Aprendizaje-servicio y educación en valores

Comunicación y Pedagogía nº 319-320. Aprendizaje-servicio

El aprendizaje-servicio (ApS) es una actividad educativa con alto contenido de valores. Éstos forman “la nube” que acompaña al ApS, entre los que se encuentran la ayuda desinteresada, la indignación, el compromiso, la cooperación, el compromiso y la positividad. Los participantes en el ApS viven estos valores y los aplican a la realidad, apropiándose de los mismos. De ahí su potencial como propuesta para la educación en valores.

 

 

No tenemos ninguna dificultad en darnos cuenta que el aprendizaje-servicio es una actividad educativa con un alto contenido en valores. Lo intuimos cuando nos explican una experiencia ajena y lo recordamos al evocar un proyecto en el que estuvimos implicados. Ocurre como en todas las prácticas educativas de calidad: en el curso de la actividad se plasman valores que los participantes viven y aprenden.

Es lo que sucede cuando los miembros de un grupo clase, tras recibir información sobre alguno de los aspectos relacionados con la donación de sangre y sobre posibles acciones comunicativas a emprender para incentivarla, se esfuerzan por idear una campaña adecuada a sus circunstancias, la preparan y finalmente la llevan a cabo. Luego, el día señalado para la recolecta, colaboran con el Banco de Sangre informando a los transeúntes, acogiendo a los donantes, sirviendo el refrigerio final que se les ofrece y ayudando en todas las tareas que sea menester. Se implican en las distintas fases del proyecto animados por la idea que su esfuerzo está contribuyendo al éxito de la campaña y a que nadie quede sin una transfusión si la necesita. Se dan cuenta también que contribuyen a sostener un sistema de donación de sangre en el que los ciudadanos de modo altruista contribuyen al bien común. Pero además durante el proceso cooperan con los compañeros y compañeras, colaboran con el Banco de Sangre, respetan a las personas que no desean dar sangre, se esfuerzan en los momentos aburridos y en las tareas difíciles de realizar. Múltiples valores que están un poco por todas partes. Y para completar el proceso quizás hayan advertido que la contribución altruista que tanto ellos como los donantes han realizado es solo un ejemplo de una actitud de ayuda a los demás que debería tener mayor presencia entre los hábitos arraigados en la ciudadanía. Algo que combatiría la búsqueda a toda costa del interés, el beneficio y el éxito particulares. Se habrán dado cuenta que el altruismo es un componente básico para la convivencia. En fin, una actividad de aprendizaje-servicio, como muchas otras, en la cual encontramos trazas de valor un poco por todas partes. Una oportunidad de inmersión en valores.

Hasta aquí hemos afirmado que el aprendizaje-servicio es una práctica educativa que encarna múltiples valores y los ofrece como experiencia formativa a todos los participantes. Ahora me centraré en responder a dos cuestiones: ¿qué valores se activan en las experiencias de aprendizaje-servicio? y ¿cómo se aprenden los valores en el interior de una práctica como el aprendizaje-servicio?

¿Qué valores activa el aprendizaje-servicio?

Para responder a la pregunta que encabeza este apartado primero mostraremos que en una práctica educativa compleja los valores pueden ocupar dos posiciones distintas. Luego, en la medida de lo posible y centrándonos en el aprendizaje-servicio, detallaremos los valores de estas dos tipologías. Empecemos pues por definir las tipologías y a continuación veremos los valores implicados en ellas.

Las prácticas educativas complejas tienen una doble tipología de valores, encontramos valores que contribuyen a realizar la finalidad de la práctica y otros valores que la enriquecen y la completan, incluso de modo necesario, aunque no forman parte de su primer propósito expreso. Las prácticas encarnan unos valores que tienen un carácter central porque apuntan a su finalidad y activan también un conjunto variado de valores, que no definen la personalidad propia de la práctica, pero que se manifiestan durante su desarrollo y también influyen en la formación de los participantes.

Veamos dos ejemplos antes de hablar del aprendizaje-servicio. Si realizamos una asambleas de clase o una actividades de ayuda entre iguales, podemos decir que de manera prioritaria trabajan el diálogo o el cuidado, pero estos valores básicos que definen sus respectivas finalidades no agotan otros muchos valores que también se movilizan durante el desarrollo de la práctica. No hay asambleas sin empatía, mediación y autocontrol, y no tendremos ayuda entre iguales sin paciencia, dedicación y claridad expositiva.

Lo mismo ocurre en el caso del aprendizaje-servicio. Tenemos un ámbito central de valores, lo que llamaremos núcleo de valor de la práctica, que señala los valores que derivan de su finalidad e inspiraron su diseño, y luego tenemos varios valores complementarios, lo que podemos llamar nube de valores de una práctica, donde se incluyen los valores que se activan durante el desarrollo de la actividad y que añaden otras virtudes complementarias a la propuesta formativa. Establecida esta doble tipología de valores en las prácticas educativas y en el aprendizaje-servicio –núcleo de valor y nube de va-lores–, vamos a presentar los valores que se activan en el aprendizaje-servicio para cada una de ellas.

Núcleo de valor del aprendizaje-servicio

No acostumbra a ser complicado establecer el núcleo de valor de una práctica educativa, suele bastar con preguntarse sobre el principal objetivo formativo que persigue o quizás contra qué aspecto negativo de la vida social quiere reaccionar. Una instante de reflexión es suficiente para reconocer los valores prioritarios que persiue la práctica analizada. En el caso del aprendizaje-servicio nos parece que su núcleo de valor apunta a la realización de un servicio altruista en favor de la comunidad. Veámoslo con mayor detenimiento.

En el aprendizaje-servicio se realiza un servicio de calidad en beneficio de la comunidad; un servicio que, de manera voluntaria y gratuita, llevan a cabo las personas en formación. El servicio supone movilizar una cantidad de trabajo que produce un bien que se entrega sin costo alguno al conjunto de la comunidad o a algunos de sus miembros. Se trata de un trabajo que se realiza individual o colectivamente, que suele requerir esfuerzo físico, que requiere saberes e implica capacidades cognitivas, que se realiza en un clima afectivo cálido y que tiene una duración temporal variable. Dicha actividad de servicio se lleva a cabo sobre la realidad natural, social, cultural o personal produciendo algo valioso: un bien; un bien que se puede concretar en la mejora de la capacidad lectora de los jóvenes, en un rato de compañía a los personas mayores, en una campaña comunicativa a favor de una idea o en el cuidado de un jardín, por citar algunos ejemplos de entre los muchos bienes que puede producir el aprendizaje-servicio. Además, es esencial que este bien que produce el trabajo de las personas en formación se ceda de manera gratuita a la comunidad o a los miembros que lo necesitan. Es un regalo, un don, que se ofrece a los conciudadanos, que les beneficia y que además estrecha los lazos de convivencia y solidaridad entre receptores y dadores. Por otra parte, abre la posibilidad que los receptores devuelvan de algún modo el regalo a los donantes, bien sea reconociendo el esfuerzo, dándoles las gracias o devolviéndoles el favor haciendo algo que está en su mano. En cualquier caso, como hemos dicho, se crea una circulación de bienes que acerca las personas, facilita la convivencia y estrecha los vínculos ciudadanos. Finalmente, el servicio a la comunidad supone siempre una doble transformación: en las personas que dan y en las que reciben, pero también en el conjunto de la comunidad. Por insignificante que sea el bien producido siempre provoca alguna pequeña transformación social, que en ciertos casos puede acumularse y llegar a producir un cambio relevante. El aprendizaje-servicio está especialmente abierto al fenómeno wiki o realización de cambios significativos por adición de pequeñas aportaciones.

Hacer compañía a la tercera edad, ejemplo de aprendizaje-servicio.

Participar en una actividad pensada para producir un bien que se entrega a la comunidad, desarrolla en los participantes virtudes como la disposición a la ayuda, el altruismo y la solidaridad. Participar en una práctica centrada en dar gratuitamente permite adquirir el gusto por el apoyo mutuo, la generosidad y la voluntad de contribuir al bien común. Los valores cristalizados en las prácticas se transfieren a los sujetos convirtiéndose en virtudes que adquieren y desarrollan los participantes.

El servicio a la comunidad fomenta el altruismo y la cooperación y se opone a la competencia y la búsqueda del interés individual como únicos dinamismos que explican la conducta humana. La darwiniana lucha por la vida y la persecución del éxito individual que defendió el pensamiento utilitarista no son los únicos motores de la evolución de los seres vivos, de su progreso económico y de la convivencia social. La lucha y el interés existen y actúan, pero no están solos. Cada día tenemos más evidencias que la evolución, el progreso y la convivencia requieren también de la acción de un segundo motor: el altruismo, la cooperación y la ayuda mutua.

La etología ha mostrado que la cooperación y la ayuda no son ajenas a la conducta animal ni al proceso evolutivo de los humanos. Nos hemos hecho humanos gracias a la ayuda mutua y la cooperación, ha sido así porque son fuerzas importantes para protegernos de la vulnerabilidad y los peligros, porque enseñarnos unos a los otros y aprovechar los hallazgos culturales permite el progreso y hace la vida más fácil, y porque cooperar y hacer las cosas juntos permite aprovechar mejor el esfuerzo de cada uno y crear en común una fuerza superior. Competimos y colaboramos, pero la vida es más óptima en la medida que aprendemos a colaborar y ayudar.

Si lo miramos desde la antropología, a partir de la obra de Marcel Mauss recuperamos la importancia del don –de la voluntad de dar– entre individuos y grupos. Tanto este autor como sus seguidores han mostrado que en sociedades tradicionales y también en las actuales los humanos están inclinados a perseguir su interés, pero también a esforzarse para dar de manera altruista a las personas que conocen y también a los desconocidos. La idea está clara: dar forma parte de la naturaleza humana. Hoy nuestras sociedades articulan la relación y la convivencia a partir de los intercambios en el mercado, de la redistribución que regula el estado y de la voluntad de dar que se expresa en infinidades de ámbitos que van de la vida familiar, al voluntariado o la acción de las entidades del tercer sector.

Marcel Mauss (1872-1950).

Este recorrido esquemático e insuficiente tiene que ser útil, sin embargo, para justificar la importancia del núcleo de valor del aprendizaje-servicio. Si estamos programados para dar y ayudar, la educación debe proporcionar experiencias cuya finalidad esencial sea conseguir que emerja esta capacidad y que se convierta en un hábito arraigado.

Nube de valores del aprendizaje-servicio

La ayuda desinteresada resume el núcleo de valor del aprendizaje-servicio, los valores que coinciden con su finalidad. Sin embargo, no son los únicos valores que se manifiestan en el aprendizaje-servicio. Tal como hemos afirmado, las prácticas educativas ponen en juego muchos valores que contribuyen a su correcto desarrollo, y eso es precisamente lo que también ocurre con el aprendizaje-servicio y que a continuación vamos a mostrar.

A diferencia de lo que sucedía con el núcleo de valores del aprendizaje-servicio, que se detectaba fijándose en su finalidad, los valores que forman su nube no son fáciles de establecer de modo exhaustivo. En primer lugar, porque su número es indeterminado, amplio y sujeto a variaciones debidas al modo como se aplique la actividad. Y, en segundo lugar, porque no basta con una simple pregunta por su finalidad, como ocurría en el caso del núcleo de valores, sino que debemos reseguir los pasos y los dinamismos de la práctica para ir detectando los valores que se encarnan en cada uno de esos momentos. Una tarea que requiere conocer con detalle el desarrollo de la práctica y averiguar con cierta minuciosidad los valores que se plasman en cada una de sus etapas. Tras realizar estas dos tareas, establecer el protocolo y detectar los valores de cada momento, podemos afirmar que la nube del aprendizaje-servicio cuenta al menos con los siguientes valores: indignación, compromiso, cooperación, toma de conciencia y positividad. Valores que vamos a comentar brevemente y relacionar con los dinamismos pedagógicos de esta práctica formativa.

La indignación es un estado personal originado por el impacto que provocan situaciones inaceptables. Se llega a la indignación cuando se experimenta un sentimiento de rechazo ante lo que se observa y, además, se tienen buenas razones para desaprobarlo. La indignación supone pues una actitud crítica ante aspectos de la realidad que nos parecen incorrectos o simplemente mejorables. El aprendizaje-servicio tiene que promover una indignación creativa; es decir, tiene que movilizar a los jóvenes participantes para que miren lo que les rodea, se interroguen sobre lo que no les parece correcto e imaginen lo que se puede hacer. Un proceso que se puede desarrollar facilitando el contacto directo con la realidad, estudiándola mediante trabajos de campo, leyendo investigaciones y novelas, viendo películas y documentales y, por encima de todo, analizando estos materiales en el seno del grupo clase y con la ayuda de los docentes. De este debate saldrá la convicción de que hay necesidades que nos interpelan, que debemos hacer algo para paliarlas y que es posible hacerlo.

La indignación es insuficiente sin compromiso, el segundo elemento de la nube de valores del aprendizaje-servicio. El compromiso tiene que ver con la voluntad de implicarse corporal, mental y emocionalmente en favor de algo que nos ha indignado. En el aprendizaje-servicio, el compromiso se concreta en la participación en la actividad de servicio, en el esfuerzo de aprendizaje para realizar un servicio de calidad y en la voluntad de contribuir con imaginación en todos los momentos del proyecto de aprendizaje-servicio. Buena parte de las actividades de aprendizaje-servicio están pensadas para facilitar el compromiso del alumnado. Si queremos destacar algunas de más relevantes tenemos que mencionar los esfuerzos de los docentes para conseguir que el alumnado aporte ideas propias al proyecto, imagine formas originales de realizar el servicio, aproveche lo que sabe, logre nuevos saberes y, en definitiva, se implique activamente en todo el proceso.

El compromiso no solo se refiere al servicio, el conocimiento y la aportación de propuestas, sino que se prolonga y adquiere una importancia esencial en el compromiso con los demás. Algo que quizás expresamos mejor con la idea de cooperación. Un valor que apela a la capacidad para realizar algo en equipo, para realizarlo a favor de los demás y para realizarlo junto a otros socios del proyecto. En el aprendizaje-servicio la cooperación se concreta en el trabajo en equipo que lleva a cabo el alumnado para preparar y realizar el servicio. En segundo lugar, en el servicio a colectivos que sufren alguna limitación y con los cuales mantenemos una relación de ayuda, aceptación de la ayuda por parte de los receptores y devolución de la ayuda a los dadores en forma de reconocimiento o de otros bienes que crean lazos de convivencia. Finalmente, la cooperación se vive como colaboración entre las entidades que han organizado el proyecto de aprendizaje-servicio, normalmente entre un centro educativo y una entidad social. Estas distintas formas de cooperación contribuyen a crear sentido de pertenencia, vínculos de solidaridad y lazos comunitarios.

Si el aprendizaje-servicio no activa el valor de la toma de conciencia cívica queda como una pedagogía limitada o errónea. Limitada si no consigue generar explicaciones de carácter social, económico o político que muestren las causas y los caminos de solución a las situaciones de dificultad. Errónea si no se percibe con claridad que el aprendizaje-servicio de ninguna manera sustituye las políticas públicas de igualdad, justicia y sostenibilidad que requieren muchas de las situaciones de carencia. En cambio, el aprendizaje-servicio adquiere toda su fuerza educativa cuando las vivencias se prolongan gracias a la reflexión; es decir, gracias al trabajo de recordar y dar sentido personal y social a lo realizado. Lo vivido durante el proyecto se convierte en un elemento de crecimiento y construcción de la identidad personal y también cuando la experiencia local y limitada que han llevado a cabo los participantes toma una dimensión global. En ambos casos, en la dimensión personal y en la social, la reflexión permite ejercer la crítica y construir una idea de sí mismo y de la sociedad más lúcida.

Finalmente, la nube de valores del aprendizaje-servicio refuerza también la positividad. Un valor que, sin olvidar el espíritu crítico y la constante voluntad de mejora que conviene inculcar a las personas en formación, refuerza la satisfacción, el orgullo, el empoderamiento y una actitud optimista y activa frente a las condiciones más adversas. En al aprendizaje-servicio estos valores se trabajan de modo especial en los momentos de reconocimiento que se realizan para agradecer, valorar y reforzar la tarea de servicio a la comunidad. El aprendizaje-servicio quiere ser una pedagogía del éxito que inocule positividad, espíritu creativo y capacidad de acción a los jóvenes. Unos valores que en parte se adquieren gracias a feedback positivo que la educación debería utilizar como una de sus principales herramientas.

Los valores que acabamos de comentar forman parte consustancial de las actividades de aprendizaje-servicio, aunque no son su núcleo central. Todos ellos contribuyen a dar forma a una actividad cuyo núcleo de valor es la ayuda desinteresada a los demás. Núcleo y nube de valores constituyen la propuesta de formación que despliega el aprendizaje-servicio.

¿Cómo se aprenden los valores?

Intentar responder, ni que sea de modo breve, a este segundo interrogante es importante porque idear una práctica que encarne valores no es sencillo, pero tan solo es la primera parte del proceso completo. La segunda parte consiste en la actualización de la propuesta, en su ejecución, en su aplicación en una situación singular y para unos participantes concretos, algo que de modo farragoso podríamos llamar “la práctica de una práctica”. Según sea la calidad de la actualización de la propuesta de aprendizaje-servicio, así van a ser los aprendizajes de valor que proporcione a los participantes.

En el aprendizaje-servicio se aprenden valores porque los implicados los viven, los realizan en cada paso de la actividad y, como resultado de este proceso, los convierten en virtudes personales, en disposiciones conductuales, en competencias que dominan cada vez mejor y que aplican tanto a la situación original como a otras circunstancias. Por tanto, podemos decir que los valores se aprenden al participar activamente en cada momento de una actividad, y en nuestro caso de la propuesta de aprendizaje-servicio. Una participación que se realiza junto a un grupo de iguales que colaboran y aprenden unos de otros y que se benefician de la guía de un educador que regula la correcta realización de los pasos que supone la actividad, que verbaliza dichas conductas y ayuda a que los participantes capten el sentido de lo que llevan a cabo y, finalmente, que refuerza positivamente siempre que sea posible la conducta de los aprendices. Todo ello convierte la situación en un taller de valores donde los participantes se van haciendo cada vez más competentes.

A medida que avanza este proceso, los participantes en la actividad de aprendizaje-servicio van acostumbrándose a los valores que realizan, los van degustando y lentamente van apreciando el placer que puede producir la práctica de valores. Alguna buena música se ha de escuchar una y varias veces, quizás con indicaciones de por medio de un buen maestro, hasta llegar a captar los detalles y disfrutarla plenamente. Las mejores cosas se han de aprender a realizar y saborear con lentitud.

Finalmente, si quien acompaña este proceso es una persona apreciada por los participantes los resultados serán mucho mejores. Cuando el educador o la educadora se han ganado la confianza y el reconocimiento de los participantes, su contribución se recibe con mejor disposición y motivación y, en consecuencia, los resultados formativos serán mejores. Tal como ocurre siempre en cualquier situación de educación en valores, la relación afectiva entre adultos y jóvenes es una condición esencial del éxito del proceso.

Si recapitulamos todo lo dicho, podemos afirmar que el aprendizaje-servicio es una práctica educativa que cristaliza múltiples valores, algunos nucleares y otros complementarios, aunque también importantes. Y unos y otros se aprenden participando en la actividad con iguales y contando con la regulación de alguien apreciado que ayuda a descubrir el sentido y la belleza del proceso de adquisición y dominio de valores.

 

Nota

Este artículo fue publicado con anterioridad en la revista Convives (nº 16 Aprendizaje servicio y convivencia). Agradecer la gentileza de sus editores por permitir su nueva publicación y la disposición de los responsables de esta publicación que nos facilitan la mejor difusión de nuestro trabajo.

 

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Autor: Josep Maria Puig Rovira

Josep M. Puig Rovira. Catedrático jubilado de la Facultad de Educación de la Universidad de Barcelona (UB) y presidente de la Associació Centre Promotor de l'Aprenentatge Servei.

 

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