Las drogas en el cine norteamericano

Artículo publicado en el número 104-105 de la revista Making Of
Artículo publicado en el número 104-105 de la revista Making Of

Repaso a los filmes, provenientes de los Estados Unidos de América, centrados en el mundo de las drogas.


A lo largo de más de cien años de historia, el mundo del cine ha tratado miles de temáticas relacionadas con nuestra realidad cotidiana. Entre ellas, como no podía ser de otra manera, también están las drogas y el alcohol. Ya sea como vehículo para la crítica y la concienciación sobre los riesgos de su consumo, como paraguas reivindicativo del derecho a un consumo libre y responsable, como argumento para la creación de películas de acción y policíacas donde los villanos de la función son los traficantes o como recurso fácil para elaborar comedias protagonizadas por descerebrados adolescentes de instituto o universidad, los guionistas no han dudado en utilizar las drogas como parte integrante de sus guiones.

Resultaría francamente complicado hacer una reseña de todas las películas que utilizan las drogas como centro neurálgico de su argumento. Sin ir más lejos, la mayor parte de los filmes policíacos que se ruedan hoy en día cuentan en su trama con malvados narcotraficantes a los que los héroes de turno han de hacer frente. A nosotros, que somos una revista de carácter educativo, nos parece más interesante centrar nuestro interés en las películas que hayan retratado el mundo de la droga como la temática prioritaria dentro de su discurso. Aunque muy probablemente la trivialización que se ha hecho muchas veces del tema ha motivado que la visión que se da del problema sea en muchas ocasiones laxa, superficial y, como sucede con películas tipo Dos colgaos muy fumaos y similares, incluso atractiva, nosotros pensamos que el cine puede resultar un buen vehículo para tratar la problemática de las drogas de una forma seria, rigurosa y convertirse en un recurso atractivo y motivador.

En las líneas que siguen a continuación vamos a intentar hacer un breve repaso de cómo el cine ha retratado a lo largo de su historia el problema de las drogas. Como los lectores pueden imaginarse, vamos a centrar nuestro campo de acción exclusivamente entre los inmensos caudales del cine comercial norteamericano. Sería imposible, por extenso y complejo, abarcar lo que han hecho sobre el tema otras cinematografías a las que, desgraciadamente, no tenemos tanto acceso como espectadores. Además, es en la cinematografía norteamericana donde el tema de la droga ha estado más presente tanto en número de títulos como en la evolución a la hora de tratar el tema. Los títulos procedentes de los Estados Unidos han sido los que han marcado las pautas y modelos y los que han servido de referente para otras cinematografías.

Los inicios

La relación del cine con las drogas siempre ha sido compleja. En un principio éste era un tema tabú que prácticamente no era utilizado en ninguna película y pocos fueron los directores que se atrevieron a tratarlo de una forma directa. Pensemos que en aquella época en los Estados Unidos fumar tabaco en público era ilegal en 28 estados.

Una frase que resume el pensamiento de aquellos años es la que reza: “el cigarrillo es lo más destructivo para el alma, lo más subversivo para las buenas costumbres: la lucha contra el tabaco es una lucha por la civilización”.

El águila azul (1926) de John Ford.
El águila azul (1926) de John Ford.

Además, muchos pensaban que las drogas era algo consumido únicamente por los negros (en la primera parte de El Padrino hay una secuencia en la que los mafiosos negocian como introducir el negocio de las drogas en los Estados Unidos y acuerdan venderlas en principio sólo a los negros a los que consideran como animales), ya que algunos defendían que existía una correlación entre la violación de mujeres blancas a manos de negros con el consumo de cocaína u opio.

Sin embargo, la mayoría de los adictos en las primeras décadas del Siglo XX en Estados Unidos eran “yatrogénicos”, es decir, personas que estaban íntimamente relacionadas con la medicina.

En los años del cine mudo, la presencia de la droga es muy limitada en las pantallas y sus apariciones, con alguna excepción destacable, es muy secundaria. Uno de los primeros títulos que trata, aunque tangencialmente, el tema de la droga es el pionero D.W. Griffith en For his son (1912), una parodia de la creación de la empresa Coca Cola en la que se denuncia la utilización de sustancias prohibidas por parte de la marca. En El misterio del pescado saltarín (1916) vemos cómo la estrella Douglas Fairbanks interpreta a un detective denominado Coke Ennyday, que combate el narcotráfico mientras, a su vez, no para de inyectarse y aspirar toda clase de sustancias prohibidas. Esta utilización del tema fue permitida en la época gracias al tono humorístico y el carisma de su estrella principal.

La cada vez mayor permisividad social hizo que el tema de las drogas fuera retratado en las películas cada vez con mayor naturalidad. Así, en 1916 se estrena Drugged Waters, una cinta sobre los peligros de la adicción y las consecuencias que ésta tiene sobre las familias. De 1921 es Nobody, una película que nos explica la historia de un malvado que utiliza las drogas para aprovecharse de pobres mujeres indefensas. En 1923 se estrenan Thundergate, una cinta sobre mafias chinas, adicciones y tráfico de drogas, y El naufragio de la humanidad, en la que la actriz Dorothy Davenport rinde homenaje a su marido fallecido a causa de su adicción a los estupefacientes.

Otros títulos que tocan la temática durante el cine mudo son El águila azul, dirigida por el maestro John Ford en 1926, en la que se trata el tema de los traficantes; y El puño de hierro (1927), un filme mejicano que aborda a través de un argumento delirante aventuras de bandidos encapuchados, un niño detective y una serie de depravados toxicómanos. Casi nada.

Ya dentro del sonoro, encontramos en 1933 Narcotic, que trataba el tema del consumo y tráfico de opio o en ese mismo año Gloria y hambre, la historia de un hombre y su lucha contra la adicción a las drogas causada por tratar de aliviar el dolor sufrido por heridas recibidas durante la Primera Guerra Mundial, la pérdida de su trabajo y la prematura muerte de su esposa. Uno de los primeros ejemplos de cine social, ésta es una película tan interesante como desconocida.

Reefer madness (1936) de Louis J. Gasnier.
Reefer madness (1936) de Louis J. Gasnier.

La mala imagen que estaban dando los actores de Hollywood (las crónicas sociales estaban plagadas de sucesos en los que estaban implicados grandes estrellas del momento), junto a la queja de muchas asociaciones puritanas sobre el contenido de ciertas películas, hacen que los grandes productores se asusten y decidan instaurar un código de autocensura. Para ello contratan al senador republicano Will H. Hayes para que establezca unas normas de moralidad que afectarán tanto a las películas como a los actores que participan en ellas. Hayes instaura en 1933 un código moral que lleva su nombre y en el que, entre otras lindezas, se recomienda que “el tráfico clandestino de drogas y uso de éstas no serán mostrados, en ningún filme. Fuera de las exigencias propias de la trama y de la pintura de los personajes, no se dará lugar al alcohol en la vida norteamericana”.

La consecuencia de todo ello es que, a partir de esa fecha, los grandes estudios evitan mostrar las drogas en sus películas y éstas sólo aparecen en cintas de serie B de explotación (es decir, que tratan temas que son tabú en el cine más comercial), en las que se busca a través del morbo atraer a los espectadores hasta las salas.

Los años difíciles

La implantación del Código Hayes motivó que la droga sólo apareciera en filmes de bajo presupuesto, realizados al margen de las grandes compañías y en los que el tema siempre era tratado bajo un prisma eminentemente moralista. En esta línea encontramos a Reefer Madness (1936), que nos muestra la vida de unos jóvenes sanos que, a causa de la droga, caen en una espiral de violencia y delincuencia que deriva en la muerte. Reefer Madness es una de las películas de serie B más conocida sobre drogas, que con los años se ha convertido en un título de culto en circuitos alternativos y de medianoche. También destacan The cocaine friends (1936), historia de una ingenua muchacha a la que un traficante vende cocaína para aliviar los dolores de cabeza y que por ello acaba adicta y, especialmente, Marihuana, uno de los grandes iconos de este cine moralista de bajo presupuesto.

Dirigida por Dwain Esper en 1936, la cinta se adhiere a la postura oficial de la sociedad frente a esta droga. Por aquella época la propaganda estatal aseguraba que la marihuana convierte a quien la consume en un maniático desatado, propenso al homicidio y la orgía. Bajo este principio moralista, Marihuana nos cuenta la historia de una niña rica llamada Burma que por mucho ir a fiestas, fumar hierba y bañarse desnuda con sus amigas termina atrapada en una espiral de perdición. Embarazada y sin marido, Burma se ve forzada a dar a su niño en adopción y sobrevivir como una traficante de poca monta. El final se reserva un giro de lo más folletinesco que terminará de convencernos del envilecimiento que ocasiona la marihuana. Todo un muestrario de calamidades humanas para una película que cosechó un gran éxito en taquilla.

El hombre del brazo de oro (1955) de Otto Preminger.
El hombre del brazo de oro (1955) de Otto Preminger.

En la misma línea estaría The Wages of Sin (1937), en ella vemos cómo una muchacha que vive con sus padres, sucumbe a la atracción de un tratante de blancas que la inicia en el consumo de cocaína, y se emplea en un burdel para costearse su adicción. Durante los años treinta otros títulos que trataron el tema fueron Assassin of Youth Marihuana (1937) y Devil’s Harvest (1942). Ambas se basan, como los filmes anteriores, en el tremendismo, la moralina y la explotación del morbo más facilón.

En los primeros años de la década de los cincuenta, a pesar del apogeo del cine negro, con personajes moralmente ambiguos y cargados de imperfecciones, la larga sombra del Código Hayes todavía perdura y la aparición de la droga en el cine comercial cada vez es más reducida. De esa época sólo se conservan algunos documentales menores, absolutamente moralistas y cuya intención es la de ofrecer un discurso sensacionalista y poco maduro sobre el problema. Es el caso de títulos como La terrible verdad (1951) o Narcotics (1952).

Las cosas empiezan a cambiar

No será hasta mediados de los años cincuenta cuando una película empieza a abrir nuevos horizontes en el tratamiento del tema. Ésta es una producción de la United Artist fechada en 1955, dirigida por Otto Preminger y protagonizada por la super estrella Frank Sinatra. Su título es El hombre del brazo de oro y la historia que nos explica es la de un crupier que trabaja en un casino clandestino y es adicto a la morfina. El largometraje mostraba la problemática de las drogas desde un punto de vista honesto y sincero. La cinta no sólo se saltó a la torera el código de conducta, sino que logró un importante éxito comercial y compitió con toda normalidad en la carrera de los Oscar.

Su trascendencia hizo que el código se rebajara en el tema del tratamiento de las drogas, se prohibía hacer apología de su consumo o mostrar su tráfico como un negocio lucrativo, lo que motivó que otras compañías decidieran tratar el tema con naturalidad sin caer en la moralina de los filmes de bajo presupuesto de los años treinta. En esta línea destacan Más poderoso que la vida (1956) de Nicholas Ray que narra la historia de un hombre adicto a la cortisona, Sin tí todo es tiniebla (1956) de Curd Jürgens sobre cómo afecta la morfina a un matrimonio de clase media y Un sombrero lleno de lluvia (1957) de Fred Zinnemann que habla de la adición a la morfina. Las drogas ya no eran un tema tabú y su tratamiento normalizado empieza a ser una realidad.

En todas estas películas, la droga es tratada desde la perspectiva de la problemática social y psicológica que ocasiona. Aquí se huye de amarillismos y de victimizaciones y se intenta retratar los infiernos personales de cada uno de los personajes con seriedad y rigor. Son filmes modélicos que han envejecido con muchísima dignidad y que merecen una revisitación. En esta segunda mitad de los años cincuenta, también aparece la figura del rebelde. La películas de James Dean habían puesto de moda a un tipo fe joven inconformista que no estaba dispuesto a seguir la senda marcada por los adultos. Evidentemente en estos filmes el tema de la droga era tabú: estos chicos podían ser contestatarios, pero nunca se podía mostrar la droga como un elemento característico de la rebeldía juvenil. De dar una vuelta de tuerca a este argumento se encargan, de nuevo, las productoras de películas de bajo presupuesto que intentan darle a los espectadores todo aquello que las grandes corporaciones no se atreven a mostrar. Su filosofía es sencilla: ya que no podemos competir en medios y estrellas, al menos arriesgamos en el tratamiento de los temas. Y vaya si lo hicieron.

La compañía que manufacturaría más películas de este estilo sería la American International Pictures (AIP) que se inventa un nuevo género conocido como JD movies (películas de delincuentes juveniles), donde la droga es visible y tiene una gran importancia en el desarrollo de las tramas. En estas películas se condena sin ninguna piedad a las drogas, mostrando a los consumidores, más que como víctimas de sus circunstancias, como auténticos monstruos sin escrúpulos víctimas de la condescendencia de los padres. Algunos títulos destacados de esta escuela son One Way Ticket to Hell (1956), The Flaming Teen-Age (1956), narrada en dos episodios donde se critican las drogas y el alcohol, The Tijuana Story (1957), Stakeout on Dope Street (1958), High School Confidential (1958), The Cool and the Crazy (1958) y The Bloody Brood (1959).

Los años sesenta

Psych-Out (1968) de Richard Rush.
Psych-Out (1968) de Richard Rush.

Durante los sesenta, encontramos varias escuelas dentro de los filmes que tratan el tema de las drogas. Por una parte están los filmes mondo. Estas películas, originarias de Italia, eran documentales en los que se mostraban, con una excusa antropológica, las costumbres más salvajes de los pueblos del Tercer Mundo para el deleite y morbo de los espectadores del Primero. Los norteamericanos copiaron la fórmula y, gracias a los hippies que empezaban a instalarse en la costa oeste, encontraron un filón en el que el amor libre y la droga eran los principales protagonistas. Títulos como Hallucination Generation (1966), Teenage Rebellion (1967), Mondo Hollywood (1967), Mondo Mod (1967) The Hippie Revolt (1967) o Revolution (1969) serían algunos ejemplos destacados.

Otra tendencia estaría compuesta por aquellos títulos de serie B que seguían retratando la vida de inquietos y desorientados jovencitos, aunque a partir de los sesenta con muchas más dosis de sexo y violencia que en las ingenuas películas de los cincuenta. Títulos como This Rebel Breed (1960), The Pusher (1960), Wild Youth (1960), The Angry Breed (1967), Maryjane (1968), Girls in Gold Boots (1968) o Psych-Out (Pasaporte a la locura) (1968), la más conocida de todas y rodada con más medios de lo habitual.

Otra tendencia, ésta absolutamente novedosa y muy característica de la época, la conforman determinadas películas que observan el mundo de las drogas sin ningún tipo de consideración moral e intentando indagar en sus connotaciones más místicas. Pensemos que estamos inmersos en pleno movimiento hippie, en una época en el que la paz, el amor libre y la droga forman un todo que resulta difícil disociar. La droga implica experimentación y todo joven alternativo y moderno que se preciara tenía, necesariamente, que tener experiencias con ellas.

El filme que abre este subgénero es The Trip (El viaje) de 1967 dirigida por Roger Corman. La película nos narra la primera experiencia con el LSD de un productor de televisión. Lo curioso de la cinta es que en ningún momento entra en juicios morales y únicamente se dedica a mostrar asépticamente los efectos del LSD. Ésta es la primera vez en la que la droga es la gran protagonista de una historia intentando crear en los espectadores una sensación similar a la de un viaje real. Su éxito propició la aparición de otros títulos mucho menos interesantes que iban de lo curioso como The love-ins (1967) a lo fallido como Skidoo (1968).

The Trip (1967) de Roger Corman.
The Trip (1967) de Roger Corman.

Siguiendo un poco la estela de mostrar los efectos de experimentar con las drogas, en 1969 se estrena una película que supondría toda una revolución en el tratamiento de la temática y que daría un nuevo impulso de normalidad al tratamiento del tema por parte de los realizadores. La cinta era Easy Rider (Buscando mi destino), y nos explicaba la historia de dos motoristas que recorren la América profunda encima de sus motos. La película no sólo se convirtió en un éxito comercial apoteósico, sino que también supuso la constatación de que el público quería otro tipo de productos y que los postulados expuestos en el Código Hayes estaban más que obsoletos. El filme en cuestión, con todos los peros que se quiera poner, es uno de los títulos que dio paso al cine considerado moderno. Pero eso es ya otra historia.

Dentro del cine de los sesenta, no queremos olvidar un par de títulos que por lo atípico de su propuesta y por la singularidad que presentaban a la hora de tratar la temática, resultan sumamente interesantes. La primera de ellas es La conexión (1961), uno de los primeros filmes de vanguardia provenientes de la Escuela de Nueva York que trata el tema con seriedad y rigor. La cinta contempla el mundo de la droga desde un punto de vista crítico pero, y ese es su acierto, sin discursos moralizantes. El segundo sería Las flores del diablo (1966), un filme coral en el que prestigiosas estrellas cinematográficas, con el patrocinio de la Organización de las Naciones Unidas, colaboran en la historia de unos policías que luchan contra el narcotráfico. La tercera es El valle de las muñecas (1967), adaptación de un best seller que habla de la presencia de las drogas en el mundo del espectáculo y que resultó ser bastante flojo.

Las drogas en el cine moderno

Sin la opresión del Código Hayes y con el tema de las drogas ya normalizado dentro del cine de los grandes estudios, a principios de los setenta, las drogas son tratadas dentro del cine norteamericano a través de tres vías distintas y claramente diferenciadas: las películas de acción que nos hablan sobre la lucha contra el narcotráfico por parte de las fuerzas de seguridad, el cine comercial que intenta tratar el tema con un cierto rigor y seriedad y el cine independiente y alternativo que desde Nueva York y California es seguido por los habituales de las salas de arte y ensayo.

Dentro de las primeras la más importante es Contra el imperio de la droga (1971) que no sólo ganó el Oscar a la mejor película, sino que además demostró que se podía tratar el tema del tráfico de drogas de una forma espectacular y, a la vez, rigurosa. Otras películas destacadas dentro de esta moda serán Cisco Pike (1975) o El precio del poder (1983) con un maravillosamente sobreactuado Al Pacino haciendo de narcotraficante cubano totalmente desquiciado.

Trainspotting (1996) de Danny Boyle.
Trainspotting (1996) de Danny Boyle.

En el caso del cine comercial, encontramos bastantes ejemplos que nos sirven para ilustrar los cambios que se estaban produciendo en la meca del cine como Juventud pervertida (1970), Pánico en Neddle Park (1971) con algunas de las escenas más duras y descarnadas sobre las drogas, Lenny (1974), El expreso de medianoche (1978) sobre la estancia de un joven traficante en una cárcel turca o la mítica La rosa (1979), biografía no autorizada de la cantante Janis Joplin y una película que ha envejecido muy bien.

De la tercera tendencia destacan por encima de todas la trilogía producida por Andy Warhol, dirigida por Paul Morrisey e interpretada por Joe d’Alessandro compuesta por Flesh (1968), Trash (1970) y Heat (1971), tres filmes interesantísimos y característicos del underground norteamericano en los que el espectador asiste a la degradación de los protagonistas en un ambiente en el que la marginalidad ya empezaba a ser retratada e identificada con el consumo de drogas. Cualquier aficionado al cine tendría que dar un vistazo a estas películas. Nacido para vencer (1971) sería otro caso de cine independiente que retrata el problema.

A partir de los años ochenta, cuando las sociedades ya son plenamente conscientes de los problemas que causan las drogas, la oferta se diversifica y encontramos ejemplos de lo más variado, tanto desde el punto de vista del tratamiento temático como del género cinematográfico. Así, dentro de la comedia los inefables Cheech Marin y Tommy Chong presentan en sociedad Como el humo se va (1979), un filme protagonizado por dos “fumetas” que viven toda una serie de hilarantes peripecias siempre con un cigarro de marihuana en la boca. Su fórmula era muy sencilla: un humor burdo pero efectivo y una trivialización del consumo de la marihuana que, como no podía ser de otra forma, cautivó las conciencias de los universitarios que la convirtieron en un gran éxito. Los mismos intérpretes estrenaron posteriormente, con más o menos éxito, Como flotas tío (1980), Vendemos chocolate (1981) y Seguimos fumando (1983).

Dentro del drama, destacamos títulos como Estoy bailando tan rápido como puedo (1980) en el que se trata el problema de la adición desde la perspectiva de los barbitúricos contra el estrés, Alcohol y coca (1988) honrada aproximación al tema de la drogadicción, Bird (1988) magistral biografía del saxofonista Charlie Parker a cargo de Clint Eastwood, la correcta Impulso sensual (1988), la olvidable Noches de neón (1988), la independiente Drugstore Cowboy (1989), la enfermiza El almuerzo desnudo (1991) biografía del politoxicómano escritor William S. Burroughs, la correcta Un paso en falso (1992), la inquietante y extraña Bad Lieutenant (1992), la interesante Diario de un rebelde (1995), la alucinada Miedo y asco en Las Vegas (1998) o la mítica Trainspotting (1996), uno de los mejores acercamientos sobre el tema y un título que marcó a toda una generación de espectadores.

A partir de la presente década, la mayor parte de películas que tienen a las drogas como protagonistas cuentan con un tratamiento del tema que va desde el retrato de los problemas psicológicos que provocan las adicciones, a reflexiones sobre la sociedad actual y el papel de las drogas como generador de paraísos artificiales para una generación que ha perdido la brújula y asiste atónita a un mundo cada día más complejo y cambiante. Ante la inmensa avalancha de títulos, citaremos algunos de los más interesantes que, a buen seguro, son bien conocidos por nuestros lectores.

Diferenciando el tratamiento por temáticas, vemos que la adicción es tratada en filmes como Spun (2002), Réquiem por un sueño (2000), una de las cintas más crudas y descarnadas que se han hecho jamás sobre el tema, o Thirteen (2003). Desde el punto de vista de la lucha contra el narcotráfico, queremos destacar un par de títulos que destacan por diferentes motivos: Blow (2001), la oscarizada Traffic (2000) y la curiosa Training Day (2001) que nos habla sobre la corrupción policial en los temas relacionados con el narcotráfico.

Dejamos para el final tres propuestas recientes que, por diversos motivos, nos parece interesante reseñar. La primera es El gran Lebowsky (1999), una desenfadada comedia protagonizada por un extraordinario Jeff Bridges que se pasa toda la cinta fumando marihuana. La segunda es Marihuana (1999), un documental sobre el mundo del cannabis que intenta ofrecer una visión amable y desenfadada de los consumidores. La tercera sería Tideland (2005) de Terry Gilliam, una extraña, enfermiza y alucinada película que trata el tema de las drogas desde un punto de vista, como mínimo, peculiar.

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Autor: Nacho Jarne Esparcia

Nacho Jarne Esparcia es profesor de Tecnología Educativa de la Universidad de Barcelona.

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