdida de la conciencia y el desarrollo de la típica, e inexplicable, conducta agresiva. El virus, éste sí real, de la rabia afecta también al sistema nervioso central.

El virus zombi resulta fatal en el 100% de los casos. Algo sin parangón en la realidad: no existe ningún virus real tan virulento. Sólo el VIH se acercó, desgraciadamente, a este porcentaje en los primeros años de la pandemia del SIDA. El ébola, uno de los más mortíferos, puede llegar a causar la muerte del 90% de los infectados. Utilizando las asunciones biológicas de los filmes, se han desarrollado interesantes modelos teóricos de un ataque zombi (Munz, 2009), parecidos al modelo de expansión vampírica comentado.

El perfil biológico del zombi moderno resulta también harto difícil de justificar (Sabadell, 2011). Los zombis no poseen aparato circulatorio. Sangran, pero poco aunque les gotea una sustancia negruzca y viscosa (¡puaj! Ya lo advertimos) que sus seguidores denominan “aceite de zombi”. Un líquido difícil de bombear sin un corazón  que lata y un sistema arterial en condiciones. Claro que si están muertos, para qué quieren todo esto…

Su carne debería oler muy mal. Dado que no poseen actividad metabólica, el cuerpo muerto debería entrar en descomposición. Lugar ideal para insectos (moscas, escarabajos) y microorganismos necrófagos. Recuerden la utilidad de estos animalillos para datar un cadáver por expertos como el Dr. Grissom de la serie forense CSI. Producen sustancias malolientes de nombre harto elocuente como la putrescina o la cadaverina, típicas de la materia muerta. Así, la manera fácil de detectar un zombi sería por su mal olor. En ninguna película se hace una mínima referencia a ello.

Están desconectados de su sistema nervioso central, excepto para mantener la actividad motora que les permite moverse. Esto justificaría por qué no sienten dolor y pueden pasearse con media cara destrozada o el brazo colgando… Pero no tiene ninguna base creíble que un miembro amputado, como una mano o un brazo o, incluso, la cabeza, posea vida propia una vez separado de su propietario (recuerden la mano del filme Terroríficamente muertos (Evil  Dead II) (Sam Raimi, 1987)). Visualmente espectacular, pero ficticio.

Por otro lado, no está claro cómo con un cerebro dañado o bajo mínimos, el zombi es capaz de reconocer lugares cotidianos (como esas catedrales del consumo, los supermercados, por donde les gusta deambular), orientarse y tener comportamientos rutinarios (pasear por las calles, por ejemplo). Acostumbran a aparecer en grupo, pero no tienen conciencia de ello y no actúan de forma organizada. Se ignoran entre sí aunque se disputen con violencia los pedazos de sus víctimas.

Nótese que no poseen más fuerza que el humano original. Pero tienen, eso sí, una resistencia increíble. Como no padecen el dolor, continúan con su acción hasta que los músculos se estropean. Son persistentes y “cansinos”. Y, por supuesto, la carne humana fresca no es su combustible. Puesto que el sistema digestivo no les funciona, no pueden digerirla. Muerden por morder.

Los filmes de zombis constituyen un amplio muestrario de métodos para defenderse de esa plaga. ¿Cómo matar de manera eficiente a los muertos, a esos “caminantes” (por utilizar el acertado eufemismo con el que se los denomina en la exitosa serie The Walking Dead)? “Existen muchas manera de matar a un humano. Sólo una de matar a un zombi.” (Brooks, 2008): debe destruirse, como sea, su cerebro. En Zombieland se aventuran incluso a dar una serie de reglas: “¿Por qué estoy vivo si todos los que me rodean se han convertido en carne? Es gracias a mi lista de reglas.” Revisemos algunas:

  • “Regla nº 1 para sobrevivir en Zombieland: cuando al virus atacó los primeros en caer, por razones obvias, fueron los gordos.” Evidente: cuando más masa se posee más energía se necesita para desplazarla de un lugar a otro. Si la energía a nuestra disposición es limitada, tenemos un grave problema. Es el momento de adelgazar. No más excusas.
  • “Regla nº 4: poneros los cinturones de seguridad”. Cuando un vehículo frena en seco, la primera ley de Newton (ley de la inercia), establece que el viajero seguirá con la velocidad del vehículo si nada lo retiene. Aterrizar en medio de la calle, tras traspasar el parabrisas, maltrecho y rodeado de zombis no es una situación deseable.
  • “Regla nº 7: viaja ligero”. Se sigue de la regla nº 1. Siempre recomendable.

Nuestra única ventaja es que no son inteligentes. Y se supone que los humanos, sí. Una ironía que la única manera de acabar con estos seres sin cerebro sea destrozárselo. No es fácil: el cerebro está alojado en el cráneo y el cráneo humano es una de las superficies más duras y perdurables de la naturaleza.

Golpear directamente la cabeza del zombi para fracturarla con un objeto contundente: martillo (si fuese el de Thor, aún), porra o bate, requiere de una fuerza extraordinaria para asestar un golpe certero y definitivo. No habrá más oportunidades para propinar más golpes. Además, este método exige primero situarse cerca del zombi. Según recomienda Brooks en su “Zombi: Guía de supervivencia” (2008), debe evitarse siempre el combate cuerpo a cuerpo. Mejor salir por piernas: la agilidad y velocidad de un humano, dada la lentitud y torpeza del zombi, es la mejor defensa.

Objetos afilados como cuchillos y destornilladores pueden resultar efectivos si se consiguen introducir hasta el cerebro zombi (vía la órbita ocular, por ejemplo. Método ampliamente utilizado por Rick Grimes (Andrew Lincoln) y los supervivientes de The Walking Dead). Un hacha resulta difícil de utilizar para cortar de cuajo una cabeza en movimiento. El uso de una lanza o una espada (caso de tener alguna disponible en casa) depende de la fuerza y habilidad del usuario. Estas armas adolecen también del problema de la corta distancia a la que uno debe colocarse para emplearlas. Las flechas de arcos y ballestas son una buena solución si uno tiene buena puntería y es capaz de cargar, apuntar y lanzar deprisa. Y si no, que le pregunten al colega de Rick, el curtido Daryl Dixon (Norman Reedus), un as de la ballesta.

La siempre espectacular motosierra resulta demasiado pesada para llevarla de un lado a otro (si uno no es Leatherface, claro). El ruido, además, puede alertar y ser un reclamo para el resto de zombis (“la cena está servida”). Requiere combustible o suministro eléctrico, no siempre disponible en un apocalipsis zombi.

El empleo de armas de fuego es el método más extendido. A tenor de lo que muestran los filmes, quien más quien menos tiene algún arma en casa. La ametralladora resulta un desperdicio contra un ataque zombi. El objetivo, recuérdese, es la cabeza. Se requiere una lluvia de plomo cuantiosa para acertar, fortuitamente, en la cabeza. Las balas pueden partir trozos del zombi… que se convierten, a su vez, en un peligro. Donde había un zombi, ahora tenemos un conjunto de fragmentos zombis. El fusil o la escopeta, con los cartuchos necesarios, es un elemento pesado. Y poco preciso si uno dispara corriendo. Los tiros con pistola, icono cultural estadounidense, tienen una posibilidad de acierto baja dada la pequeñez y movilidad del blanco (la cabeza del zombi).

Las granadas y explosivos, que matan por el impacto de la metralla arrojada contra los órganos vitales de una persona, son poco eficaces en el caso de un zombi por las bajas posibilidades de acertar directamente en la cabeza. El fuego, por último, es un método útil para huir. Pero nada más: los zombis no le tienen miedo. Como a la carne le cuesta un tiempo quemarse, se convierten en antorchas caminantes hasta consumirse completamente.

Los métodos pasivos ante el ataque zombi tampoco son recomendables. Embutirse en una armadura medieval (si no es la de Iron Man, no sirve), dejando aparte de su pesadez y mal aislamiento térmico, puede proteger de la mordedura directa pero no de la fractura consecuente de huesos. Y el resistente chaleco antibalas deja al descubierto las extremidades. El único consejo válido: “La mejor protección contra el mordisco de un zombi: la distancia”. Ante un enemigo implacable, poner tierra de por medio, sigue siendo la única opción. Llámenme cobarde.

Conclusiones

Superhéroes de nueva hornada y seres más propios del reino de la fantasía, como vampiros y zombis, ejercen un gran poder de atracción y seducción. El cine así lo ha entendido y recurre, con profusión, a estos arquetipos. Aprovechar su tirón para analizar la tecnociencia que está detrás es una buena manera de ejercitar el espíritu crítico y escéptico, componentes inherentes al método científico. Pese al vapuleo que la tecnociencia sufre, el séptimo arte es una magnífica herramienta para su divulgación y para la reflexión sobre la misma.

Bibliografía
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Autor: Manuel Moreno Lupiáñez

Profesor del Departamento de Física e Ingeniería Nuclear de la Escola Politècnica Superior d'Enginyeria de Vilanova i la Geltrú (EPSEVG) de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC).

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