Un profesor inolvidable

Making Of 166

Algunas lecciones sobre la vida en Madadayo

Reflexión sobre la relación maestro-estudiantes a partir de la película Madadayo (1993) de Akira Kurosawa.

 

 

 

Madadayo (1993) de Akira Kurosawa.

FICHA

Dirección: Akira Kurosawa
Nacionalidad y Año de producción: Japón, 1993
Duración: 134 min.
Interpretación: Tatsuo Matsumura (Profesor Hyakken Uchida), Kyôko Kagawa (Mujer del profesor), Hisashi Igawa (Takayama), George Tokoro (Amaki), Masayuki Yui (Kiriyama), Akira Terao (Sawamura), Asei Kobayashi (Kameyama), Takeshi Kusaka (Dr. Kobayashi), Mitsuru Hirata (Tada), Takao Zushi (Kitamura)
Producción: Hisao Kurosawa e Hiroshi Yamamoto
Guion: Akira Kurosawa e Ishirô Honda, basado en la vida y obra de Hyakken Uchida
Música: Shinichirô Ikebe
Fotografía: Takao Saito y Masaharu Ueda
Montaje: Akira Kurosawa
Productora: Kurosawa Production Co., Dentsu Inc., Tokuma Shoten y Daiei Eiga

 

El papel de los maestros en una sociedad es fundamental no solo para la transmisión del conocimiento, sino también, y más importante aún, como referentes en valores y como pilares para la transformación social. En cualquier sociedad, tienen entonces un papel fundamental, aunque hay sociedades que los valoran más. Así, en Japón, quien es considerado un maestro por su integridad, el respeto y admiración que genera, se le llama sensei; título de honorífico, de reconocimiento y aprecio, hacia alguien que llega incluso a considerarse como un «monumento viviente».

De un sensei trata la última película del director japonés Akira Kurosawa: Madadayo (1993), inspirada en los últimos años y obras del escritor Hyakken Uchida (1889-1971). El título corresponde a un ritual que establecen profesor y estudiantes en la fiesta de su cumpleaños, el Maadha-kai, donde juegan a que le preguntan al maestro si está listo para morirse y él responde Madadayo, aún no.

La pregunta implícita en este filme y que permitirá la presente reflexión es ¿qué hace a un profesor inolvidable y que se tenga hacia él un eterno agradecimiento? Madadayo es una película centrada entonces en la relación de un maestro con quienes fueron sus discípulos y no están dispuestos a renunciar a serlo, pues lo consideran un maestro de la vida; entonces, paradójicamente, solo en el inicio de la cinta, que es cuando se retira de la docencia, lo vemos en un salón de clases; de ahí en adelante, mostrará esa especial relación que se teje sobre todo con esta última cohorte de estudiantes y su maestro de alemán, que se extiende hasta el final de su vida.

Un profesor inolvidable por su personalidad y actitud

Madadayo se inicia en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, en 1943, el último día en que el profesor dará clases; ha decidido retirarse de la docencia, que ha ejercido durante más de treinta años, para dedicarse a la escritura. Ante la noticia, Takayama, uno de sus alumnos, menciona cómo el maestro lo fue de su padre y de los amigos de este y siempre se refieren a él como «oro puro», metáfora que muestra cuánto lo valoran, cómo es de excepcional y, como veremos, la nobleza de alma que observan en él, un alma que no parece tocada por la corrupción y que los lleva a verlo como un niño. Y es que, en efecto, el maestro tiene siempre una actitud de desenfado, espontánea, que lo lleva a mostrarse de manera transparente, sin ocultar nunca sus ansiedades, miedos y defectos; no hace una presentación grandilocuente de sí mismo, antes bien, se presenta con las debilidades que para otros sería necesario ocultar. Por ello, no tiene reparos en confesarles a sus estudiantes que sufre de ansiedad antes de las clases y debido a esto llega tarde: por fumar varios cigarrillos. Todo esto a razón de ver humo de cigarrillo en el salón. De esta manera, además de estar mostrándose como débil y proclive a la ansiedad, también les dice a los estudiantes, con su acción, «no tengo autoridad moral para sancionarlos por estar fumando dentro del salón de clase». Y con esta confesión, lo que hace finalmente es dar ejemplo de coherencia, con toda la calma y esa sencilla anécdota, les dice implícitamente: «no voy a exigir lo que yo no soy capaz de hacer, a lo que no puedo renunciar».

Algo en lo que coinciden tanto sus estudiantes, como su esposa y, con seguridad, los espectadores, es en asociarlo con un niño, con mucha inocencia y un pensamiento muy creativo, que en ocasiones se torna incluso mágico, como con las diferentes soluciones que idea a problemas cotidianos o ciertos gestos que expresan alta sensibilidad frente a los animales y los diferentes sucesos de la época que le tocó vivir; incluso cuando llega a hacerles peticiones a sus leales estudiantes, son en un tono y gesto infantil, ante el cual, de inmediato acceden a satisfacer sus necesidades.

El maestro Uchida tiene una actitud epicúrea ante la vida, sobre todo por la sincera amistad que le prodigan sus discípulos; se puede decir que, en casi toda su vejez es ejemplo de alguien que ha llegado a la ataraxia, excepto por aquel momento en que perdió a su gato Nora, en el que sintió mucho dolor por el afecto y la conexión que había establecido con él.

A los que fueron sus estudiantes les encanta compartir con su maestro y en parte es por su sentido del humor; siempre sus encuentros están marcados por las risas ante las ocurrencias de Uchida, por las anécdotas y parábolas que cuenta, que los lleva a aseverar en varias ocasiones lo que sus padres ya decían: «el maestro es oro puro», que como bien se lo explica Takayama: «Un pedazo de oro puro, sin impurezas, significa que le consideran un verdadero maestro».

Para Uchida, merece tanto respeto una persona como una mascota, un pez o un sauce; de hecho, su alta sensibilidad lo llevan a imaginar las incomodidades que pueden sufrir los animales en determinadas condiciones: el sufrimiento de los pajaritos que tenía, por ocasión del bombardeo, los dolores que pueden sentir los peces en un estanque que no se acomode ergonómicamente a sus necesidades, las inclemencias que podría estar pasando Nora en pleno invierno, para citar algunas de sus preocupaciones. Cuestiones que asombran a sus estudiantes, que jamás se han hecho ese tipo de preguntas, razón que los lleva a reafirmar que su profesor es una persona muy buena.

Sin embargo, esta no es solo una percepción de sus discípulos, pues los vecinos y la gente del pueblo se solidarizan mucho con él ante la pérdida de Nora, lo rodean, le dan ánimos y hasta regalos le llevan cuando, por una llamada que así lo hacía creer, esperan haber encontrado a Nora. Todos lo consideran un sensei.

La veneración por el maestro se extiende incluso a las nuevas generaciones, los nietos de los que fueron sus alumnos, también participan del último Maada-khai, del cumpleaños número 77 de Uchida en que le hacen una ceremonia adicional, en la que los nietos se encargan de entregarle la torta al maestro y este les da un consejo que para ellos puede ser enigmático por sus edades, pero que habla muy bien de la coherencia de este maestro: elegir su profesión en concordancia con su vocación. A esto dedica unas bellas palabras que vale la pena citar:

Queridos niños. […] Permitidme un consejo. Por favor, busquen algo en la vida que sean capaces de valorar. Y cuando lo encuentren, trabajen duro por ello. Ponen su alma, porque ese será su gran tesoro particular. Ya sabrán qué quieren, pero tendrán que trabajar y esforzarse mucho para que ese tesoro sea precioso a los ojos de los otros. Será su profesión. En ella pondrán todo su corazón y demostrarán su verdadero valor.

Esas son casi las últimas palabras sabias que le escuchamos, antes de que tengan que concluir la fiesta porque le dio una taquicardia y deben llevarlo a casa. Desde el lenguaje fílmico, al profesor Uchida, en repetidas ocasiones, se le encuadra con elementos que le dan un aura especial, bien sea con el humo del cigarrillo, el vaho de la cena, con una bandeja plateada, en la ventanilla del tren o el papel dorado del fondo del último Maadha-kai. Todo ello para ensalzar lo especial de su persona, el magnetismo que tiene y cómo resalta entre sus discípulos.

Enseñanzas y métodos de Uchida

Ante todo, Uchida enseña con el propio ejemplo, es así como a sus estudiantes les cuenta que se retira de la docencia porque quiere dedicarse de lleno a la escritura: «Quien corre tras dos liebres, quizá no cace ninguna»; con ello, trabaja la importancia de la disciplina para conseguir un propósito: vivir de los libros que publique. Y tras esa noticia, sus alumnos se niegan a dejar de serlo: «Aunque usted se retire de la enseñanza, será nuestro profesor».

Al retirarse de la enseñanza, el profesor tuvo que mudarse a una casa modesta, de la que había antecedentes de sucesivos robos. Su mujer le expresa su preocupación a Uchida y él todo lo tiene preparado, pues ha inventado «un método infalible para disuadir a los ladrones». Cuando sus dos más fervientes estudiantes se encargan de examinar las «medidas de seguridad» que ha tomado el profesor, encuentran que ha ideado una forma muy amable de tratar a cualquier ladrón que ingrese, con una serie de «letreros orientadores» que recalcan la palabra «ladrones». Es un método, se puede decir, didáctico, en el que juega con esa palabra, para causar vergüenza a los posibles bandidos, en diferentes partes de la casa en función de la identificación-desidentificación con ese significante, pudiendo tener un efecto desmoralizador o incluso jocoso que evite la realización del hurto a alguien que se ha tomado semejante trabajo, al menos desde la cultura japonesa que tanta importancia le da al respeto y a las buenas formas en el trato a los otros. Así mismo procede, en su pequeña cabaña donde hay una pared que suelen orinar los transeúntes, cuestión para la que idea un dibujo bastante sugestivo, con la amenaza de castración que está presente en el imaginario de los varones desde pequeños.

Uchida suele usar paradojas en sus conversaciones e intervenciones, mediante ellas estimula el pensamiento dialéctico en sus estudiantes amigos. Por ejemplo, a la entrada de su casa y antes de la visita de sus estudiantes pone un letrero con la siguiente leyenda: «Cita de Shoku-sanjin: "Es una molestia recibir visitas. No obstante, esto no les incluye a ustedes". // Del anfitrión: "Es un placer para nosotros recibir visitas. No obstante, esto no les incluye a ustedes"».

Suele contar historias sencillas en cada encuentro con sus amigos. En su sexagésimo cumpleaños invita por primera vez a 16 de sus estudiantes a celebrarlo con una comida especial; aunque están en medio de la Segunda Guerra Mundial, hay lugar para el humor y los entretiene con una rebuscada anécdota de un caballo que lo mira recriminándolo en una carnicería por comprar carne de caballo (para mezclar con un guiso de venado), un tabú gastronómico con el que también juega para que prime el sentido de comunión y agasajo.

Ante todo, siempre con el ejemplo, Uchida enseña el amor por la vida, lo que Erich Fromm (2015) ha llamado la biofilia, una tendencia u orientación humana muy positiva, según la cual una persona busca el crecimiento, conservar la vida en sus diferentes manifestaciones, que influye en los otros a través del amor, la razón y el ejemplo, es constructiva y productiva. Uchida siente compasión y amor por los animales, esto se observa en los análisis que hace de situaciones límite o imaginarias: cuando piensa en el ineludible destino de sus pájaros con los bombardeos, decide que es mejor que mueran en las circunstancias que les parecen más familiares; al diseñar su nueva casa quiere un estanque que no sea muy pequeño y en forma de rosquilla pensando en la comodidad de los peces y que sientan que recorren una distancia infinita. Igualmente, cuando ya se encuentran en situación de posguerra, les enseña a sus estudiantes el apreciar esos elementos de la naturaleza que, por la guerra, habían olvidado o descuidado, como la belleza de la luna y las canciones antiguas, «inocentes y sinceras», promoviendo esa mirada de asombro y contemplación ante lo bello cotidiano, en últimas, de la vida.

Al haber sido profesor de alemán y manifestar un profundo interés en el lenguaje, también por su oficio de escritor, igualmente se preocupa por el que sus estudiantes piensen sobre los significados y usos de las palabras. Así, es muy diciente cuando en su primer Maadha-kai tiene esta charla con uno de sus exestudiantes:

—Tú eres ejecutivo, ¿verdad?
—Sí, así es, señor.
—¿Alguna vez te has parado a pensar en el sentido de la palabra «ejecutar»?
—La verdad es que no, señor.
—Ese es el problema. Ejecutar a veces tiene el significado de cumplir, también de despedir, incluso de decapitar. Por eso no debes vanagloriarte de ser un ejecutivo. Una persona así incluso es peligrosa. Merecería ser ejecutada.

De esa simple manera, lo invita a la humildad y a ser más reflexivo tanto con su labor, como en las relaciones con los otros. Lección aprendida de inmediato, pues el ejecutivo se retira cabizbajo, avergonzado. Y es precisamente en los Maadha-kai donde en medio de la fiesta, las risas y los juegos, el maestro continúa dándoles grandes lecciones. Así, tienen un canto en el que reviven su niñez y juventud, el «Uno-dos, señor Farmacéutico», en el que los estudiantes cantan un sencillo coro («Uno-dos») y el profesor improvisa unas letras de alto contenido político:

La tontería de hoy en día es mi preocupación.
Ni con garrotazos aprendemos la lección.
Perdimos en la guerra y estamos bajo ocupación.
Pero los tontos creen que la guerra acaba aquí.
Dicen que la democracia es el sistema ideal.
Pero solo los ladrones se beneficiarán.
El soborno y la corrupción no tienen parangón.
Y ahora gozan de total impunidad.
Cínicos y caraduras es lo que abunda más.
Escándalos y trampas ni se denuncian ya.
Pero los muy tontos nunca aprenderán.
Están dispuestos a que les roben más.

La enseñanza máxima que les da a sus estudiantes es definitivamente la empatía, para con todo ser vivo, especialmente los animales. Esto se ve reflejado especialmente en la pérdida de su gato Nora, que lo sume en una depresión y lo lleva a escribir un diario a nombre de su gato (Querido Nora) durante el tiempo en que está desaparecido y sus intentos por encontrarlo, además de una carta para cuando llegara, como si fuera redactada por el propio Nora, que comienza así: «Yo, Nora, he estado algún tiempo fuera de casa. He preocupado terriblemente a mi amo y le he causado muchos problemas a todos. Pero, por suerte, ahora he regresado sano y salvo». Gracias a la empatía que han aprendido con su maestro, la relación que los estudiantes sostienen con él está muy nutrida de ella, y los ha convertido en unas personas muy compasivas, siéndolo particularmente con Uchida, en su vejez.

Relación maestro-estudiantes

Una pregunta que le surge a un espectador occidental al ver esta película es ¿por qué, a pesar de que pasan los años, sus estudiantes quieren continuar en contacto con él y lo cuidan y protegen en las adversidades? La primera respuesta que puede darse es concerniente a la cultura, una cultura colectivista como la japonesa enfatiza en las relaciones sociales estrechas, en la necesidad de comunión, que los lleva a estar muy pendientes de todos los integrantes del grupo y a privilegiar a los más vulnerables; así mismo, hacen suyas las tristezas y alegrías del profesor. Pero la cuestión va más allá de este hecho, y es que, en efecto, este maestro ha logrado congregarlos mediante la amistad que les ha brindado. Ha sido un maestro que ha enseñado con sencillez, sin ínfulas de ser un genio o alguien superior a sus discípulos, que ha enseñado desde el amor por las lenguas, el arte, a apreciar lo simple de la vida, disfrutando de las obras de la naturaleza, de los cánticos más infantiles, y con esas pequeñas acciones ha forjado ese espíritu de comunidad, de que no hay unos superiores a otros y, con su ejemplo, también les ha enseñado a aceptar a los otros tal como son. Como lo dijo Takayama: «Aunque durante sus clases aprendamos alemán, nos ha enseñado más que eso. Creo que usted nos ha enseñado muchas cosas valiosas».

Por todo ello, sus estudiantes están muy agradecidos, un agradecimiento de por vida. Es algo tan apreciado para ellos, que por eso se sienten en deuda con el maestro. De esto se desprende el que estén tan pendientes de él desde su cumpleaños número 60 hasta el 77 que contempla la película. Son diecisiete años de fidelidad, de acompañamiento, de risas, de cánticos, de velar por la salud y el bienestar del sensei. Tras esto puede haber fines egoístas, como tener por el mayor tiempo posible al maestro amigo, cercano, sano, pero redunda en un beneficio para todos.

Su gratitud se evidencia en la composición de una canción que corean:

Admiración, veneración a nuestro profesor.
Mi juventud supo guiar con firmeza y bondad.
Mi mente abrió, me dio saber, en deuda estoy con él.
No olvidaré.

Sentido de la vida

Para el notable médico y psicoanalista austriaco Alfred Adler (2004), tres son los problemas que se le plantean a todo ser humano: el amor, las relaciones con los otros y la profesión o el trabajo, que están bastante imbricados en la vida de una persona, y de cuya solución depende el bienestar de la humanidad. Así mismo, considera que educar equivale no solo a ejercer influencias favorables, un camino que exige en toda circunstancia el incremento del espíritu de colaboración y del interés por los demás (Adler, 2004: 13-14).

Uchida cumple con esa influencia, en razón de haber logrado integrar armoniosamente esos tres problemas a través del amor: ama a su esposa, pero también a sus estudiantes, su oficio de escritor, sus mascotas y la enseñanza, que, aunque se haya retirado de ella, la asume en sus acciones cotidianas, en las conversaciones con sus ahora amigos.

La vida de cualquier persona está llena de altibajos, momentos felices, pero también momentos trágicos, y la del profesor Uchida no es la excepción. Fue profesor en la academia militar y luego, gracias al éxito de sus Ensayos de Kyakken (1933) decidió dejar la docencia y dedicarse a la escritura. Akira Kurosawa no se apega estrictamente a la cronología biográfica; ante todo quiere dar cuenta del ser humano, de su capacidad de influencia, de la gratitud de sus estudiantes, algunos de los cuales incluso entrevistó.

Cuando su casa es destruida por un bombardeo, Uchida debe trasladarse a una sencilla y pequeña casa, con muchas precariedades. Solo llevó consigo su libro favorito de Kamo no Chōmei, un escritor, poeta y monje ermitaño con el que se identifica en esos tiempos difíciles, de tanta devastación y ruinas, para quien tener una cama de día y un asiento de noche era más que suficiente en una casa. Así, considera que lo más importante es haber salvado ese libro, las vidas de él y su esposa, de resto, considera que «los seres humanos acumulamos muchas cosas en la vida», además, la guerra le ha llevado a cierta desesperanza, pero justo ante esa emoción sus amigos intervienen: «usted no es Chomei» y le prometen una casa nueva, que ellos le construirán, en parte para que se desidentifique de Chomei, pero sobre todo, para que tenga una vivienda digna en la cual pueda seguir escribiendo con comodidad.

El Maadha-kai se convierte en la celebración de la vida. Allí todo es juego, chistes y entre broma y ritual, se piensa en el sentido de la vida. Se trata de juego ritual donde los estudiantes, llevan un féretro y lo cargan entre varios y al unísono le preguntan al profesor: «¿Maadha-kai?» (¿Estás listo [para morir]?) y él responde: «Madadayo» (aún no). Es una forma de festejar la vida del maestro, su existencia, el deseo de que aún perviva, y por el lado de Uchida, también está el examen de sus sentidos, de su conciencia, de su ansia de continuar viviendo, plenamente. ¿Y qué es plenamente? Pues con una vida sencilla, austera, si se quiere, rutinaria, en la cual él es feliz con lo más simple: tener a su esposa a su lado, escribir, contemplar la naturaleza, compartir con sus amigos, beber sake con ellos.

Después del primer Maadha-kai le regalan la casa prometida, y el profesor se siente en plenitud. Además, ha llegado un gato callejero a acompañarlos, y se convierte en una mascota muy apreciada, al que pone por nombre Nora-Neko, que considera bien educado, con buenos modales. De cierta manera lo ha humanizado, se convierte en el hijo que no tuvieron, y por eso, cuando desaparece, siente enormemente su pérdida, se deprime. Esta es otra lección que le da la vida, y que asume con mucho pesar, pues su sufrimiento es notorio: ha llorado incesantemente, ha estado inapetente, no se baña. Para él, Nora es insustituible, es único. Sin embargo, así como llegó Nora, llega un nuevo gato a las vidas de Uchida y su esposa, y le dan espacio en su hogar para llenar el vacío dejado por Nora. Su nombre, Kurz, que significa, «de rabo corto».

En esos momentos duros siempre ha tenido el respaldo de su esposa y de sus amigos exestudiantes, que procuran todo lo necesario para brindarle felicidad a su maestro. Es por esto que en una visita que le hacen los cuatro más fieles, les reconoce la luz que le han proveído, los compara con el dios de la cosecha que salva a la liebre en una canción que él les enseñó. Una manera grandilocuente de reconocer ese enorme cariño que ellos le prodigan, reconociendo además su inmensa bondad: «La bolsa del dios de la cosecha está llena de bondad, y fue esa bondad que recibí de ustedes la que me salvó de caer en la desesperación».

No hay mayor riqueza que la de tener su amistad, es lo que una y otra vez el maestro con sus actos expresa. En cierto momento, contempló el suicidio, cuando a la pregunta ¿Maadha-kai?, respondía Mouiiyo (estoy preparado), pero justamente ese apoyo afectivo le permite continuar con su vida, sintiéndose apreciado y útil para el conjunto de sus exestudiantes.

Así, es claro que la vida es como una montaña rusa, en la que hay partes planas, otras de subida, duras, que se sienten pesadas y otras en las que es preciso agarrarse fuerte, tener apoyos, para salir adelante de los pesares que se presentan; siempre es mucho mejor subirse a ella acompañado, con amistades que estén ahí para las subidas y bajadas, pues sus coros se convierten en un aliento para continuar, para no desistir, para sentirse acompañado. La vida es un viaje que puede ser corto o largo, pero que se hace mucho más placentero en buena compañía, sintiendo que se enriqueció la vida de otros y a su vez esos otros nutrieron la propia; se trata de un balance muy satisfactorio de la existencia. Al final, eso es lo que queda, por eso, Uchida, luego de la décimo séptima fiesta Maadha-kai está tranquilo, duerme y vuelve a su infancia y en sus sueños juega al Maadha-kai, respondiendo Madadayo (aún no), sin embargo, el cielo está tan bello que lo distrae, ya no se esconde, todo parece indicar que finalmente dirá Mouiiyo (ya estoy preparado).

Referencias

 

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Autor: Sonia Natalia Cogollo-Ospina

Psicóloga. Magíster en Literatura Colombiana. Doctora en Artes.