Thirteen

Artículo publicado en el número 22 de la revista Making Of
Artículo publicado en el número 22 de la revista Making Of

El pasado 16 de enero se estrenó en nuestro país el largometraje Thirteen de Catherine Hardwicke, un buen ejemplo de cine protagonizado por adolescentes que puede servir como material didáctico en el aula.

Los antecedentes

Cuando pensamos en películas protagonizadas por adolescentes, inmediatamente nos viene a la cabeza esas insulsas comedias norteamericanas plagadas de jóvenes descerebrados de instituto, cuyo principal rasgo identificativo es el de ir las veinticuatro horas del día completamente salidos. Aunque algunos de estos títulos tienen bastante gracia y forman parte, por cuestiones puramente coyunturales, del imaginario cinematográfico de algunas generaciones de espectadores, los Porky's, Albóndigas en remojo o American Pie, no son más que productos de consumo rápido, que muestran una imagen muy poco creíble de los jóvenes estadounidenses.

En los últimos años, algunos directores independientes han intentado retratar, de forma cruda y realista, cómo es y cómo se desarrolla la vida de los adolescentes norteamericanos. Sin recurrir al humor fácil y de trazo grueso, e intentando indagar en las causas que llevan al progresivo deterioro cultural y a la falta de los valores más fundamentales en la sociedad de su país, estas películas suelen ser carne de festivales y ven muy limitadas sus posibilidades de estreno a los circuitos minoritarios en los que se proyecta cine independiente.

Larry Clark con Kids fue uno de los primeros que empezó a mostrar ese otro tipo de realidad que las grandes productoras de Hollywood preferían ignorar. A partir de ahí, algunos otros francotiradores del celuloide más combativo no han dudado en centrar sus historias en institutos y cafeterías, con la finalidad de explicar cómo piensan y qué sienten los adolescentes de un mundo cada vez más complejo. La polémica Ken Park de Larry Clark (una cinta que no renuncia a mostrar escenas de sexo explícito y a retratar lo peor de la “american white trash”), el éxito de crítica y público de Ghost World de Terry Zwigoff (la adaptación de un cómic de Daniel Clowes que nos explica la historia de dos adolescentes absolutamente desencantadas con la realidad que les rodea) y la Palma de Oro en Cannes lograda por Elephant de Gus Van Sant (la tragedia del instituto de Columbine vista desde los ojos de los dos muchachos que la llevaron a cabo), han demostrado que el público también está interesado en otro tipo de cine sobre adolescentes que se cuestione qué es lo que no funciona en el conjunto de nuestra sociedad. En esta línea temática se inscribe una película como Thirteen.

La génesis de la historia es francamente curiosa. Catherine Hardwicke, la directora de la cinta, conoció a la guionista Nikki Reed cuando salía con el padre de ésta. Aunque rompió con el hombre, Catherine continuó en contacto con la muchacha de forma habitual. Cuando Nikki cumplió los trece años, Hardwicke observó un cambio radical en su forma de ser y actuar. La muchacha se volvió colérica, poco comunicativa y huía de todo y todos; sólo le preocupaba arreglarse por las mañanas y salir con sus amigos. Preocupada, Catherine intentó que la muchacha se volcara en el arte y la escritura. Tras no pocos problemas, al final logró que plasmara por escrito en un guión todo lo que había sucedido durante esos largos meses de incertidumbre. Tal como nos recuerda la directora, “empecé queriendo saber de qué hablan realmente las chicas, y cuando Nikki empezó a contármelo, todo se puso mucho más interesante y atrevido de lo que puede resultar cualquier trama adolescente. Comencé a añadir a su historia las propias vivencias de su madre, que como el personaje de Mel, es peluquera, y temas de los que había hablado con sus padres, y todo eso mezclado se convirtió en algo que nunca hubiera esperado. Cuando teníamos escenas escritas, Nikki y yo las interpretábamos y así supe de inmediato que la historia se estaba forjando como algo vivo y muy poderoso”.

Con el guión en la mano, era necesario encontrar una productora que quisiera llevarlo a cabo. Las características de la historia no facilitaban, a priori, que ninguna gran compañía decidiera invertir su dinero en ella; los temas polémicos y/o escabrosos no son del agrado de las multinacionales que, por regla general, buscan recuperar su dinero de forma rápida y sin excesivas polémicas. Como Hardwicke había trabajado de diseñadora de producción en títulos como Tank Girl, Tres reyes o Vanilla Sky, empezó a mostrar su trabajo a sus contactos hasta, poco tiempo después, lograr que una pequeña productora como Michael London Productions, con la colaboración de la prestigiosa Working Title, le diera el millón y medio de dólares necesario para poder rodar la película.

Para los papeles principales, Hardwicke recurrió a actores semidesconocidos, con la excepción de la veterana Holly Hunter en el rol de madre. Por cierto, la protagonista de El Piano y Existenz se entusiasmó tanto con el guión que llegó a participar como productora ejecutiva en la película. El resto de los papeles principales fueron a parar a Evan Rachel Wood y a la propia Nikki Reed que, lejos de interpretarse a si misma, optó por encarnar a la mejor amiga de la protagonista, aquella que la introduce en el sórdido mundo de las drogas y las fiestas.

Tras un rodaje que transcurrió sin ningún incidente de consideración, la película estaba lista para ser presentada al público. Para todos aquellos lectores que desconozcan como funciona el mercado norteamericano, diremos que una película de bajo presupuesto pensada para el público de cines alternativos tiene muy complicada su exhibición, si antes no ha tenido una presencia exitosa en algún festival de cine. A sabiendas de todo ello, Catherine Hardwicke decidió presentar la cinta en el festival más prestigioso de cine independiente que se celebra en los Estados Unidos: el Sundance Film Festival de Robert Redford, uno de los certámenes que pueden lograr que una película pase del anonimato más absoluto a tener posibilidades de ser distribuida de una forma normalizada. El paso por el festival no pudo ser más exitoso: Hardwicke se alzó con el premio a la mejor dirección. Pero lo verdaderamente importante no fue eso, sino que los medios de comunicación hablaran de la película y empezaran a utilizarla para llamar la atención sobre la situación de la juventud norteamericana. Que la historia estuviera basada en las experiencias reales de la guionista y un final, todo sea dicho, bastante moralista, provocaron que la prensa prestara un interés desmesurado en el proyecto y en la historia real que había detrás de él. Así, lo que en principio era un producto minoritario, al final se convirtió en una cinta que la 20th Century Fox distribuyó por todo el mundo, convirtiéndose en un moderado éxito comercial allí donde se ha estrenado.

Aunque la crítica la ha tratado de forma muy desigual, lo cierto es que las nominaciones a los Globos de Oro y a los Oscar por parte de Holly Hunter, y los premios y nominaciones logrados en el Independent Spirit Awards (en los que se premian las mejores cintas independientes del año) han logrado que aún se hable más de la película. Su tema, su original estructura narrativa y el que esté basada en sucesos más o menos reales ayudó a provocar un debate sobre cuál es la situación de la juventud a principios del siglo XXI. Por todo ello, y por los elementos que después citaremos, creemos que resultaría muy interesante trabajarla desde un punto de vista didáctico.

La historia

La película nos cuenta la transformación que vive Tracy, una prometedora estudiante de trece años que todavía juega con muñecas y cuyas únicas preocupaciones pasan por ir a la escuela y vivir felizmente junto a su madre. Pero cuando Tracy se transforma en una adolescente y empieza su penúltimo año de instituto, conoce a Evie Zamora, quien se ha convertido en la chica más sexy del colegio, y siente la necesidad de hacerse su amiga. Sumamente popular entre los chicos, vestida a la última moda y, todo sea dicho, un poco cursi, Evie representa todo lo que Tracy quiere y necesita ser para sentirse realizada. Aunque al principio Tracy tiene pocas esperanzas de ser aceptada en el grupo de Evie, poco a poco empieza a conseguirlo: empieza a maquillarse, a llevar determinada ropa provocativa, a moverse, averigua las claves de la popularidad y empieza a llamar la atención de Evie y de los chicos.

A partir de ese momento, el listón está cada vez un poquito más alto. Enseguida se va alejando de su madre, que deja de entender a su hija, y empieza a faltar de forma sistemática a clase. A pesar del odio atroz que siente hacia el novio de su madre, un antiguo drogadicto llamado Brady, empieza a abusar ella también de las drogas. Todo ello hace que se resienta su rendimiento escolar y que la situación en casa sea absolutamente insostenible. El esfuerzo de su madre consistirá en convencer a su hija que sólo tiene 13 años, que tiene la vida por delante y que lo que está haciendo no es más que una huida hacia delante que carece por completo de sentido. Pero la dinámica en la que ha entrado Tracy es muy difícil de variar.

Nuestra opinión

Hay determinadas películas que, más allá de su calidad como producto audiovisual, nacen con vocación de referente sociológico. Éstas son cintas en las que se habla más de las cuestiones coyunturales que de los aspectos cinematográficos; donde importa más la dimensión de la polémica que haya podido suscitar, que enjuiciar sus méritos como obra de arte. Este tipo de películas son las que vienen precedidas de polémicas, las que copan las páginas de los suplementos dominicales de los periódicos, sobre las que opinan expertos en sociología, psicólogos y periodistas de toda tendencia e ideología. Desgraciadamente, gracias a todo ello, en estos casos se suele valorar más las connotaciones sociológicas e ideológicas de la cinta que sus valores cinematográficos reales. Muchas películas se han visto lastradas por el estigma de la polémica y ello ha motivado que sus méritos nunca hayan sido del todo reconocidos.

Algo así ha pasado hace pocas fechas con La pasión de Cristo. La obra maestra de Mel Gibson se ha visto injustamente vilipendiada por determinados sectores de la izquierda a los que los árboles (esto es, su ideario político) no les ha dejado ver el bosque (el inconmensurable trabajo de puesta en escena y la coherencia entre fondo y forma) y, por ello, han sido incapaces de ver los  verdaderos méritos del film. El caso de Thirteen, teniendo en cuenta que es una producción minoritaria, es bastante similar. Mucho antes de su estreno, los medios de comunicación ya hablaban de esta historia basada en la vida de una adolescente de 13 años. Lo más curioso de todo es que la película, sin pretenderlo, ha creado un debate ficticio sobre la situación de los jóvenes estadounidenses que, algunos, han utilizado como arma arrojadiza para criticar a la sociedad norteamericana: ¡como si en nuestro país no existieran este tipo de problemas! Sea como fuere, se ha hablado más de las cuestiones coyunturales que de sus posibles méritos o deméritos.

Dejando falsas polémicas de lado, si analizamos la cinta desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, nos daremos cuenta que la película, aunque irregular, tiene cosas interesantes. Tal vez lo más destacado lo encontremos en la puesta en escena que, fundamentada en la cámara en mano y un montaje abrupto y frenético, sabe transmitir la sensación de inseguridad y permanente tensión que requiere la historia. El pulso nervioso se integra en la narración y nos permite que seamos partícipes de la tensión que está viviendo la joven. Por otro lado, tenemos que destacar las interpretaciones, ajustadas y en todo momento conmovedoras. Se nota que los actores creen en los personajes y los llevan hasta registros interpretativos que, en algunos momentos, llegan a estremecer a los espectadores.

Tal vez la parte más floja de la cinta haya que buscarla en la propia estructura del guión; la historia cojea, en algunos momentos resulta un poco fría, artificial, desmesurada. Muchas situaciones parecen creadas con la única intención de epatar a los espectadores dejando, por ese motivo, la lógica arrinconada. Tampoco ayuda un final moralizante y poco consecuente con el desarrollo de la historia. Desde nuestro modesto punto de vista, algo como lo que explica la película requeriría un tratamiento mucho más profundo y racional. Sinceramente, da la impresión que la directora se ha guiado más por la necesidad de proporcionar un final feliz, una salida positiva a la historia, que por la propia lógica del relato.

De todas maneras, hemos de aplaudir la aparición de un producto arriesgado como éste que, sin grandes medios ni posibilidades de distribución, se atreve a salirse de los cánones habituales del cine para adolescentes. Aquí vemos, con todos los peros de los que hemos hablado, personajes auténticos y con problemas como los que pueblan las calles de nuestras ciudades. Con todas sus limitaciones artísticas, y a pesar de contar con una base argumental que tiene más agujeros que un queso de gruyer, necesariamente hemos de aplaudir la aparición de un producto que se sale de las normas de lo políticamente correcto, para hablarnos de jóvenes reales que sufren problemas reales.

Visión didáctica del film

Una cinta con las características de Thirteen no se puede aplicar sin una planificación previa por parte del profesor. La temática, el contenido y los aspectos que trata han de ser perfectamente conducidos a través de un debate previamente estructurado en el que, dentro de lo posible, no queden temas en el tintero. Ello motiva que, como sucedía con Te doy mis ojos, la aplicación de la película dentro de las áreas curriculares tradicionales sea francamente difícil. Ésta no es una cinta para trabajar las matemáticas o las ciencias; es un título que ha de buscar nuestra reflexión personal sobre determinados temas que nos afectan de forma directa. Ésta es una película para ser trabajada desde las áreas de Educación en Valores, Ética o cualquier eje transversal que se adapte a sus características intrínsecas.

Respecto a los ciclos formativos en los que se inscribiría, nosotros consideramos que su visionado se ha de acotar a alumnos a partir de primero de Secundaria que es, por otro lado, el curso al que pertenecen las protagonistas de la ficción. Para los estudiantes de Primaria, el contenido es tal vez excesivamente difuso y descontextualizado de su realidad más inmediata: el cambio que se produce entre Primaria y Secundaria es uno de los temas principales que trata la película. Por otro lado, los alumnos de Secundaria se encuentran en un periodo vital en el que pueden tener muchos elementos en común con los protagonistas de la película. De todas maneras, como decimos siempre, será el profesor en última instancia el que decida si la historia que nos narra Thirteen se adecúa o no a sus intereses formativos.

Por último, nos gustaría indicar que la película, si se sabe trabajar de una forma coherente, puede resultar interesantísima ya que habla de temas que preocupan a los padres de nuestros alumnos. Esto hace que no sea descabellado pensar en una proyección para los padres y hacer, a partir de ello, esa anhelada escuela de padres que tanto se hecha de menos en nuestros sistema educativo actual. Productos de este tipo no siempre están a nuestro alcance, por lo que no podemos desaprovechar la oportunidad de comentar y reflexionar sobre los aspectos más destacados y, por qué no, polémicos de esta cinta.

A continuación, veamos algunos temas que se pueden tratar.

Conflictos familiares

Éste es el eje central de la película. La relación que se establece entre Tracy y su madre es uno de los aspectos más interesantes de la cinta. Mientras la muchacha se siente incomprendida y respaldada por el grupo de amigos, que le ofrecen una serie de estímulos que no encuentra en su casa, su madre asiste confundida e impotente a los cambio que está experimentando su hija. Tracy ya no es la niña que ella recordaba, ahora es una joven con una crisis de identidad con la que resulta imposible dialogar. La familia como estructura social es cuestionada a lo largo de la película: en todo momento nos queda claro que, aunque los problemas nazcan de la crisis familiar, la única solución viene dada por el diálogo con los padres. Esa es una de las principales ideas que se pueden extraer de la cinta y un aspecto sobre el que se ha de trabajar.

La aceptación personal

Uno de los grandes problemas de Tracy es que no se acepta a sí misma. Ella envidia el mundo que representa Evie, un universo de chicos, diversión, desmadre. A este respecto, y aunque es algo que se ha de tratar con mucha calma, la transformación de la protagonista empieza desde el aspecto más puramente físico hasta acabar en las cuestiones morales. Lo primero que transforma a la protagonista es la ropa, ello la hace sentirse más atractiva y, por ello, aceptada entre los demás. Es evidente que la necesidad de que el grupo nos tolere vertebra el drama de la protagonista que, en algún momento de la película, pierde el sentido de la responsabilidad y se deja llevar por completo por lo que le marcan los amigos. Así, la necesidad de aceptarnos como personas y de superar determinados condicionantes personales sería otro ámbito a tocar.

La pertenencia al grupo

Aunque no se toque de una forma directa, hay un aspecto dentro de la película que considero sumamente interesante. Los muchachos, como síntoma de rebeldía, optan por llevar un determinado tipo de ropa o de complementos, tatuajes, piercings, que les diferencia de sus mayores y de otros miembros del grupo. Esta estética, que tendría que formar parte de una opción personal, lo único que logra es convertir a los jóvenes en algo trivial y despersonalizado. Su función catártica pierde sentido a causa de la reiteración con la que aparece. Éste es un dato muy interesante: pertenecer a un grupo no implica aceptar unos estándares y unas formas de comportamiento. Por encima de la uniformización, ha de estar la personalidad y las decisiones individuales. El grupo es importante siempre y cuando no nos anule como individuos.

Sentido de la responsabilidad

La responsabilidad individual es uno de los temas sobre los que más nos podemos centrar a través de la película. Actuar de forma responsable ante las trabas que nos va poniendo la vida, es una forma de demostrar la madurez personal. Madurez se mide por la capacidad de elegir, y ésta viene determinada por el sentido de la responsabilidad, por saber qué es y qué no es correcto. La protagonista, tras el proceso mediante el cuál cae en la espiral de sexo, alcohol y drogas, aprende a salir del problema y a ver cuál es su verdadero destino. Es en ese momento cuando adquiere el sentido de la responsabilidad.

Pero, a la hora de analizar la película, no podemos limitarnos únicamente a hablar de la responsabilidad de la protagonista ya que hay otros actores implicados en la trama. También hay que hablar de la responsabilidad de los padres, de los educadores, de la sociedad, de los medios de comunicación y de todas aquellas personas que han olvidado que todos tenemos algo que decir en el desarrollo de los más jóvenes. Creo que esta película nos ha de hacer replantear nuestra función como educadores y ha de ofrecernos nuevos puntos de vista respecto a la problemática. Muchas veces nos quedamos en lo anecdótico (si los alumnos han de llevar o no tanga en clase) y olvidamos lo realmente importante (que clase de mundo les estamos dando). Este debate puede resultar interesantísimo.

El todo vale

En unos tiempos de un tan acusado relativismo moral como son éstos, es bastante frecuente que se afirme airadamente –o se acepte calladamente– que los valores humanos no son más que una traba para la filosofía que en la actualidad prevalece en muchos contextos de nuestra sociedad: “la del todo vale”. Lejos de esta polémica, lo cierto es que cualquier ser humano consciente, responsable y ético, ha de asumir que existen una serie de valores humanos que hay que afirmar y asumir como algo inherente a la existencia y mejora del hombre. Los valores actúan como guías que favorecen el desarrollo humano y la mejora social: guías de la humanidad hacia sus aspiraciones de paz y fraternidad y guías del individuo hacia la autorrealización y el perfeccionamiento.

Ésta es precisamente la filosofía que nos expone la película. En ella nos encontramos unos personajes que han adoptado unos valores mediatizados por lo material e influenciados por una sociedad que ha perdido el norte. Así, durante la película los espectadores vemos cómo fracasan los intentos de la madre por entender a su hija precisamente porque los estímulos ajenos, la falta de valores éticos, de referentes resulta mucho más atractiva que la necesidad de seguir unas normas. No todo vale, no todo es aceptable. La filosofía del todo vale ha de estar en conflicto con la necesidad de potenciar el espíritu crítico respecto a las cosas que nos rodean. El gran problema de Tracy es que considera que la libertad es hacer lo que quiera; y la libertad no es más que saber ser tú mismo en cualquier ámbito de la vida.

La película da para mucho más. Por ello no queremos dejar de lado algunos temas que, aunque sólo enunciaremos, también pueden ser tratados a partir del visionado de la cinta.

  • Compañerismo y amistad.
  • La tolerancia ante los errores.
  • Relaciones con los padres y compañeros.
  • Límites del sentido del deber.
  • El diálogo como herramienta de entendimiento y comprensión.
  • Educación para la salud.
  • Las adicciones.
  • Relaciones con los educadores.
  • Prevención de drogodependencias.

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Autor: Nacho Jarne Esparcia

Nacho Jarne Esparcia es profesor de Tecnología Educativa de la Universidad de Barcelona.


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